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Cinco historias muy de La Esperanza

Cinco historias muy de La Esperanza

Sus cerca de 80 puestos acogen todo tipo de situaciones: familias enteras, puestos centenarios, empleados convertidos en jefes y recién llegados

Ángela Casado

Santander

Domingo, 14 de abril 2024, 07:59

El Mercado de la Esperanza acoge tantas historias como puestos hay, en torno a 80. Hay sagas familiares que se remontan a la inauguración del edificio, hay puestos centenarios que nunca han echado el cierre, hay personas que se resisten a jubilarse porque la Plaza «es su vida» y hay recién llegados que han encontrado en este edificio su casa. Con motivo del 120 aniversario de este histórico inmueble, los comerciantes de cinco puestos cuentan sus vivencias y explican por qué este lugar es tan especial para ellos.

Hay todo tipo de anécdotas. Los hermanos Movellán de la Carnicería Tito, Antonio y Jesús, son la tercera generación de carniceros de su familia, ya que su tío abuelo participó en la subasta que se realizó en 1904, cuando el edificio estaba recién inaugurado y había que asignar cada puesto. Aunque han atendido diferentes mostradores desde entonces, son toda una saga familiar enraizada en La Esperanza: abuelos, padres, hermanos y hasta la mujer de Antonio, Gema, que trabaja en un puesto cercano. Muchos negocios tienen este componente familiar. Por ejemplo, Carmen Revert, de Frutería El Valenciano, también es tercera generación y, a sus 64 años, empieza a pensar en la jubilación. En el caso de Mari Luz Pérez, de Alimentación Dictinio, ya alcanza a la cuarta generación, que representa su hijo. Pertenecen, además, al puesto más antiguo en activo de la Plaza. Lo abrió el abuelo de Mari Luz en 1910 y están en el mismo desde entonces.

Pero también los hay sin lazos familiares. Como Cheli Martínez, que empezó como empleada hace 38 años y aprendió la profesión de pescadera con su entonces jefe. Tanto se enamoró de la Plaza que, cuando él se jubiló, ella tomó las riendas de El Faro. Y aunque muchos tienen largas trayectorias en el Mercado, también hay recién llegados como Miguel Soberón, de Carnes Soberón, que abrió hace un año y está encantado con su decisión «y con la buena acogida que han tenido mis productos entre los clientes que no pueden consumir gluten».

  1. Antonio, Gema y Jesús Carnicería Tino y El Rincón de Alejandra

    Una saga familiar que se remonta a 1904

Antonio y Jesús, de la Carnicería Tito; y Gema, de El Rincón de Alejandra. Roberto Ruiz

Antonio y Jesús Movellán son hermanos y llevan toda la vida al frente de la Carnicería Tino. Pero los lazos familiares no se quedan ahí, ya que la mujer de Antonio, Gema, también trabaja en la Plaza. Está prácticamente enfrente, en El Rincón de Alejandra, y vende legumbres y productos gourmet. La vida de los hermanos está vinculada a la Esperanza desde que tienen uso de razón. Antonio y Jesús, que empezaron a trabajar en torno a los 15 años, pertenecen a la tercera generación que trabaja en el mercado, ya que un hermano y un primo de su abuelo, Marcelino y Cayetano, participaron en las subastas de 1904 para obtener un puesto. No se considera que el suyo sea el más antiguo de estas instalaciones porque desde la apertura hasta hoy han ido cambiando de mostrador, pero sí pueden garantizar que sus antepasados estuvieron en La Esperanza desde el día de la inauguración.

Antonio y Jesús llevan 46 y 42 años respectivamente trabajando en el Mercado y hace 13 se unió Gema. Desde su mostrador, han vivido la evolución del comercio desde hace casi medio siglo hasta la actualidad: «La aparición de las pastas y los elaborados cárnicos cambió la alimentación de los santanderinos. El surgimiento de los supermercados también afectó a la forma de consumir», explica Antonio. Aunque fueron dos factores que han incidido directamente en las ventas de los mercados, no tienen queja porque La Esperanza «es un referente, un mercado que está vivo y al que la gente acude en busca de calidad».

