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Los cazadores cazados

Los cazadores cazados

LEYENDAS DE CANTABRIA ·

Tres santanderinos fingieron ir a una cacería para marcharse de vacaciones a Cuba sin saber que sus mujeres iban a descubrirles

Aser Falagán

Santander

Sábado, 22 de octubre 2022, 17:41

Aeropuerto de Sondika, primera hora de la mañana. El País Vasco aún sufre los años de plomo de ETA. En un control rutinario de explosivos en el aparcamiento de la terminal algo raro ocurre. Los perros alerta sobre un coche en concreto. Al comprobar que el vehículo, con matrícula de Santander lleva unos días aparcado las sospechas se agudizan. La Ertzaintza comprueba que no es un coche robado, pero los perros insisten en dar la alerta hasta que se activa el dispositivo antiterrorista y moviliza al equipo artificieros.

Tras forzar la puerta el ertzaina no encuentra nada; todo despejado en el habitáculo. Toca ahora el maletero y detecta un bulto sospechoso. Al enfocar con la linterna la imagen es ya mucho más clara y reveladora. No hay ningún artefacto explosivo; afortunadamente no es un coche bomba, pero ocultas por una manta asoman los cañones y culatas de unas escopetas.

Comienza la investigación. La Policía Nacional se presenta en casa del dueño del coche. Esto según una versión, porque según otra es la propia Ertzaintza la que llama por teléfono. Sea cual fuere la correcta, les recibe o contesta una mujer. Le preguntan por el coche y su dueño:

–Sí, es mi marido.

–¿Y dónde está su marido?

–Se ha ido de cacería con unos amigos a un pueblo en Castilla La Mancha o Extremadura; no lo sé muy bien, pero volverá dentro de unos días. ¿Ocurre algo? –contesta la mujer extrañada.

Vaya si ocurría. Y la policía, que había hecho sus deberes, comienza a sospechar algo. Mientras un equipo se dirigía al domicilio, otro había comprobado que el dueño del coche había embarcado en un vuelo con destino a Cuba. Efectivamente, con otros dos acompañantes, pero rumbo al Caribe:

–Señora, según hemos comprobado su marido está volando en estos momentos a Cuba y su automóvil se encuentra en el aparcamiento de Sondika. Hemos encontrado en el maletero armas de fuego, escopetas, concretamente, y un equipo de camuflaje.

De pronto la mujer sospecha lo mismo que los agentes. Les explica que efectivamente, su marido es aficionado a la caza, tiene todo ese equipo y se ha ido unos días a cazar con unos amigos. Al menos eso le habían dicho. Las caras de circunstancias sirven de saludo cuando los agentes se despiden tras comprobar que todo está en orden, al menos en lo que a seguridad ciudadana se refiere. Antes de que se marchen, les pregunta cuándo regresa el vuelo.

Apenas ha cerrado la puerta cuando la mujer ya sujeta el teléfono para comprobar la coartada y confirmar lo que ya imagina. Efectivamente, las mujeres de sus dos maridos les creen también en una cacería. Complicado, si las escopetas están en Sondika y el coche, en dirección opuesta a la supuesta finca a la que les habían invitado. Complicado, si la policía sabía que estaban en Cuba.

Mientras, a miles de kilómetros, los tres amigos disfrutaban de sus vacaciones: sol, playa, piscina y turismo sexual, sin saber lo que estaba ocurriendo en Santander y con una hoja de ruta muy sencilla: cambiarse de nuevo de ropa de regreso a Bilbao y contar las anécdotas pactadas sobre la montería. Un plan sin fisuras. O eso creían.

Sin embargo, tras desembarcar en Sondika el escenario es muy diferente. Cuando llegan a la terminal, aún en bermudas y con camisas de colores, se topan de bruces con sus mujeres, ansiosas por saber cómo había ido esa cacería sin escopetas y en otro continente.

Como la de La Riñoneta, la chica de la curva del Páramo de Masa, la carne de gato en los restaurantes, el chip de perro en el estómago, el secuestro en el centro comercial o el bebé negro, la leyenda urbana, por otra parte completamente falsa, solo pasó por Cantabria en su interminable ruta hacia el olvido. Antes estuvo ambientada, al menos, en el Aeropuerto de El Prat. Incluso, para darle más color a la historia, durante los Juegos Olímpicos de Barcelona, para que los estrictos controles de seguridad hicieran más creíble la historia, o al menos le dieran más colorín. El coto de caza cambia de lugar según la versión, pero Cuba permanece pertinaz como destino.

Incluso hay una versión alternativa en la que los cazadores no son cazados y se salen con la suya. A su regreso descubren que la policía ha forzado el coche y requisado las armas de fuego, esas que habían detectado los perros, pero actúan con rapidez. Antes de regresar, compran unos nuevos equipos de caza y armas, fingen que han sufrido un intento de robo en el coche y el asunto no pasa a mayores. Algo lógico, si se tiene en cuenta que jamás ocurrió.

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