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María Heras Trueba, en el comedor de El Parque de Trueba, ayer, repitiendo la fotografía que fue portada de El Diario en febrero de 2014 Foto: Juanjo Santamaría / Vídeo: Pablo Bermúdez

El día que el mar reventó El Sardinero

En febrero de 2014, las olas arrasaron el litoral cántabro. Diez años después, el recuerdo de esos días sigue vivo en la zona

Álvaro Machín

Santander

Martes, 6 de febrero 2024, 07:07

El Sardinero era intocable. La postal, la foto de un verano en Santander. El tesoro. Ni siquiera se pensaba en ello cuando algún experto lo advertía. Que los temporales en el Cantábrico serían más fuertes. El Sardinero no. Lo dicho, intocable. Por eso, más de uno creyó que aún seguía dormido cuando vio las fotos. Que no podía ser. Era domingo y todo reventó a eso de las seis de la mañana. Con la pleamar. «En mi vida he visto rugir el mar como ese día». Lo cuenta ahora un trabajador en uno de los edificios de García Lago. Desde las cuatro de la madrugada de aquel 2 de febrero estaba allí, aunque no pudiera hacer gran cosa. Dos metros de agua en los garajes, la puerta corredera de la finca arrancada de cuajo... «¿Ya han pasado diez años?», preguntan en el supermercado BM antes de juntarse en torno a unas páginas del periódico de ese día. Nadie lo olvida. Reventó portales, inundó aparcamientos, arrasó el paseo marítimo y dejó desdentada la icónica barandilla de la explanada de los galeones de La Magdalena. Como en un eclipse, el faro de Mouro desapareció tras las olas. Las mismas que arrasaron un puñado de negocios. María Heras, de El Parque de Trueba, fue portada ese día. Con gesto desesperado en un local deshecho. Destruido. «Me quedé desolada». Hoy vuelve a salir en la foto.

«Vete, que ha entrado agua». María escuchó eso al otro lado del teléfono antes que el despertador. Esa llamada entre las sábanas la recibieron muchos en toda la costa cántabra. Laredo, Somo, Suances... «Cuando llegué –prosigue– vi que todo estaba destrozado». El agua reventó los cristales, entró y se lo llevó todo por delante. Hizo un boquete en una pared lateral, se llevó un muro... Y más. «Se hundió el paseo y arrastró nuestra terraza de atrás». María mira las páginas de El Diario Montañés y las coge para enseñárselas a sus compañeros. «¿Os acordáis?» Arranca una tertulia. «Hasta peces encontramos», dice Iván Torres en la cocina. Él ya trabajaba en el negocio hace diez años. Federico Gutiérrez, también en la cocina de El Parque, estaba por entonces en el BNS. Otro de los negocios arrasados. «Al bajar a la discoteca desde arriba, no había luz y no se veía. Metí la pierna hasta la cintura de agua y me caí». Vladimir Castillo, desde la barra, también lo recuerda. Era compañero de Federico en el BNS en 2014. «Aquello metía miedo. Fue algo impresionante».

Es una suerte encontrarlos a todos juntos trabajando en El Parque para este reportaje. En una década, buena parte de los negocios han cambiado de manos (el antiguo Cormorán, por ejemplo, en varias ocasiones), se han transformado radicalmente (el BNS es ahora cafetería y restaurante) o están cerrados un lunes de febrero (los dos puestos de helados de El mejor gusto). El local del establecimiento de María está, claro, muy cambiado. Se han hecho reformas. En parte por aquello. Colocaron detrás una puerta de acero doble, renovaron los cristales (que ya eran antirrobo cuando no resistieron a las olas), idearon unos cierres de madera para cuando hay amenaza de temporal... Pero lo más llamativo es otra cosa. «El muro de la terraza de atrás desapareció y no nos dejaron volver a levantarlo. De hecho, hay una porción de terreno que es nuestro, pero que no la podemos volver a usar. Ni poner una silla. Pusimos una sin saber que ya no se podía y el mismo día vinieron a llamarnos la atención. En el momento que el agua tiró ese muro, que ya no existía, se aplicó la Ley de Costas y hubo que dejar una parte de terreno para uso público (se ve, porque es un tramo separado por un escalón)».

