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A la calle Burgos le falta voz desde hace una semana. Le falta música, una colilla, una funda abierta de guitarra apoyada en el suelo. Le falta un perro y un tipo guiñando el ojo para saludar durante el estribillo. Le falta una charla ... rápida entre canción y canción. También unas monedas y algún billete. Un jornal. Las cinco clásicas de Sabina, la chica de ayer, pongamos que hablo de Madrid o el veneno de Kiko. Le faltan unas ojeras, una cazadora gastada y seis cuerdas. Falta tanto que han puesto hasta velas y flores para cubrir el vacío. Eso y un par de fotos pegadas en la fachada. En una sale Pedro con su perro. En otra, la noticia de su muerte por culpa de una neumonía.
La gente se para. Es martes, media mañana. Entre el local de Springfield y el de La Casa del Libro. «Con lo que me gustaba», dice una jubilada que se entera de lo sucedido por el recorte de prensa en la pared. En cinco minutos se detienen veinte, treinta personas. Miran el ramo, las velas, la cera derretida. Todos dicen cosas parecidas. Palabras amables. «Era un personaje muy querido», va comentando un hombre mientras se aleja y responde a una de las pocas que no sabe quién era Pedro Fuentes (1961-2023). Es una excepción en Santander.
El Ayuntamiento se plantea un homenaje con un concierto Ha sido algo repetido entre los cientos de mensajes escritos estos días. En las redes sociales o al pie de las noticias en los medios digitales que se hicieron eco de la noticia publicada por este periódico. Una placa, un recordatorio, un detalle... Algún gesto en su escenario, en la calle, en su ciudad, dedicado a la memoria de Pedro. Por eso, El Diario Montañés preguntó esta semana si el Ayuntamiento tiene algo previsto. A falta de concretar detalles, en el Consistorio aseguran que «en coordinación con su familia y allegados, se está pensando en rendirle un homenaje a través de un concierto o recital».
Ahora que todo se mide en datos, ahí tienen uno: durante casi tres días, la noticia de su adiós fue la más vista en la web de este periódico. Algo excepcional. Por no hablar de cientos de comentarios en redes sociales. De fotos, de vídeos cantando. Hasta de los aullidos de Sou respondiendo a la voz rasgada se han visto en cada esquina de internet.
Son es el perro que acompañó al artista callejero estos últimos años y también ha estado muy presente en los comentarios. Quédense tranquilos. «Sus hermanos lo han recibido como un gran recuerdo del propio Pedro y se ocuparán de él. Le asumen como algo muy cercano».
Lo cuenta Tomás, primo carnal de su padre y, en el fondo, algo más. Muy próximo a la familia. ¿Sabían que Pedro nació en Alemania? «Yo me fui cuando estudiaba en Salamanca porque con el sueldo de un par de meses allí casi me pagaba el curso. Mi presencia arrastró a su padre, Jesús, que era fontanero. Le dije que había trabajo, posibilidades». Finales de los cincuenta. Al poco, allí, nació Pedro y lo celebraron a lo grande. «Fue una fiesta con muchos de los españoles que habían emigrado». El joven empezó siguiendo los pasos de su padre, fue formándose «hasta aprender muy bien su profesión». Se hizo, de hecho, un experto en soldadura y a principios de los noventa, en la Barcelona de los Juegos Olímpicos, le dieron trabajo.
Antes de eso, hay que hablar de un barrio de Santander. De la Colonia Los Pinares. «La generación mayor que la nuestra tenía un grupo, uno de esos grupos de los sesenta... Les veíamos ensayar, entrábamos en su local... Les pedimos la guitarra a nuestros padres, otros dos y yo, y empezábamos a copiar acordes, sacar canciones», contaba el propio Pedro en una entrevista con este periódico hace ya muchos años. Tiempos de música y balón (que le gustaba y, parece ser, no se le dio mal). De divertirse. De jugar.
En esos recuerdos musicales e infantiles solía citar a Don Lucas, de la parroquia de San Roque. Y Tomás destaca la importancia que tuvo para el chaval otro sacerdote, César de la Campa, párroco durante casi cincuenta años en Los Pinares. Importante en su formación musical, cultural y, en general, en el camino. Tanto que Pedro le acompañó en sus últimos años y cantó el día que, allí, en la Colonia, le dedicaron una calle (fue en febrero de este 2023). «Le devolvió lo que le había dado», resume Tomás, que apunta a la labor que hizo el religioso en el barrio en años muy difíciles. «Se puede decir que salvó a muchas personas».