Los dos hermanos están cercanos a la jubilación y, aunque ambos tienen hijos, se dedican a otros sectores laborales, lo que hace indicar que no habrá una cuarta generación de 'Movellanes' en la histórica plaza.

  1. Carmen Revert Frutería El Valenciano

    A las puertas de jubilarse tras 50 años de trabajo

Carmen Revert en su puesto de fruta El Valenciano. Roberto Ruiz

Tiene 64 años y «ni una arruga», como apuntan sus clientes. Le viene de familia, ya que su padre, a los 98 años, «está también hecho un chaval». Carmen Revert lleva 50 años atendiendo en la Frutería El Valenciano y está a las puertas de la jubilación, aunque asegura que está encantada detrás del mostrador. «Todavía seguiré un tiempo más, estoy muy contenta con lo que hago». Si su trabajo se redujese a las horas que está en su puesto, seguiría muchos más años, pero lo que ya no lleva tan bien es levantarse a las cinco para ir a Mercasantander. «Hay mucho trabajo antes de abrir y eso sí es cansado».

Empezó a trabajar con sus padres a los 14 años y, para poder compaginarlo con el instituto, cambió los horarios para ir a clases nocturnas. Pero no tardó en tener claro que su futuro estaría ligado al mercado. Pertenece a la tercera generación de Revert en la Plaza y duda que haya una cuarta. El nombre de su puesto viene de sus abuelos, que eran valencianos, y aunque algunos de sus tíos también nacieron allí, su padre ya nació en Cantabria. «Todos hemos sido fruteros». Al principio, traían los productos de Valencia, pero con los años empezaron a ampliar sus fronteras. «Ahora la fruta y la verdura viene de toda España, mucha de Andalucía», explica Carmen.

Tantos años al frente del negocio le ha servido para hacer una buena cartera de clientes. No hay más que acercarse una mañana cualquiera al mercado para comprobarlo, porque las colas para comprar su fruta son una constante. «El mercado resiste, por eso no tengo queja. Muchos clientes siguen eligiendo venir aquí y por ejemplo los jóvenes, que tienen menos tiempo entre semana, vienen los sábados». Porque en La Esperanza no hay descanso: «Aquí, el verano y la Navidad es cuando más se trabaja».

  1. Cheli Martínez y Rosa Pescadería El Faro

    20 años de empleada y 18 como jefa

Cheli y Rosa en su puesto de Pescadería El Faro. Juanjo Santamaría

Cheli Martínez empezó a trabajar en el Mercado de la Esperanza hace 38 años. A diferencia de otros casos, ella no venía de familia de pescaderos y comenzó como empleada en la Pescadería El Faro. No tardó en enamorarse de la profesión, en disfrutar con el producto y con el trato directo con el cliente. Así que cuando su jefe le anunció que se jubilaba, no se lo pensó dos veces y tomó las riendas del negocio. Pasó 20 años como empleada y ya lleva prácticamente lo mismo como jefa, un total de 18 años. Trabaja codo con codo con su empleada Rosa, con la que tiene una relación inmejorable.

Aunque ya lleva mucho tiempo detrás del mostrador, la jubilación es algo que todavía le suena lejano. Y no tiene ninguna prisa «porque soy feliz aquí». Tiene clientes desde hace 30 años «y para mí es un placer tratar con ellos. Que vengan, me pidan lo que quieran o se dejen aconsejar. Hay algunos que vienen y me dicen: 'me voy a llevar dos cosas, las que tú me digas', porque confían en mi criterio».

Sus maratonianas jornadas empiezan a las cinco o seis de la mañana, cuando visita la lonja. A pesar del «madrugón», le parece que esa actividad, previa a abrir su puesto, también tiene «mucho encanto». «A mí me gustan todas las tareas de este trabajo, menos cargar con las cajas», afirma entre risas Martínez.

Es la primera de su familia que se dedica a la venta de pescado y todo hace indicar que también será la última. Su hijo «no sabe ni lo que es un rape», comenta divertida, porque sus aspiraciones están a años luz del mercado. Es futbolista profesional, por lo que Martínez no cree que tenga pensado cambiar tan drásticamente de profesión. «De esto no sabe nada. Si quisiera aprender, le enseñaría, pero su carrera está hoy muy lejos de aquí».

