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Crónica de una muerte anunciada

Crónica de una muerte anunciada

El MetroTUS comenzó con mal pie y, a pesar de las modificaciones puntuales a lo largo de los meses, nunca se ganó el apoyo de los santanderinos

Álvaro San Miguel

Santander

Lunes, 20 de agosto 2018, 14:37

Tras varias semanas de críticas preventivas hacia los detalles que se iban conociendo del proyecto, la reordenación del transporte urbano de Santander -conocida como MetroTUS por los grandes autobuses que debían conectar el centro y la periferia-, empezó el 1 de febrero con el mayor escepticismo entre los usuarios habituales. Desde el primerísimo viaje de la Línea Central no tardaron en llegar los primeros traspiés: quejas por los intercambiadores, que no protegían de la lluvia, protestas por los transbordos, que obligaban a esperar más de lo prometido, y las primeras averías en los nuevos autobuses.

Gema Igual decidió dar la rueda de prensa de valoración del primer día en la Universidad de Cantabria, donde se diseñó el proyecto a petición del Ayuntamiento. Ya se aventuraba entonces que el proyecto tardaría en asentarse y la alcaldesa escenificó así la doble paternidad del proyecto a pesar de que afirmó que el MetroTUS tardaría 15 días en ser un éxito. El único contratiempo reconocido en aquel momento fue la falta de información sobre el uso del servicio y las nuevas líneas.

La primera asociación de vecinos que saltó al cuello del MetroTUS fue la de Peñacastillo. Sólo había pasado una semana y ya estaban hartos de esperar a los transbordos. Fueron ellos quienes abrieron la espita. Una tras otra, las asociaciones vecinales de la periferia se fueron sumando al clamor contra el MetroTUS, que monopolizaba todas las conversaciones de bar. El Ayuntamiento decidió ir negociando con cada barrio algunos cambios que calmaron los ánimos y permitieran ganar tiempo a la espera de que las piezas del nuevo mecano municipal hicieran clic. Por el hueco que abrieron las quejas vecinales se fueron colando todos los partidos de la oposición, que hasta entonces ignoraban el proyecto a la espera de ver por donde soplaba el aire en las calles de la ciudad.

A los 20 días, lejos del éxito prometido por la alcaldesa, las asociaciones empezaban a agruparse para hacer fuerza. Mientras tanto, el equipo de Gobierno capeaba las críticas y las mociones de la oposición gracias al apoyo 'in extremis' de un exconcejal de Ciudadanos. La alcaldesa seguía empeñada en sacar adelante el proyecto: «Conseguiré que el MetroTUS sea bueno sin importarme las elecciones»».

Pero mientras el Ayuntamiento mantenía el tipo como podía e introducía cambios en las líneas hasta el punto de transformar todo el mapa inicial de líneas y horarios, una veintena de asociaciones vecinales y estudiantiles formaban un frente común llamado Plataforma Transporte Santander. El 1 de marzo, justo un mes después del nacimiento del proyecto, este colectivo convocaba la primera protesta formal contra el MetroTUS. Las cristaleras que por fin evitaban la entrada de lluvia en los intercambiadores fueron un triste consuelo para una ciudadanía que ya no quería cambios, sino aboliciones. La protesta del 3 de marzo fue sólo la primera de muchas. Y la reacción del Ayuntamiento solo tres días después, eliminando los transbordos en horas punta, enseñó el camino al movimiento vecinal, que entendió que el equipo de Gobierno no era inmune a las quejas vecinales y el proyecto empezó a desangrarse lentamente.

El rabelista Chema Puente compuso una chirigota contra el MetroTUS, popularizando aún más la oposición al proyecto. Y a pesar de los cambios de horarios y la eliminación de transbordos, los usuarios del TUS empezaron con protestas cada vez más llamativas: primero caceroladas y luego con las bolsas de plástico 'azul TUS' colgadas de ventanas y balcones.

A mediados de marzo, hasta los conductores, en este caso los afiliados a Comisiones Obreras, se sumaban a las protestas, que iban camino de poner a toda la ciudad en contra del MetroTUS. En esas fechas una nueva manifestación contra el proyecto reunía a más de 3.000 personas. Ya no eran cuatro asociaciones vecinales las que pedían al Ayuntamiento que renunciara a un proyecto de 7 millones de euros.

El 4 de abril, Gema Igual reconocía «el error» por primera vez, aunque insistía en hacer lo que fuera necesario para enderezar el proyecto y sacarlo adelante para beneficio de todos. La Plataforma decidía entonces salir del ámbito estrictamente municipal y pedir ayuda al Parlamento y al presidente cántabro. Miguel Ángel Revilla recibió al colectivo y no dudó en calificar al MetroTUS como «chapuza monumental». Aprovechó además su visita a El Hormiguero, en horario de máxima audiencia nacional, para poner al sistema de transportes de Santander de vuelta y media.

Gema Igual optaba entonces por el enfrentamiento frontal, tanto contra Revilla como contra las protestas al proyecto, y lejos de venirse abajo insistía en que sacaría adelante el MetroTUS. Y poco a poco, entre protesta y manifestación, llegó el verano y los grandes autobuses de la Línea Central encontraron una nueva misión, las playas. La decisión parecía lógica, pero no dejaba de socavar la importancia de la función original de estos modernos trolebuses: hacer de lanzadera entre el centro y la periferia.

Las relaciones entre las asociaciones de vecinos y el equipo de gobierno se fueron agriando cada día hasta llegar al punto culminante de acusar a la concejala de Barrios de amenazarles. Y en ese clima de enfrentamiento, la Plataforma decidió ir directamente contra la alcaldesa por mantenerse en sus trece y amenazó con impulsar su reprobación con ayuda de la oposición municipal. Eso ocurrió hace diez días, y Gema Igual insistió ese mismo 10 de agosto en que había intentado pactar con la Plataforma pero no la escuchaban. «Que pidan mi reprobación no me pilla de sorpresa, y que la pidan por el autobús municipal, pues es que tienen o poca confianza en mí o poca paciencia para saber que estamos trabajando en ello y que esta alcaldesa no va a dejar tirados a los vecinos de Santander», decía entonces Gema Igual sin dar ningún indicio de que ahora, diez días después, decidiría acabar con el proyecto sietemesino que tanto había costado mantener con vida.

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