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«¿El Día Mundial de qué?», contesta enarcando las cejas uno de los guardas de seguridad de la estación de Feve de Santander a la pregunta del periodista. «Llevo aquí desde las ocho y media de la mañana –rozaba ya el mediodía– y he visto el mismo trasiego de siempre», apostilla rotundo. «Lo único que hemos notado es que ha habido más jóvenes porque ha comenzado la actividad en los institutos y la universidad», corrobora su compañera en la taquilla. El Día Mundial sin Coches, que se celebra cada 22 de septiembre, pasó desapercibido en la capital cántabra. O, al menos, pocos dejaron el automóvil en casa para desplazarse en tren.
La jornada que se creó en la década de los noventa para desincentivar su uso en las ciudades y promover otros tipos de transporte más sostenibles no tuvo éxito. Y eso que el Ayuntamiento de Santander decidió no cobrar a los usuarios del servicio municipal de autobuses, el TUS. Un cartel en el frontal de los autocares anunciaba que el de ayer era el día sin coche. «La gente se está enterando al subir cuando le indico que no debe pagar, aunque sí pasar la tarjeta, porque es gratis», comenta Eduardo, chófer de la línea que une el centro con el barrio Pesquero. «Por lo demás, el panorama en cuanto a tráfico y atascos es el mismo de otros días», sentencia. Tampoco en la estación de autobuses se percibe más actividad de la habitual. «Se debería notar más ambiente, es cierto», comenta Ángela, la propietaria del quiosco. «Pero, claro, la gente coge cada vez más el coche porque hay menos líneas y frecuencias, sobre todo tras el estado de alarma», se lamenta.
Otro de los termómetros para medir él éxito o fracaso de esta jornada reivindicativa son los conductores profesionales. Los taxistas, como José Luis, tienen el ojo entrenado. «Es lo mismo de todos los años, pero hay los mismos coches y las mismas retenciones: en La Marga, Castilla-Hermida...», cuenta. «Yo creo que hay incluso más vehículos que otros días», apostilla Vitali, aparcado justo delante de él en la parada de la estación de Renfe. Tampoco allí han notado, como certifica el empleado de la taquilla, que la gente se haya animado a desplazarse a Santander en tren. «Es que no se ha enterado nadie. He tenido el trabajo habitual de todos los días», añade Eduardo, que conduce la grúa municipal que se encarga de llevar al depósito los coches mal aparcados.
«Igual no se ha publicitado tanto, por eso se está notando menos», comenta Víctor mientras conduce por la línea central, la que cruza transversalmente la ciudad. Está haciéndose a los mandos del autobús eléctrico que durante estos días circula a modo de prueba. Tampoco aquí hay que pagar, lo que sorprende a los usuarios. «¿Y esto, es nuevo?», pregunta una señora al subirse, ya que no está pintado con los colores del TUS. «Pues no hace nada de ruido», comenta otra a su lado. Mientras tanto, Víctor departe con otro compañero que ha venido exclusivamente para comprobar las bondades y defectos del vehículo. «No gasta mucha batería, al menos en el turno de mañana. He comenzado a las 8.30 y sólo llevo gastado un 17% de la batería –eran las 12.40 horas–», le cuenta. Al llegar a la parada de El Sardinero, se baja de la cabina para descansar hasta iniciar la siguiente ronda en unos minutos. En eso se le acerca un viandante curioso. «¿Ya le has visto la batería?», le pregunta curioso. «Claro, están en el techo: 3.000 kilos de baterías», le responde. El vehículo es tan alto que casi no entra por las nuevas cocheras. De momento, circula a modo de test hasta que el Consistorio se haga con dos unidades con un desembolso de 1,3 millones.
Pero la jornada sin coche también contó con sus adeptos. «Para mí todos los días son el Día Mundial sin Coche. Uso el patinete cuatro veces a diario», comenta David, que utiliza el carril bici para ir de la plaza de las Estaciones donde reside hasta el concesionario de automóviles Jaguar, en la avenida de Parayas, donde trabaja en horario partido. «Yo sólo cojo el coche dos veces al mes, como mucho. El resto, en bici. Es más rápido, más cómodo y, sobre todo, más gratificante», explica Gonzalo frente al Palacete del Embarcadero.
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