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«Con los caballitos se va una parte de mí»
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Familiares y amigos se despiden de María Amparo y José Antonio, la pareja que durante 45 años ha regentado el tiovivo de PomboEl espacio que ocupaba el tiovivo ha dejado una marca sobre las baldosas de la plaza Pombo. No sólo en el suelo, también en ... los recuerdos de todos sus amigos y familia. El martes terminaron de recoger la estructura del carrusel y María Amparo y José Antonio, sus propietarios, no querían pasar este miércoles por el hueco vacío. Aún no se hacen a la idea de que esa etapa de su vida se ha cerrado. Pero, fuera como fuera, la hermana de Amparo, Rocío, tenía que conseguir llevarlos hasta allí porque les esperaba una sorpresa. A las seis de la tarde, su círculo más cercano quiso hacerles un homenaje y recordarles, una vez más, que son parte de la infancia de tres generaciones de santanderinos.
Dos de los más pequeños de la familia, Triana y Jonathan, sujetaban un enorme ramo de flores a la espera de que llegasen sus tíos-abuelos. El plan estaba perfectamente calculado. Rocío entretenía al matrimonio en una cafetería cercana mientras su hija, María, reunía a la gente para darles una sorpresa. El plan salió a pedir de boca y, justo cuando el reloj dio las seis, Amparo y José aparecían por una bocacalle de la plaza Pombo. Al ver a todos sus amigos desde lejos, no pudieron evitar emocionarse.
Amparo se dirigió a los niños y recogió el ramo. José, a su lado, no podía contener las lágrimas. La gente les aplaudía y muchos curiosos se acercaban a ver qué estaba pasando. Todos reconocieron al popular matrimonio, a los 'señores de los caballitos'. «Son buena gente», comentó un señor que los identificó al pasar por allí. «De vista, los conozco desde siempre, han estado en muchas zonas de Santander y siempre han sido muy atentos con los niños». Tras los primeros minutos del encuentro, Rocío cogió un micrófono con altavoz y se dirigió a su hermana y su cuñado: «Os quiero mucho, ahora es el momento de disfrutar después de toda una vida atendiendo a los niños». Mientras les dedicaba unas palabras, apenas podía contener la emoción. «Toda esta gente está aquí por vosotros, por todo lo que habéis significado para ellos en tantos años. Ahora, llega el momento de disfrutar de vuestra jubilación y descansar, que os lo merecéis».
Cuando su hermana terminó, Amparo tomó el micrófono para dedicar su agradecimiento a todos los presentes. «Con los caballitos se va una parte de mí. Os llevaré siempre en el corazón». Al terminar, también dedicó unos minutos de forma individual a todos los que se acercaron a despedirse. Algunos le pidieron el número de teléfono. Durante 45 años, el matrimonio ha estado cada tarde, sin vacaciones, en los caballitos. Por eso, cualquiera que quisiera hablar con ellos sabía dónde encontrarlos. A partir de ahora, tendrán que tirar de llamadas y mensajes para poder comunicarse con ellos.
Desde que a principios de esta semana se desmontó el tiovivo, María y Rocío estuvieron pensando qué podían hacer para agradecer a Amparo y José todos los años de dedicación a los más pequeños. Así, decidieron organizar un homenaje sorpresa en el espacio que antes ocupaba el carrusel. «La gente nos lo pedía, todos querían hacer algún tipo de despedida», asegura María. Así, empezaron a avisar a amigos y familiares para que corrieran la voz y se reunieran este miércoles todos en Pombo. «Por el tema del covid, tampoco queríamos hacer algo demasiado grande, pero sí con los más cercanos. Teníamos claro que queríamos, de alguna manera, preparar una despedida».
Rocío, además de hermana, ha trabajado con ellos en alguna ocasión, por lo que también echará de menos al tiovivo como parte de su vida. Su hija María aún no había nacido cuando comenzó a girar, y ya en los últimos años eran sus nietos quienes se montaban en los caballitos. Tres generaciones más allá de Amparo y José, aunque ya los padres de él se dedicaban a este negocio.
El matrimonio compró este tiovivo hace 45 años, pero ya entonces tenía una larga historia. Lo adquirieron de segunda mano y, en total, tiene más de 140 años. Con ocho metros de diámetro, hacía girar a 24 caballos, dos carros, seis bicicletas y algún que otro animal más. Ahora, pone rumbo a una nueva vida. Esta vez, lejos de Cantabria, en Madrid.
Aunque durante las dos últimas décadas estos caballitos se han convertido en un icono de Pombo, han girado también en otros céntricos espacios de Santander como la Plaza de las Farolas, el Paseo Pereda, la Plaza de México y Cañadío. «Son muchos años y muchos clientes son ahora familia, no podemos contener nuestra pena al despedirnos. Estaremos siempre agradecidos por la acogida que hemos tenido», asegura la pareja, que aunque ahora se jubila nunca se alejará de la plaza de Pombo.
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