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El campo de tiro del Santander
Leyendas de aquí

El campo de tiro del Santander

La imaginación popular inventó unas instalaciones en la vieja sede de la entidad, que sí contaba con un túnel, pero no con el Banco de España

Aser Falagán

Santander

Domingo, 14 de mayo 2023, 07:49

Santander tuvo su propio refugio blindado y armado. A la vista de todo el mundo y al mismo tiempo escondido en pleno corazón del casco urbano. En realidad no era de la ciudad, pero sí del Santander; el banco. Una fortificación subterránea con todas sus medidas de seguridad y un completo campo de tiro para que su equipo de seguridad estuviera siempre preparado ante cualquier eventual ataque en la época del patrón oro e incluso más adelante, cuando las entidades crediticias debían proteger las reservas y divisas con las que respaldaban sus depósitos antes de la ingeniería financiera.

La vieja sede del banco, convertida ahora en el centro de arte Faro Santander para exhibir la colección privada de la entidad, fue durante décadas símbolo de su poder financiero y un búnker inexpugnable en el que se almacenaban sus reservas. Datado originalmente en 1795, pero reconstruido casi por completo en 1880 tras uno de los muchos incendios que castigaron la ciudad, fue edificio de viviendas, hotel y club social antes de convertirse en la sede del banco en 1923, tras cuatro años de obras y remodelación.

La construcción de un edificio gemelo y del arco que los une por encima de la calle del Martillo (Marcelino Sanz de Sautuola para el nomenclator) ejecutada por Javier González de Riancho entre 1958 y 1968 le dieron su aspecto final. Ese que se mantuvo inalterado durante más de medio siglo, hasta la remodelación –y esto es importante– encargada a David Chipperfield para convertirlo en centro expositivo.

Tras ese aspecto de edificio burgués de la Restauración en pleno Paseo Pereda se escondía algo muy diferente: un auténtico búnker con cámaras blindadas, extrema seguridad, capas y capas de hormigón añadidas durante años, cada vez que era necesario intervenir, e incluso, se decía, inhibidores de frecuencia. No era para menos. Allí estaban todas las reservas de oro, divisas y efectivo de la entidad y el acceso una serie de pasos subterráneos que conectaban directamente con el Banco de España, la sede del Banco Mercantil y al antiguo Palacio Macho, a no demasiados metros.

Un equipo de seguridad privada protegía además la sede las 24 horas del día, todos los días del año, desde una sala de control en la propia cámara acorazada, que contaba incluso con un pequeño campo de tiro para que el servicio de custodia pudiera practicar a cualquier hora del día.

Un secreto a voces en Santander, pero bien guardado, porque el blindaje impedía que se oyeran desde la calle los disparos del equipo de seguridad, que de algún modo debía matar el rato.

Hasta aquí la leyenda. Pero en realidad todo es falso excepto algunas cosas. Ni hubo campo de tiro ni, como ya les conté en su momento, ningún túnel del dinero que uniera el Banco Santander con el antiguo Banco de España, otro edificio que destinado a convertirse en el siglo XXI en centro de arte, en este caso de la Colección Lafuente.

Pero lo del pasadizo sí que tenía, de nuevo como ya les conté, un atisbo de realidad. Porque sí que existe uno, cegado o no, que conectaba el edificio del Paseo Pereda con la antigua sede del Banco Mercantil, en sus tiempo propiedad del Santander, y que volvió a ser propiedad de la entidad cuando ya en 1994 compró Banesto, que había instalado su central en Cantabria, precisamente en el histórico edificio de la calle Hernán Cortés.

Cuando en marzo de este año el banco abrió a los medios de comunicación y las instituciones las puertas de su vieja sede de Pereda, ya completamente vaciada en su interior para construir el nuevo centro expositivo respetando la fachada original, la visita sirvió para desmentir viejos bulos y confirmar lo que ya se sabía como realidad, aunque por motivos obvios el público no tuviera acceso a aquel túnel.

Un detalle llamaba la atención. En los sótanos del edificio gemelo, el construido a mitad del siglo XX, una pequeña puerta asomaba entreabierta: la de aquel pasaje del que tanto se había hablado y que alumbró tantas leyendas. Una de ellas, porque existen muchas más, que durante la Guerra Civil, cuando el Banco de España emitió su propia moneda –aunque se acuñaba el Bilbao, al no disponer Cantabria de ceca– y papel moneda, se utilizó para trasladar las reservas a salvo de los bombardeos.

Si a mitad del siglo XX fue un cántabro quien amplió y rediseñó el edificio, en el XXI ha sido un Premio Pritzker como Chipperfield quien lo ha reinventado. Listo ya para alumbrar nuevas leyendas urbanas en una de las zonas con más historia de la ciudad.

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