Comercios a pie de escalera
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Solidaridad ·
Tras el incendio de 1941, los vecinos se volcaron con los comerciantes que habían perdido sus locales y les cedieron espacio en sus portales. Algunos aún perduranÁngela Casado
Santander
Domingo, 29 de enero 2023, 07:39
En una sociedad cada vez más individualista cuesta creer que hubo una época donde los comerciantes y los vecinos de cada barrio eran prácticamente familia. Para lo bueno y para lo malo. Desde compartir chascarrillos a pedir favores personales. Y en Santander, a finales de los 30 y principios de los 40, se vivieron dos situaciones en las que el apoyo dentro de la comunidad fue indispensable: la Guerra Civil y el incendio que en 1941 arrasó gran parte de la ciudad. Como apunta el historiador Pedro Sarabia, las llamas arrasaron en torno a 500 comercios. Para algunos, los más grandes, se construyeron barracones para que pudieran seguir atendiendo desde allí a sus clientes. Para los más modestos, los propios vecinos habilitaron espacios dentro de los edificios, en los huecos junto a las escaleras que habitualmente ocupan las porterías.
Y, aunque fue una solución tomada por la urgencia de la situación, se convirtieron en una parte más de los portales, en un vecino más. Y, aún hoy, algunos perduran. Uno de los más representativos, porque está prácticamente igual que entonces, es la administración número 13 de Loterías, enfrente del Ayuntamiento. Pero quedan más: en la calle Burgos está Rafi, que vende paraguas y prendas para la lluvia. Un poco más arriba, cerró hace poco Minigal, una tienda de regalos. Ya en la calle Vargas, el taller Nuevo Tiempo sigue reparando relojes. Están en peligro de extinción, pues muchos no tienen relevo generacional o se los ha llevado por delante alguna reforma del edificio que durante décadas los acogió. También los hay que se han adaptado a los cambios, como Monerris. Llegó a Amós de Escalante cuando las llamas arrasaron la calle La Blanca –en la zona de la Porticada– y, cuando a mediados de los 90 se reformó el inmueble, adquirieron el bajo comercial. Incluso con temor, recuerda Maribel Iborra: «Nos preocupaba que nuestro éxito se debiera al encanto de aquel pequeño local».
Aunque la mayoría de los comercios que se 'cobijaron' dentro de portales lo hicieron tras ver arder sus locales, algunos lo hicieron algunos años antes, como la administración número 13. Hoy, está prácticamente igual que hace 80 años. Conserva la cartelería, los cristales y los marcos. Y aunque el letrero más grande está ahora cubierto con el oficial de Loterías y Apuestas del Estado, el original sigue debajo. En este caso, su ubicación en la portería es un par de años anterior a la guerra. En concreto, a Manolita Cagigas le pusieron al frente del negocio en 1934 por tratarse de una mujer viuda de militar.
«Era habitual en la época que a estas viudas les pusieran una administración de Loterías o un estanco para que siguieran teniendo ingresos tras el fallecimiento de sus maridos», explica Olga Gutiérrez, que gestiona ahora la administración junto a su socia Teresa Gajano. Aunque son ellas quienes están al frente, siguen refiriéndose a la hija de Manolita, Aurora Iglesias, como «la jefa». Ya tiene 95 años, pero está muy unida al negocio. De hecho, dejó de regentarlo hace apenas diez años. Como es un espacio tan pequeño, junto a las escaleras del número 3 de la calle Jesús del Monasterio, las colas en la puerta son habituales, más aún cuando se acerca la Navidad. Además de la curiosidad de su ubicación, el negocio ganó popularidad porque repartió grandes premios durante décadas. De hecho, Gutiérrez y Gajano tienen una abultada carpeta de recortes de periódico antiguos, de la década de los 40 en adelante, que detallan los millones de pesetas que repartía la 'Doña Manolita' de Santander.
