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Cierra uno de los comercios más antiguos de Santander: Calzados Ocharan, en la calle Juan de Herrera, negocio fundado hace más de un siglo por Francisca Ocharan. Una tienda especializada en zapatillas de casa, las de toda la vida de paño, pana o piel y ... borreguito por dentro; un calzado para el descanso hecho en España, condición indispensable para estar en las estanterías de este negocio tradicional que tiene una clientela fiel desde hace cuatro generaciones.
«Tengo clientas que ya atendía a sus abuelas y que ahora compran para sus hijos género infantil», explica la actual propietaria, Salva Prellezo, que entró a trabajar a la tienda con 14 años, a las órdenes de Francisca y de su hijo, Francisco Javier. Cuando este se jubiló, se lo traspasaron a ella.
Salva lleva más de cuarenta años despachando en los 60 metros cuadrados de la tienda, que reúne más de 6.000 pares de zapatillas de lona para niños, merceditas o alpargatas. Y llega la hora de su jubilación, por lo que el negocio cerrará cuando agote existencias, que calcula que ocurrirá dentro de un año.
Salva Prellezo
Propietaria de Calzados Ocharan
«La clave de este negocio ha sido especializarse y no querer abarcar todo el calzado (que al principio tenía), sino centrase en las zapatillas de casa, sobre todo de piel, de mucha calidad, que es lo que nos diferencia. Hay muchas clientas veraneantes que compran aquí cuando vienen porque lo tienen más a mano que en sus ciudades», explica. «Las zapatillas de paño o pana y forradas por dentro de lana, nunca pasan de moda», añade convencida Prellezo.
El género viene de Valencia, Alicante, La Rioja y Baleares –entre otros puntos–, expertos en alpargatas y en piel. «Son mis proveedores de toda la vida», dice. Una de las premisas del negocio es vender exclusivamente productos fabricados en España: «Aquí hay buen calzado, no hace falta traerlo de ningún sitio, y hay que mirar un poco por el trabajo de los de aquí. Además, es de mucha mejor calidad. Una zapatilla fabricada fuera dura una semana, mientras que las que yo vendo duran dos años», asegura Salva, que espera «con mucha ilusión» el día de su jubilación.
«Han sido muchas horas en este local, de lunes a sábado. Tengo una hija que vive fuera y casi no puedo ir a verla. No me puedo mover de aquí», lamenta esta mujer, aunque con una sonrisa constante en sus ojos, que revelan su vitalidad y optimismo.
Con este temperamento ha lidiado con la pesada carga que arrastra el comercio minorista, que ha visto como «la venta on line nos ha ido arrinconando». «Aunque la época más difícil –continúa– fue cuando empecé a dirigir la tienda, en 2012, que vivimos una crisis económica dura».
Respecto a los nuevos hábitos de consumo, con más rebajas y periodos de ofertas, como el 'viernes negro', Salva Prellezo valora que no van con ella. «No le veo la coherencia a bajar el precio un día y al día siguiente volverlo a subir. No lo he hecho nunca». Lo que sí ha hecho siempre a lo largo de su trayectoria, destaca, ha sido «afinar el precio, dejando un margen, pero pequeño», y también «ser amable aunque tenga un mal día, que lo aprendí de la fundadora».
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