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Al caer la noche un peligro acecha la arteria principal de entrada y salida a Santander. De día el barrio Castilla-Hermida es una vorágine de ruido, bocinazos y coches mal aparcados. Uno de los barrios más poblados de Santander, que nació con su ... fisonomía actual a mediados de los años cincuenta como ensanche residencial incrustado entre dos ríos de asfalto que dejó atrás las pequeñas casas y antiguas naves comerciales e industriales. El trasiego es constante por la mañana, cuando respira la actividad de la ciudad y es además paso obligado para buena parte de quienes trabajan en Santander pero llegan desde otros municipios a través de la S-10.
Pero cuando cae la noche el mismo paraje es un lugar mucho más tranquilo, en el que los bares cierran pronto, no hay aglomeraciones porque tampoco hay demasiados lugares en los que juntarse y los coches transitan sin prisa, con toda la gran calzada para ellos mientras transita las aceras puñado de peatones que salen tarde de trabajar, o de la tasca, camino de casa. Poco más.
Sin embargo, la leyenda urbana construyó otra realidad en los años ochenta y noventa del siglo XX. Según el rumor, al caer la noche un coche patrullaba la zona con malas intenciones. Un automóvil sin luces que circulaba insistentemente por la calle Castilla y por Marqués de la Hermida como una sombra al acecho; a la caza de víctimas. De peatones que cruzaran despistados para asustarlos y, de tener la oportunidad, atropellarlos. Incluso en busca de otros conductores a los que enfrentarse en un particular y macabro reto cotidiano.
La moraleja o consejo eran también muy claros. Si se cruza con ese coche en el barrio, justo cuando esté entrando o saliendo de la ciudad, haga caso omiso. No trate de avisarle. No toque la bocina, no le dé las largas ni trate de indicarle con gestos que no lleva las luces. Eso es precisamente lo que busca y lo interpretará como una aceptación del reto. Puede que incluso trate sacarle de la carretera. Y si no es así, peor, porque el asunto puede derivar en algo todavía más inquietante y peligroso.
Guarde una prudente distancia hasta que su dirección se separe. Si lo hace, podrá seguir su camino sin problemas, pero si hace cualquier tipo de señal frenará en seco, girará si es necesario y comenzarán a perseguirle. Y no se rendirá. El coche sin luces le seguirá incansable hasta que llegue a su destino, se dé por vencido y aparque asustado o se quede sin gasolina. Después corra, siga corriendo, o cruce los dedos para sobrevivir a la paliza. Tal vez si son los suficientes salgan indemnes, porque el piloto del coche negro nunca va solo; siempre lleva compañía para sus escaramuzas.
El relato se extendió por el Santander de la época con gran éxito, pero, se lo repito una vez más por si no ha quedado completamente claro, que nadie se preocupe. No solo es falso, sino que se trata de una de las leyendas urbanas más clásicas, casi a la altura de la de la chica de la curva y los helicópteros negros –que, por cierto, también tienen sus versiones cántabras–, y que llegó a Cantabria como a infinidad de lugares.
La leyenda original, si se puede utilizar este adjetivo, no es que sea similar; es que resulta prácticamente idéntica, más allá del folklore o contexto local y del color del que la quiera vestir el narrador o la narradora de turno. Una historia recurrente sobre un coche que patrulla en solitario y persigue a otros o que incluso intenta sacar de la carretera a todo aquel que trate de adelantarle o le haga unas ráfagas para tratar de avisarse de que circula ciego. Una leyenda urbana que regresa periódicamente transformada en bulo en cualquier ciudad y que ajusta como un guante a medida a una de las zonas con más densidad de circulación de la capital de Cantabria.
En este caso hay un punto de partida bien claro. Por una parte, un enfrentamiento entre bandas en Estados Unidos en los años ochenta que sirvió como fuente de inspiración. Por otra, una película de finales de los noventa titulada precisamente 'Urban Legend' (Jamie Blanks, EEUU, 1998), que tuvo vierto recurrido recorrido comercial, un par de secuelas y popularizó de algún modo una serie de historias similares, aunque no idénticas, a la del coche asesino. Así se generó un fenómeno viral, aunque no se puede asegurar sin ningún género de dudas que la historia no naciera antes en cualquier otro lugar con alguna moraleja de la que solo ha quedado la precaución al volante con los desconocidos. Que por otra parte tampoco es nada mal consejo en cualquier tiempo y lugar.
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