Muy cerca de esta administración está Monerris. Mientras el primero sigue prácticamente idéntico que en los años 40, la popular tienda de turrones y helado es, hoy, totalmente diferente. Antes del incendio, este comercio estaba en la calle La Blanca, una de las más afectadas por el incendio –de hecho, ya no existe–. Y como tantos otros, se refugió en un portal gracias a la solidaridad de los vecinos. Hoy sigue en el mismo sitio, en Amós de Escalante, aunque el espacio ya no tiene nada que ver. El pequeño espacio que ocupaban en el portal, donde se acumulaban los turrones «y se sacaba el máximo partido a cada espacio», es ahora un amplio local con su barra. Aunque el cambio fue a mejor –ahora tienen mucho más espacio para los productos y los clientes–, lo hicieron por obligación, ya que a principios de los 90 se reformó el edificio y se eliminó la pequeña portería. En su lugar, se construyó un local comercial donde decidieron seguir con el negocio. «Con miedo de que a los clientes no les gustase el cambio y dejasen de venir», reconoce Iborra, ya jubilada, que pasó décadas al frente hasta que su hijo, Alfredo Mira, tomó el relevo. También la forma de trabajar ha cambiado mucho desde que llegaron al portal. Entonces, Monerris solo vendía turrón. Lo fabricaban en Jijona, de donde es originaria la familia, y venían a Santander por Navidad para venderlo. «Y cada vez nos quedábamos más». A mediados de los años 60 incorporaron el helado a su catálogo de productos, aunque seguían yendo y viniendo. «Nos íbamos en Nochevieja, después de vender los turrones, y volvíamos en abril, para empezar a vender helados», explica Iborra. Hasta que llegó un momento en el que siempre estaban abiertos en Santander –aunque siguen fabricando en Jijona, a donde viajan a menudo por cuestiones laborales–.
En la calle Burgos, sobrevive Rafi, que vende paraguas y artículos para la lluvia desde hace poco más de 20 años. Una de las cosas que más le gusta de su particular puesto es la sensación de vecindad, ser uno más en el edificio. «Los vecinos siempre me saludan cuando vienen y van, tenemos muy buena relación». A pocos metros de él, la tienda de regalos Minigal cerró recientemente y el portal está actualmente en medio de una reforma.
Mientras la cesión de barracones para los negocios más grandes fue una decisión institucional, «la cesión de portales fue una acción vecinal, que nació de la comunidad. Y a pesar de que surgió a raíz de un suceso concreto, no fue una solución puntual, ya que a día de hoy quedan algunos abiertos», explica el historiador y defensor del patrimonio gráfico, Federico Barrera, al frente del proyecto Santatipo. Lamenta, sin embargo, que cada vez queden menos y recuerda, entre otros, la papelería Rocío, en la calle Burgos, que tenía un rótulo de cristal único ya desaparecido, pues el portal se reformó en 2015. «Este tipo de negocios son únicos y deben protegerse antes de que sea demasiado tarde», teme.
El historiador Pedro Sarabia recuerda que el incendio de 1941 se llevó consigo cientos de negocios ubicados en las calles La Blanca, San Francisco y el entorno. «La mayoría del pequeño comercio de Santander desapareció entonces». «Lo primero que se hizo, a las pocas semanas, fue construir barracones en Jesús del Monasterio y los Jardines de Pereda. Allí se alojaron algunos negocios mientras otros, más pequeños, fueron a portales», explica. También apunta que los dos locales ubicados junto a la entrada del Pasaje de Peña (por el lado de Jesús del Monasterio), donde hoy hay una peluquería y un estanco, se construyeron en esa época con el mismo fin.
Como apunta Sarabia, «la vida era totalmente diferente entonces». Toda la ciudad se concentraba en lo que hoy es el centro y había mucha más relación entre sus habitantes. «Tras la catástrofe del incendio, la situación se arregló como se pudo y el comercio pudo recuperarse». No existe un listado oficial de los comercios que siguen abiertos dentro de portales, pero es innegable que cada vez son menos y apenas se pueden contar ya con los dedos de una mano. Barrera lo tiene claro: «Tenemos que protegerlos mientras existan».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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