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Un coleccionista, ayer, en el restaurante de la bolera Mateo Grijuela. Antonio 'Sane'
Coleccionistas de almanaques de bolsillo

Coleccionistas de almanaques de bolsillo

Aficionados de toda España se dieron cita ayer en el restaurante de la bolera Mateo Grijuela donde intercambiaron sus calendarios repetidos

Laura Fonquernie

Santander

Domingo, 8 de marzo 2020, 07:52

Te dan uno de pequeño en algún bar. Luego un vecino te regala otro porque sabe que los guardas», cuenta Miguel Ángel Fernández. Así se empieza y al final, uno más uno, acaban sumando 50.000. O quizás más. Y desde aquel primer calendario de bolsillo que aterrizó en sus manos han pasado ahora 40 años, y lo que comenzó de forma casual o casi sin querer, hoy se ha convertido en una colección de la que ya es imposible dar un número exacto. «El más antiguo que tengo es de 1943», dice. ¿Y el más preciado? «Uno de La Salle -el colegio donde estudió- de 1956». En este mundo los calendarios más antiguos escasean y encontrarlos es tarea complicada. Por eso son también los más cotizados. Quién iba a pensar en la década de los cincuenta que aquel calendario de bolsillo que alguien utilizó para organizar sus vacaciones familiares iba a estar setenta años después guardado en el álbum de algún coleccionista. Como los de las series de las decenas de aficionados de toda España que se dieron cita ayer en el restaurante de la bolera Mateo Grijuela en la novena edición del Encuentro de Coleccionistas de Calendarios de Bolsillo y Varios.

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Imagen principal - Coleccionistas de almanaques de bolsillo
Imagen secundaria 1 - Coleccionistas de almanaques de bolsillo
Imagen secundaria 2 - Coleccionistas de almanaques de bolsillo

«Me fijo en que me gusten», explica Fernando Argüello, vecino de Valladolid que viajó hasta Santander para intercambiar estos tesoros. Y aquí, sin duda, los hay para todos los gustos. «Aunque al final también coges repetidos», reconoce. Luego, con esos mismos calendarios, va a ciudades como Madrid donde, explica, «circulan otros diferentes» y encuentra la oportunidad de intercambiarlos. Porque sí, así funciona este universo: se cambia uno por otro, igual que ocurre con los cromos. En el restaurante, los coleccionistas estaban repartidos en mesas y corrillos. Cada uno llevaba los calendarios que tiene repetidos. Había quien los tenía guardados en cajas de zapatos, también los que cargaban con esas de regalices que se ven en las tiendas de chucherías. Algunos llevaban sus calendarios incluso en mochilas de deporte más propias de un gimnasio o de un patio de colegio.

Hasta 250 euros

«Mira que maletada», señalaba José Antonio Gutiérrez, uno de los organizadores. «Si digo que aquí ahora hay 40.000 calendarios, me quedo corto». Y eso que algún coleccionista falló «por el tiempo», añadía. La gente entraba y salía. Cada uno tomaba asiento donde le parecía, daba igual porque lo más probable es que, a lo largo del día, terminase en otro sitio. Y así, en cada esquina empezaban a mirar los calendarios del de al lado. El primer paso del intercambio. «Toma, ya he visto los tuyos. Te debo diez, ¿vale?», se escuchaba de vez en cuando. Eso significaba que alguien había terminado de repasar la colección de otra persona y que, en ese proceso, había ido separando en un taco los que le llamaban la atención, le gustaban o, simplemente, no tenía. Cada cual con sus motivos.

Los hubo que prefirieron contarlos para saber con exactitud cuántos calendarios se llevaban. Pero hay una manera más sencilla de contabilizarlos. Lo explicaba Ander Aguinaco, «es fácil, pones el taco al lado y si son iguales, ya está». Él llegó a la capital cántabra desde Bilbao y colecciona calendarios de bolsillo «de toda la vida» aunque reconoce que «antes era más fácil empezar porque había más, ahora apenas sacan». Explica el bilbaíno que en una cita como esta lo habitual es intercambiarlos. Podría decirse que esa es la gracia. Pero también hay quien paga por ellos. ¿Y cuánto dinero? «Yo he podido pagar hasta 250 euros», cuenta Víctor Ercilurruti. Su colección es algo peculiar, es el que más calendarios tiene de Heraclio Fournier, «unos 10.000», redondea. Dice que los prefiere porque son del mismo tamaño y tienen una calidad especial. Antes coleccionaba sellos, ahora lleva siempre encima una agenda donde tiene apuntados los calendarios que le faltan, «es mi chuleta». Ayer no pudo tachar ninguno de la lista.

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