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Vencido mayo, el cielo metálico y las persistentes lágrimas de lluvia insisten en que todavía no ha llegado la primavera. Pero aún ausente de sol ... parece haber brotado con extraordinaria efervescencia y metafórico alboroto. La primavera agita este país con enardecida vitalidad. En una semana han cambiado muchas cosas. Aquello que parecía imperturbable muta ahora con intrépida celeridad, en un galope insólito capaz incluso de pulverizar algunas convicciones.
Desde hace tiempo palpita la convencida sospecha de que una minoría privilegiada controla una mayoría subordinada, frecuentemente temerosa de militar a contracorriente. Vencidos por la desesperanza de que nunca podría alumbrarse nada más limpio, nada distinto. Los corruptos predicaban que eran el mal menor, la estabilidad y el progreso. Solo hemos aspirado a no estar peor, e incluso eso se lo hemos perdonado mientras indultaban fraudes fiscales –anticonstitucionales, porque la Constitución se invoca solo cuando conviene–, y rescataban bancos o autopistas.
Para Víctor Hugo hay dos clases de miserables: los que no tienen nada excepto su dignidad, y los miserables fruto de la degradación moral que han perdido hasta lo que les hace personas, que es la humanidad. Aquí se ha gobernado contra nosotros. Se ha utilizado la economía contra las personas. Con impuestos al sol para que la luz siga encareciéndose –por alguna puerta giratoria se cobrarán los beneficios–, con la ley mordaza para convertir en delito la discrepancia y hasta la sátira humorística.
Bienaventurados sean los perros verdes, milicia insubordinada que no se rindió. Que resiste a la invocada uniformidad dogmática –se puede pensar poco y a favor del que manda–; que desafía mordazas y nacionalismos de cualquier bando porque su única patria es la gente.
El invierno ha sido largo y frío, lleno de desesperanza y decepción. Pero ya proclamó Neruda que no se puede detener la primavera. Las trompetas soplan su aliento sobre los diques de La Magdalena, metafórico presagio de que caerán otros muros. La utopía es un horizonte. Quizá se aleja cada vez que damos un paso, pero nos hace caminar. Hoy, al menos, late una excitada expectación. Más de lo que teníamos ayer.
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