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En las estanterías queda en pie una orgullosa botella de Veterano y de la pared cuelga un póster descolorido de la selección española -la camiseta roja se ha vuelto azul-. En el suelo, entre escombros, sobreviven también las letras que escribieron con tiza en una ... pizarra de Kaliber, con la figura del caballo (el emblema de la marca). «Copas, medias, calimocho, Rioja libre...». Aún puede leerse. Son curiosidades en mitad del abandono. Detalles que ahondan en la sensación de decadencia que a uno se le mete en el cuerpo al pasar frente al antiguo chiringuito. En primera línea de playa, con el sonido de las olas del Cantábrico rompiendo en la Segunda de El Sardinero. Allí estaba el Rema. Estaba, en pasado. Porque lo que queda es un edificio en decadencia que cada día está peor. Salió a subasta, pero nadie lo quiso. Y cuando hubo interés, las trabas legales echaron abajo los proyectos.
Pintaron hasta esvásticas y otros se dedicaron a tacharlas. También la palabra 'Islamofobia'. Y más mensajes. Los cristales están, de hecho, completamente cubiertos por grafitis ('tags', las firmas de los autores). Los hay en las dos antiguas entradas y los cuatro ventanales de una fachada desconchada y en la que, por salir, sale hasta musgo. En esas cristaleras quedan aún las pegatinas de las alarmas y el cartel pegado por dentro de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente fechado el 9 de mayo de 2013. El «acta de reversión de los bienes comprendidos en la concesión». La que supuso el final del plazo para poder explotar el local y daba al concesionario quince días para que sacara sus cosas.
Asomándose, se ve lo que dejaron dentro. Entre restos. Del techo, de los antiguos toldos, de las luminarias... Es como una escombrera, en la que se mezclan saleros, botellines y hasta servilleteros aún llenos de papel. Una puerta arrancada, huecos en lo alto... «Yo paso mucho por aquí y me da mucha pena -dice una mujer que pasea junto a la playa-. A ver si alguien hace algo porque se le cae a uno el alma a los pies. Es un edificio precioso y también el mirador de arriba».
La terraza. También destrozada. Quedan los marcos de los cristales que trataban de impedir que diese el aire junto a cables arrancados y una puerta sellada con madera. Allí hay un esquinazo de zona verde, con restos de botellón y, más que malas hierbas, malísimas (por lo feas). Está tan abandonado -y las vistas son impresionantes- que en el rato que uno echa un vistazo una mujer se mete entre el ramaje para orinar.
¿Y por qué está así? El edificio es propiedad de la Demarcación de Costas, que comunicó en su día el final de la concesión. Desde entonces, sus intentos por 'colocarlo' han terminado, por una cosa o por otra, sin éxito. Primero, porque sólo se ofertaba explotarlo por dos años (nadie lo quiso). Luego (tras cambiar los dos años por veinte), porque al propietario le pareció «inviable» un canon de «1,3 millones de euros». Y, más tarde (en 2015), porque los que trataban de convertirlo en un asador acabaron renunciando al confirmar que el chiringuito estaba fuera de ordenación, según el Plan General. O sea, que la obra que podían hacer era mínima.
Lo último que salió es que se iba a proponer una modificación puntual del Plan General para facilitar las cosas y hasta que Costas y el Ayuntamiento negociaban la posibilidad de que el inmueble pasara a tener un uso municipal (eso fue en septiembre de 2017). «No hay novedad desde entonces», apuntan desde los dos organismos. Pero no se ponen muy de acuerdo en torno a quién debe tomar la iniciativa para hacer algo. Para encontrarle un destino al chiringuito. La Demarcación -que en septiembre de 2016 anunció que, «de no encontrarse dueño, sería derribado»- dice que no ha vuelto a tener noticias del Ayuntamiento y en el Consistorio aseguran que para iniciar cualquier trámite, Costas debe solicitar primero la modificación urbanística (al estar fuera de ordenación, fuera del PGOU del 97, el vigente).
Y, mientras tanto, el antiguo Rema sigue muriendo cerca del mar.
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