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Era de noche y los ojos no alcanzaban a ver la magnitud del derrumbe. Las luces de los coches de Policía y de las dotaciones de Bomberos de Santander, que desde primerísima hora de la mañana acotaban la entrada a la urbanización de Nueva Montaña, presagiaban un suceso de los ocupan titulares durante semanas. Meses.
Eran las seis y media de la fría mañana del 13 de enero de 2020, el sol no había asomado, y la confusión se reflejaba en las caras de los vecinos que a esa hora ya estaban al tanto de lo ocurrido. Otros, no levantaron la persiana hasta entrada la mañana, ahorrándose esos minutos de angustia temiendo que pudiera haber alguien atrapado en los garajes.
La suerte quiso que no hubiera fallecidos, pero los daños materiales fueron mayúsculos.
Este enero se cumplen cinco años desde el derrumbe de los garajes de casi 500 residentes de la calle Tomás y Valiente.
Dos estruendos precedieron al hundimiento del parque infantil y la cancha de futbito, donde jugaban a diario decenas de niños.
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Debajo, el aparcamiento subterráneo en el que guardan sus vehículos casi 500 residentes de una gran urbanización formada por cuatro bloques y cercana al centro comercial Bahía de Santander.
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Desde las seis y media de la mañana, bomberos de Santander, Policía Nacional, Protección Civil con perros de rescate y Policía Local buscaron víctimas entre los escombros.
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Para facilitar las labores de búsqueda, la alcaldesa de Santander, Gema Igual, solicitó a los vecinos que hicieran recuento de residentes por portales y lo pusieran en común con la Policía Local en el centro cívico de Nueva Montaña.
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Los vecinos, angustiado, contaban el tremendo susto que se llevaron cuando agentes de la Policía Nacional y Local llamaron a sus puertas con gran insistencia e instando a la gente a salir de las viviendas.
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Por fortuna, a las nueve de la mañana se pudo confirmar que no había víctimas pese a la magnitud del suceso y del desastre material.
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En total, casi un centenar de coches se vieron afectados: algunos quedaron aplastados y otros sufrieron daños importantes, como lunas rotas o capós medio destrozados.
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Responsables de Gesvicán (la empresa pública dependiente del Gobierno de Cantabria que se hizo cargo tanto de la construcción de los edificios y los garajes como de la reconstrucción cuando estos se derrumbaron) explicaron a los vecinos que el recinto de guarda de vehículos era totalmente independiente del de los pisos y que sus viviendas no corrían ningún peligro.
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Los agentes del Tedax (técnicos de desactivación de explosivos) de la Policía Nacional descartaron «indicios de criminalidad» en el derrumbe.
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De los cuatro garajes que había en total, tres se desplomaron y uno aguantó, aunque hubo que intervenir en él para afianzar su estructura.
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Bajo la supervisión de los servicios de emergencia, algunos vecinos pudieron retirar sus vehículos del garaje. Otros, quedaron completamente enterrados bajo los escombros.
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Los comentarios de los corrillos de la gente en la calle, iban todos en la misma dirección: «Llevábamos años reclamando revisiones, había charcos en los garajes y unas humedades horrorosas».
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Una vecina lamentaba la pérdida de sus dos coches, mientras que otro vecino restaba importancia al drama material: «Si esto llega a pasar a las 18.00 horas de cualquier día, aquí tenemos 100 muertos porque en este parque es donde hacen la vida los niños del barrio».
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Operarios de Gesvicán apuntalaron parte del garaje para asegurar las zonas que seguían en pie.
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Así describía una vecina el desplome del parque: «He notado que se ha movido el edificio, como si fuera un terremoto». De forma muy parecida lo contaba otra residente. «Noté que se movía la cama, me asomé por la ventana y la tierra estaba hundida».
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Los balcones de las viviendas que rodean al parque se llenaron de vecinos que, al ver el derrumbe con perspectiva, fueron conscientes de la magnitud del suceso.
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