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Al prender noviembre se cumplirán 28 años de la caída del muro de Berlín jubilosamente aplaudida entonces en nombre de la libertad. Tres décadas después ... hemos cambiado mucho. Cayeron las piedras, permanecen las distancias. Quienes antes derribamos prejuicios ahora levantamos fortalezas para proteger nuestro bienestar. Durante un tiempo –vencido el enemigo del bloque soviético– bastó el simbolismo administrativo de las fronteras. Pronto creamos otros adversarios. Ahora nos protegemos de los pobres que huyen de hambres y guerras. Convierte tu muro en un peldaño, versó Rilke.
Hoy construimos muros de Adriano, tangibles, alrededor de nuestros pequeños imperios. Blindamos y aislamos urbanizaciones y casas con perímetros de piedra y cercas. El muro de la vergüenza de Israel no es una épica aislada. Trump prometió al pueblo americano un colosal muro con México. El húngaro Víktor Orban levanta otro electrificado en el corazón de Europa que, según él, nos defiende de refugiados y migrantes. Nosotros sostenemos nuestra débil resistencia en la valla de Melilla.
De lo universal a lo local. Santander iba a derribar las vallas del Puerto, a liberar espacios y conquistar el frente marítimo para los ciudadanos. Pero justo el día que el estrenado paseo marítimo se 'preinaugura' –véase como la propaganda oficial rentabiliza por fases los adoquinados–, el Puerto comunica que va a elevar las vallas cuatro metros para impedir que salten los polizones. Paradójica nueva. Menos mal que iban a caer los muros. Al parecer los métodos defensivos avivan –desde una estética anacrónicamente medieval– ese antagonismo del nosotros y ellos con un muro en medio. Lo único bueno es que se puede escribir sobre ellos.
Antes habitaba cierta resistencia en las proclamas de tiza de los muros. 'Tengo los pies puestos sobre el cielo', rezaba un callejón en Santander. Hoy, soporte urbano para grafitis, el homo videns de Sartori reivindica sin palabras. El poeta chileno Nicanor Parra mandaba a sus alumnos salir a la calle a buscar frases escritas en las paredes. Él alumbró algunas para tiempos de malentendidas patrias y banderas. Dijo el antipoeta: creemos ser un país y la verdad es que somos apenas paisaje.
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