Aquí encaja otro tramo de la entrevista con Pedro: «Yo, hoy por hoy, me mantengo bien. Hasta me atrevo a hacer canciones para una campaña de prevención contra la droga. El mundo de la droga es una gran putada y nuestra generación estuvo muy mal informada. Hay una generación perdida. Yo he tenido mucha suerte y he librado».
Él no eludía el tema, aunque tampoco parece necesario recrearse. Si acaso para explicar (lo hace Tomás para reconstruir la biografía) que la adicción -y aquí volvemos a enlazar con el empleo de Barcelona- es lo que acabó por alejarle de su profesión.
Dicho esto, por encima de cualquier otra, la adicción de Pedro fue la música. Y en su escenario, en la calle, empieza la historia más conocida. Puede que, hablando de esto, llegara la mejor parte de esa entrevista (año 2009).
-¿A la calle se llega, te tiran o te tiras?
-En mi caso está claro. La falta de trabajo y que tocar es algo que me gusta mucho. Pero pienso que cualquier ciudad que se precie tiene que tener músicos en la calle. Preferiría que la gente no me viera como un mendigo. Te gusta la música y te gusta ofrecer música a los demás. Si no, no tiene sentido. Yo en mi casa, solo, no hago música. Tienes necesidad de expresarlo. Pero el tema principal está en algo a lo que aspiras, vivir de lo que me gusta... ¿Que me gustaría tener un trabajo? También. Pero aun teniéndolo bajaría algunos días a la calle. Sin la presión del sueldo, pero seguiría bajando. La calle es el gran escenario, el gran público. Es todo el público. Rico, pobre, joven, viejo, alto, bajo, sobrio, borracho... También entiendo que no puedes gustarle a todo el mundo. Habrá gente harta de escucharme, pero lo siento por ellos. Yo tengo que vivir.
En este párrafo está Pedro. Su forma de ser y de entender lo que hacía. Su pasión.
Toca hablar de canciones a diario en los soportales de La Porticada y, sobre todo, en la calle Burgos. De las paradas en el Vienés con su amigo Pablo tras la barra. De los apodos en una ciudad dada a poner nombres en la que cada vez fue más y más conocido. Aunque Sabina no era su preferido, tiró mucho de él porque llevaba las manos al bolsillo de los paseantes y daba por hecho -más por lo que le decían que por convicción- que en su voz había algo que recordaba al de Úbeda. El 'Sabina de Santander', le pusieron muchos. Antonio Vega y Flores, Kiko Veneno... Muchos flamencos (cómo le gustaba el flamenco...). Y lo suyo.
Porque, además de cantar y tocar, componía con gusto y, después de mucho años de escuchar eso de 'sácate un disco', dio el paso con 'Teina mía' y con una banda que no podía tener otro nombre: Perro callejero. Tocar la teina es como llegar a una meta en ese escondite de los críos que aún juegan (o jugaban) en la calle. «Tantos años escondido. Bueno, de escondido nada...».
Estaba alucinado contando que el mismo Tomasito vino al estudio para unirse a la grabación o que Martínez Cano le hizo la portada. Se dio el gustazo de dedicar temas a amigos que se fueron antes de tiempo y a mitos como José Hierro. «Era muy colega mío. Me decían que hiciera alguna con sus versos, pero para eso hay que ser Bernstein. Por eso, se la hice yo directamente -'Tabaco y chincón'-, que me sabía su vida y sus costumbres del barrio».
Tocó en escenarios sin lluvia, sí. Pero el jornal siguió saliendo de la calle. Allí, más allá del músico, brilló también la persona. La que ha dejado huella. Cariñoso, muy sensible. «Conectaba muy bien con la universalización de la cultura. Con el buen vivir. Alegre y cordial, y, a la vez, preocupado por los problemas sociales. Él buscaba un mundo abierto y una sociedad más amable». Eso lo dice Tomás, que ya le echa de menos. Como los que pasan estos días por la calle Burgos. Como medio Santander.
Algo falta en la acera. Hay demasiado silencio en la calle.
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