Vladimir Castillo, Federico Gutiérrez e Iván Torres trabajan en El Parque de Trueba. En febrero de 2014, Vladimir y Federico estaban empleados en el BNS, otro de los negocios que arrasó el temporal. Los tres fueron testigos directos de los destrozos esos días Juanjo Santamaría

Los que lo vivieron

María Heras

El Parque de Trueba

«Cuando hay temporal ahora ponemos unos cierres de madera, pero claro que tiemblas por si vuelve a pasar»

Estaba en el BNS en 2014

Federico Gutiérrez

«Desde arriba, al bajar a la discoteca, no había luz y no se veía. Al meter la pierna el agua me llegaba por la cintura y me caí»

El Parque de Trueba

Iván Torres

«Abrió un boquete en el muro y todo se llenó de agua y de arena. Hasta peces encontramos en la cocina»

Supermercado BM

Sara Martínez

«Es el día del cumpleaños de mi hija, me llamaron para decir que había agua y pensé en una tubería. Cuando llegué flipé»

Trabajo en balde

Hubo que limpiar, recoger, arreglar... Y lo peor es que el 3 de marzo –solo un mes después– la amenaza se hizo realidad de nuevo. Esta vez no fue de madrugada ni en domingo. Era un día entre semana, por la tarde. La pleamar con un coeficiente muy alto. Con público tras la zona acordonada que acotaron los servicios de emergencia. «Una hora antes nos dijeron que teníamos que salir de aquí y vimos sin poder hacer nada cómo otra vez las olas volvían a entrar... No veías el fin».

María Heras Trueba mira el mar con el gesto desolado tras comprobar cómo las olas arrasaron el local de El Parque de Trueba aquel domingo de hace ahora diez años

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María Heras Trueba mira el mar con el gesto desolado tras comprobar cómo las olas arrasaron el local de El Parque de Trueba aquel domingo de hace ahora diez años Andrés Fernández

Eso lo recuerdan también en el BM. Los sacos de arena, los maderos que pusieron para impedir que se repitiera... Lo de reunirse en torno a las páginas del periódico de febrero de 2014 se repite en un cuartuco que tienen junto a la entrada del súper. «El caos», dice una de las empleadas mientras pasa hojas. «Movió el mostrador en el que estoy yo ahora», comenta otro a la vez que llaman a Sara Martínez, la encargada. «El 3 de febrero es el cumpleaños de mi hija, como para olvidarlo». Allí ya tenían experiencia en inundaciones, pero vinculadas a alguna tromba de agua. Por eso cuando la llamaron pensó que era eso o alguna tubería rota. «Cuando llegué flipé. Fue la bomba». Las olas entraron por la puerta y la arena llenó la explanada que tienen delante, en la que aparcan los coches. «Por delante no se podía entrar y el agua llegó a la altura de la puerta de atrás. La abrí y empezó a salir el agua que estaba ya dentro». Aquello también obligó a hacer reformas. Subir el muro que tienen frente a la puerta, dos agujeros para poner bombas y habilitar un par de apliques en los laterales de las escaleras del exterior en los que colocan tablas si la cosa pinta mal. «Si el vigilante de la noche ve algo raro o si se pone a llover mucho, me llama y venimos a poner los tablones».

Medidas de protección. Por si acaso. Porque ha habido más episodios desde entonces. «En 2016 hubo que cerrar unos días y hacer reparaciones porque volvió a pasar», recuerdan en El Parque. Pero ellos mismos reconocen que «nunca como lo de hace diez años». «Es que eso fue fatal», repite el trabajador del bloque de pisos de García Lago. «La puerta corredera vi cómo primero la arrancaba, la arrastró y la acabó empotrando en el garaje. Hubo coches y coches destrozados. Los vecinos estaban todavía dormidos, pero cuando se despertaron vieron que todo estaba reventado. Nunca lo he llegado a ver como ese día y llevo aquí ya quince años. El susto que nos llevamos y la fuerza del golpe que dio el mar es algo que no está escrito».

«Te echas a temblar»

Los datos de ese día lo confirman. Una coincidencia perfecta para la destrucción. Olas de quince metros, mareas vivas con un coeficiente alto para la pleamar, un temporal de mar, vientos fuertes, la madrugada sin tiempo para la reacción... Hasta el recuerdo –más de uno lo apunta también– de los espigones (contrafuertes más bien) que se retiraron del muro al final de la Segunda Playa y que hacen que la ola entre limpia y coja más fuerza... Ese conjunto de incidencias que dejó un escenario de guerra en el epicentro del atractivo santanderino. «Claro que te echas a temblar cada vez que anuncian un temporal», repiten en los negocios.

Lo dicen, parece mentira que sea el mismo sitio, en una mañana plácida, de paseos y hasta de señoras tomando el sol. Ese resolín tan de aquí.

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