«Cada vez que oímos una sirena nos vuelve la tensión del incendio de hace diez años»

A las 17.30 horas, con las llamas ya sofocadas, los vecinos podían responder a algunas preguntas. Tal y como confirmaron los agentes pocos minutos más tarde, el fuego se originó dos horas antes, en el horno, y afectó a prácticamente a toda la cocina, aunque sin causar quemaduras a la inquilina.

Por si fuera poca la tensión inicial, los agentes que intervinieron en el incendio recibieron un segundo susto. Ocurrió cuando la mujer, presa de la confusión, alertó a sus rescatadores de la presencia de su hijo en la vivienda, cuando en realidad se encontraba en el colegio. Los nervios y la incertidumbre fueron máximos hasta que se confirmó que nadie más se encontraba en el primero derecha del número 35.

Este incidente de ayer reverdeció uno de los episodios más recurrentes en el imaginario colectivo de Tetuán acaecido hace más de diez años. El incendio del edificio más antiguo del barrio es el denominador común en todas las alusiones de los residentes cuando un camión de bomberos se para frente a un portal. Desde que las llamas llegaron hasta los inmuebles número 41, 43 y 45 hace una década los vecinos viven con especial intranquilidad este tipo de episodios. «Cada vez que oímos una sirena, el corazón nos da un vuelco. Es como si nos volviera toda la tensión de aquel incendio», asegura Begoña Blanco, una de las testigos de aquel episodio y también del de ayer junto a decenas de vecinos.

Confirmado el control de la situación, Carolina Gómez y Carmen Martín saludaban con tranquilidad a los conocidos de los pisos más altos del edificio. Había sido un fuego «importante», tal y como recogió la Policía Local, pero por suerte todo había pasado. «Ya estamos prácticamente acostumbrados a vivir escenas así en Tetuán. Es algo incomprensible», se resignó Gómez ante el trabajo de los bomberos en esa calle. A la memoria de Carmen Martín también llegaron los recuerdos del devastador impacto que tuvieron las llamas en 2008: «Es inevitable que aquellas escenas vuelvan a la mente. Nos pasa a todos los vecinos que, por desgracia, vivimos aquel desastre».

El 8 de octubre se cumplieron diez años de la explosión a la que hacen referencia todos ellos. No hubo que lamentar víctimas mortales, pero sigue considerándose uno de los incendios más importantes sufridos en Santander en las últimas décadas. Todo comenzó con una explosión de gas, controlada en un primer momento por los bomberos y que solo afectó a una de las viviendas. Esa misma noche las llamas se reactivaron y se extendieron por todo el edificio y, por si fuera poco, la ausencia de un retén de bomberos terminó de empeorar la situación.

El edificio, construido en 1926 –el más antiguo de la capital– fue derruido cinco años más tarde, después de ser declarado en ruina por el Ayuntamiento, dejando disputas vecinales, enfrentamientos con el Consistorio y el recuerdo tan triste como recurrente en el popular barrio de la capital cántabra.