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El catálogo de playas del Ayuntamiento y las guías turísticas de Santander se han quedado viejas. Ya no sirven. Hablan de doce. Las de siempre. Sardinero, Mataleñas, Molinucos, la Virgen del Mar, La Maruca... Pero hay una, incluso dos, que no aparecen por ninguna parte ... y, visto lo visto, han surgido en la ciudad para quedarse. La batidora que ha pasado por encima de La Magdalena y Los Peligros en los últimos años (diques que se hacen a medias, que se quitan, que no se acaban de quitar, temporales, derrumbes que no se reparan, mareas, hallazgos de construcciones que llevaban décadas sepultadas...) está directamente vinculada a su aparición. Una se formaba casi todos los años con el ir y venir de la arena. La Fenómeno, en lenguaje popular santanderino. Sobresalía en un esquinazo del dique, en perpendicular al Centro Oceanográfico. Y unos años llegaba más allá y otros no tanto –solía prolongarse, como mucho, hasta el Museo Marítimo–. Pero es que ahora hay otra.
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Al principio asomaba un poco, pero con las semanas se ha ido consolidando. Tanto, que ya es más grande que la otra. No tiene nombre, pero, para que se hagan una idea, llega hasta la rampa que se usó en el Mundial de Vela. Pueden contarse como dos o como una sola porque, con bajamar, se puede recorrer todo el paseo por la arena sin mojarse los pies.
Ayer fue un día de mareas sin importancia. Ni muy arriba, ni muy abajo, con coeficientes de menos de cincuenta (un valor reducido, entre los más bajos de todo el mes de febrero). La 'plea' fue en torno a las nueve de la mañana. Pues bien, a las once, esa nueva línea de arena continua se cortaba únicamente a la altura del Marítimo (y poco, el agua pasaría ligeramente por encima de los tobillos durante unos metros). Haciendo un recorrido de rampa a rampa (es lo que marca el principio y el final de este espacio), en la que se usó para el Mundial hay ya incluso una fina capa de arena. Como si estuviera formándose una nueva orilla (ahí está, en teoría, prohibido el baño, pero como esto siga así...).
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Lo más llamativo es que, desde ese punto, a la izquierda, lo que tradicionalmente era una zona de rocas, un pedregal, ahora está completamente cubierto. Muy cerca del Centro de Formación Náutico Pesquera. No es una fina capa que cubre ligeramente las rocas. No. Las piedras ni asoman. Están absolutamente sepultadas. De hecho, a esa hora de la mañana –con la marea todavía alta– la nueva playa era perfectamente visible, había perros jugando, paseantes y algún resto suelto de maleza de los que trae el Cantábrico en estas fechas.
Tanto es así que las escaleras que hay en esa parte y que descienden desde el paseo (en el espacio en el que suele haber pescadores) han pasado de no conducir a ninguna parte –antes desembocaban en las rocas o directamente en el agua– a ser un acceso útil para bajar y subir a la playa. A una playa absolutamente consolidada de aguas cristalinas y apetecibles.
El cambio de fisonomía en toda esa línea de costa es tan evidente que lo que tradicionalmente era La Fenómeno (en perpendicular al Oceanográfico y con inicio en la rampa que hay justo antes de Los Peligros –por eso lo de una playa que va de rampa a rampa–) se ve más afectada por la marea que el nuevo punto de desembocadura de la arena. Ayer a las once, en ese sentido, el agua cubría casi todo el espacio.
Todo lo que por la mañana se intuía, por la tarde era una evidencia larga y ancha (la bajamar fue a las 15.22 horas). Un paseo sin interrupciones por la arena. Una playa enorme en forma de concha, de pequeña bahía, en la parte más cercana al punto donde hace unos años instalaron las hamacas y con gente tomando el sol durante el paseo de sobremesa (aprovechando el día espectacular de luz). Es, para algún vecino que no haya pasado por allí recientemente (no ha sido una cuestión de días, ni siquiera de semanas), el principal cambio en el aspecto de la línea de costa en este tramo que va desde el Palacio de Festivales hasta Los Peligros. Una playa nueva.
Para hacerse una idea, más adelante, a la altura del Museo Marítimo, la lengua de arena tiene una anchura –del dique a la orilla– que en una jornada de escaso coeficiente de marea como la de ayer alcanza unos 35 o 40 metros. Y así, siempre con arena (aunque va perdiendo anchura), hasta el otro extremo del paseo y del dique (que tiene entrantes y salientes). Hasta la rampa que hay antes de Los Peligros.
Más de uno ya se plantea que habrá que ponerles nombre. Lo de La Fenómeno está bien, aunque el carácter extraordinario del asunto (se creaba en ocasiones) es cada vez menos fenomenal. Es un nombre clásico que, cuentan los más ancianos del lugar, se debe a una mujer que, según algunas versiones, vivía por la zona y tenía seis dedos (otros dicen que el apodo le venía porque era coja y, además, la playa que aparecía y desaparecía también se conoció como de San Martín o San Martín de Bajamar).
A lo que se ha formado en el otro extremo (si hablamos de dos playas y no de una sola), seguro que pronto le sale apodo. Porque a día de hoy no tiene nombre. De todos modos, no parece un problema. Porque poner apodos, históricamente, siempre fue muy de Santander.
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