  1. Mari Luz Pérez y Nuria Alimentación Dictinio

    El puesto más antiguo en activo, de 1910

Mari Luz y Nuria, empleada del comercio, delante de su mostrador. Roberto Ruiz

Alimentación Dictinio es el puesto en activo más antiguo de la plaza de la Esperanza. Mari Luz pertenece a la tercera generación y su hijo también trabaja con ella. Aunque él no atiende en el mostrador, se dedica a hacer repartos y a recorrer España en busca de productos. Fueron los abuelos de Mari Luz quienes inauguraron este puesto en 1910 y desde entonces han estado en el mismo sitio. Aunque ella empezó la carrera de Filosofía y Letras en Valladolid, siempre siguió vinculada al mercado, ayudando a sus padres, y finalmente siguió los pasos de su familia y dejó los estudios para trabajar en Dictinio. Llegado el momento, cogió el relevo y ahora trabaja con su hijo y dos empleadas. Nuria, que considera a Mari Luz «de la familia, estoy muy contenta aquí», y otra chica que actualmente está de baja por lactancia. Dictinio tiene dos puestos, en uno atienden y en el otro, justo enfrente, tienen los frigoríficos y hace las veces de despensa.

Cuando abrieron sus abuelos, se dedicaban a la venta de queso y, poco a poco, fueron sumando más productos, sobre todo de embutido. Y su forma de trabajar apenas ha cambiado. Como hacía su padre, ahora es su hijo quien recorre España en busca de los mejores artículos. «Va a León a por la cecina, a Salamanca a por el jamón, a Palencia a por queso... Es la mejor manera de funcionar, de tener el producto que quieres sin depender de nadie», explica Mari Luz.

La cuarta generación, la de su hijo, seguramente será la última al frente del puesto más antiguo de La Esperanza. Aunque Mari Luz tiene una nieta, todavía adolescente, de momento no tiene intención de tomar el relevo porque su intención es ser veterinaria. «Ya veremos qué decide más adelante, pero de momento no parece que quiera continuar con el negocio familiar».

  1. Miguel Soberón Carnes Soberón

    El último en llegar y 100% libre de gluten

Miguel Soberón en su puesto de carne 100% sin gluten. Juanjo Santamaría

Tenía claro que, si quería abrir una carnicería en el Mercado de la Esperanza, tenía que diferenciarse de las demás. Y encontró su nicho en los celíacos y en ofrecer productos 100% sin gluten. Miguel Soberón, de Carnes Soberón, asegura que su negocio es «el único» de estas características en Cantabria. Llegó a la Plaza hace apenas un año y lo hizo de casualidad. Su pescadera de confianza, en la planta baja del edificio, le animó a abrir un negocio cuando él volvió de Asturias, donde trabajó varios años como encargado de despiece en una fábrica.

La idea le convenció, porque había estudiado cinco años atrás una FP de carnicero y quería dedicarse a ello. Y el lugar le pareció idóneo. «Vi este puesto y me gustó. Como me había formado en riesgos alimenticios, vi una oportunidad en especializarme en productos para celíacos. Y tenía claro que iban a serlo todos para no tener ningún riesgo de contaminación cruzada».

La acogida «ha sido muy buena» y aunque lleva poco tiempo ya tiene una buena cartera de clientes fieles. Además, como es el único de la región dedicado 100% a productos sin gluten, le reclaman desde otros municipios. «Las tardes que cierra el Mercado, hago repartos por Cantabria», explica el carnicero.

Soberón no es celíaco, pero sabía que era un mundo donde había hueco. Las personas con esta enfermedad «son muchas veces desconfiadas», ya que es muy fácil que los alimentos se contaminen con el gluten de otros, razón por la que en su puesto no hay nada que lo contenga. «Ponte en el caso de que me comiera un pincho de tortilla. Ya estaría contaminado por el pan que lo acompaña. Así que en cuanto llego a mi puesto me lavo muy bien las manos antes de empezar a trabajar y aquí no entra nada que pueda tener trazas de gluten».

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