Pichu Torcida (Santander, 1964) es de los que más que andar, le gusta deslizarse. Tanto sobre la nieve como sobre el mar. Es uno de los regatistas más reconocidos y respetados del mundo, pero antes de sentir esta pasión por la vela, el esquí le ... llevó a ganar numerosos campeonatos por toda España. Lleva 25 años trabajando como ingeniero industrial en la empresa Cobo, donde «las habilidades de estrategia y planificación que he adquirido sobre un barco las aplico a mi trabajo». La competitividad corre por sus venas: «Soy muy picón», reconoce, algo que no se descubre de manera aparente. De hablar pausado y tan bajo que hay que llevar mascarilla para hablar con él, en la era del covid-19, lleva años luchando por situar a la vela cántabra en lo más alto del palmarés mundial, tanto compitiendo como con labores más terrenales, desde el Real Club Marítimo de Santander.
–¿Me podría decir de memoria con cuántos campeonatos cuenta?
–¡Uf! De memoria: cinco campeonatos del Mundo, tres de ellos en crucero y dos en J-80. Subcampeonatos, creo que cuatro. Y mi próximo objetivo es ganar el Mundial de J-70, que debido a esta crisis sanitaria se ha trasladado al año que viene.
–¿Hay algún éxito por el que sienta un especial cariño?
–Tengo muy buen recuerdo de los dos mundiales de J-80 que gané. El primero fue al año de comprar mi barco (2007). La preparación fue muy intensa. Coincidió cuando en Santander se iniciaron las regatas en esta modalidad. Fue una sorpresa, porque en primera y segunda posición quedamos dos barcos de Santander, desbancando a los franceses, que eran los que dominaban. A partir de ahí, la flota española de J-80 ha ido haciéndose más potente. El segundo se celebró en Newport (EE UU), en 2010. ¡Aún me emociono recordándolo! Fue una regata muy complicada, con mucho viento, barcos volcando continuamente. Nos enteramos a la hora de haber llegado a puerto de que habíamos ganado. Yo iba a la caña y el resto de la tripulación estaba formada por Javi de la Plaza, mi sobrino Juan González y Charlie Marla. Su implicación fue de recordar. Y, por supuesto, el Mundial de J-80 que se celebró en Santander en 2009 y el cual me encargué de organizar y coordinar junto a un pequeño equipo que dio el do de pecho. Se hizo tan bien que aún sirve de ejemplo para los sucesivos campeonatos en España. Recibimos la ayuda de infinidad de empresas de Cantabria. Sin ellos no lo hubiéramos conseguido. Esta vez me tuve que conformar con un quinto puesto.
–¿La competición olímpica le ha tentado en alguna ocasión?
–Por supuesto, pero no encontré la oportunidad. Cuando tenía la edad para ello, no tenía los medios. No es como ahora. Me tenía que trasladar a Barcelona, con los gastos que ello implicaba y sin las ayudas precisas. Si en aquel momento hubiera existido el Centro Especializado de Alto Rendimiento (CEAR) de Santander, seguramente lo hubiera intentado.
–¿Qué le pasa a Santander con la vela? Da la sensación de que no están tan unidos como debieran.
–Hay personas que hacen mucho ruido en contra de este deporte. Pero la actividad que hay en Santander no la hay en muchas otras ciudades de España. Tenemos regatas todos los fines de semana, con vela ligera, los J-80 (con quince o veinte barcos en cada competición, y los cruceros (con otros veinte barcos). Sí es cierto que no hay la afición que tienen otros deportes. No existe esa cercanía. Es una pena, porque el palmarés (con campeones olímpicos, Copa América y de mundiales) que hay aquí lo hay en pocos lugares del mundo. Desde el año 1960, las Olimpiadas siempre han contado con un cántabro en la modalidad de vela. Se considera elitista cuando no lo es.
–Una de sus apuestas es la Escuela de Vela. Sin embargo, tiene más éxito cuando llegan los veraneantes. ¿En casa del herrero, cuchillo de palo?
–Es un deporte que genera muchos valores. Sus señas son el compañerismo, el respeto y la honradez. En el agua no hay un árbitro. Las normas, las cumplimos por principio. Además, ¿sabes lo que aprendes encima de un barco de vela? Te enseña infinidad de actitudes que después se pueden aplicar en el día a día, que te sirven de mucho, tanto en lo personal como en lo profesional. Y después, somos un poco meteorólogos, raras veces nos equivocamos con el tiempo. Todo ello lo enseñamos desde bien pequeños a los jóvenes tripulantes que se apuntan a nuestra escuela de vela. La cuota mensual no es superior a la de cualquier otro campus o actividad deportiva; los barcos los ponemos nosotros y hay un gran mercado de segunda mano. Y después está la oportunidad de conocer mundo, como me ha ocurrido a mí.
–¿Cuando tiene un invitado de fuera, dónde le llevaría a navegar? ¿Cuáles son sus rincones favoritos?
–La costa de Cantabria, desde el mar, es algo indescriptible. La misma bahía es impresionante. Hay calas que no tienen nada que envidiar a las de las Islas Baleares, con sus aguas azul turquesa, como la de Langre, Santa Marina, Mataleñas… Y yo también soy mucho de ir a la punta de El Puntal. Lo cierto es que tras la cuarentena el agua tiene un color diferente. Nunca la había visto tan limpia. Aunque sea en una pedreñera, todo el mundo debería conocer Santander desde el mar.
–¿Dónde me llevaría a comer un buen pescado?
–Al restaurante del Club Marítimo, sin dudarlo. Y los maganitos, en temporada, son una delicia.
–También es de tierra adentro. Su padre fue presidente de la Federación Cántabra de Esquí. ¿Tiene el corazón partido entre la vela y el esquí?
–(Risas). ¡Menudas reliquias me sacas! Toda mi familia es esquiadora. Yo aprendí a los seis años en Alto Campoo. También en este deporte he competido mucho. He ganado varias pruebas nacionales. Llegó antes que la vela. Ahora solo compito en vela.
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