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El atraque de Elcano es el acontecimiento de la semana en Santander. Su llegada por la bahía congregó el lunes a miles de personas y el mismo escenario se ha vivido este miércoles para visitar su interior. En el muelle de Albareda, el navío ha ... recibido gente durante todo el día, que han hecho dos filas –los que tenían reserva y los que no– desde la entrada del barco hasta el final del Centro Botín, cerca de 200 metros. Hubo algo de lío porque las colas se solapaban y el sistema de citas no era el más eficiente. Al hacer una misma cola para todas las personas con reserva, había gente que llegaba justo a la hora que marcaba su invitación y se encontraba con decenas de personas por delante. A pesar de ello, todos los que bajaban del barco coincidían en que la espera «merece la pena, es excepcional».
Aunque en la calle pegaba el sol por la mañana y hacía mucho calor, todos respiraban con alivio al subirse al barco. Por la disposición de las velas, la sombra y la brisa daban un respiro a los visitantes. «Estaba achicharrada y me daban ganas de irme mientras esperaba la cola, pero aquí se está en la gloria», reconocía Carmen Martínez, que subió al navío con su marido y sus dos nietos.
A Elcano han subido durante el día muchas familias que querían vivir juntos la experiencia y, sobre todo, llevarse alguna fotografía de recuerdo. Tarea que los propios marineros facilitaron. Nada más subir, a mano izquierda, está el timón del navío. Durante las visitas, una marinera estaba al lado y ofrecía a los visitantes la posibilidad de retratarlos. También dentro del barco se formaban colas, ya que el espacio es reducido para poder asumir las miles de personas que querían conocer las instalaciones. «El barco viene pocos días y somos muchas personas que queremos verlo. Aunque puede ser un poco agobiante, es comprensible que pase esto», expuso un visitante al bajarse.
Una de las que estaba encantada con la visita era María Cristina Oria, que le faltaba poco para alistarse. Con un gorro de marinero en la cabeza –y con el susodicho a su lado, tratando de recuperarlo–, se ofreció a dar la vuelta al mundo con ellos. «Es maravilloso, me lo estoy pasando muy bien. Mira qué marinero más guapo, me voy a ofrecer voluntaria para recorrer el mundo con ellos, a cambio les hago tortillas». Para Lucas Garrido, Elcano es «excepcional». «Es precioso, merece la pena verlo. Me he quedado con ganas de ver los camarotes, pero igualmente me ha encantado».
A María Eugenia Gutiérrez, profesora de Escolapios, la visita con sus alumnos le ha servido para saltar de la teoría a la práctica y poder contextualizar el papel de Elcano en la historia. «Poder entrar es una maravilla, hemos venido con varios cursos de la ESO y ha sido una gozada. Es una reliquia, una joya».
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Para otros visitantes, subir a Elcano es como volver a casa. «Viví dos años y medio en el barco y me ha encantado revivir todo aquello», cuenta Pedro Luis Alonso. «Veo cambios, sobre todo que está más ordenado todo, no pasa lo mismo en alta mar». También apunta que la nueva iluminación del barco, con focos estratégicamente colocados, fue fruto de un subteniente santanderino, Urbano Fonseca. «Luce muchísimo más así, da gusto verlo de noche».
Este jueves será el último día que se pueda visitar Elcano. En concreto, estará abierto al público desde las dos de la tarde hasta las siete con el mismo formato: dos colas, una para personas con reserva y otra libre. El viernes, en torno a las 10 de la mañana, partirá rumbo al puerto de Saint Malo, en Francia. Estará allí desde el 28 de junio al 2 de julio y después irá hasta La Coruña (6 de julio - 10 de julio), a Marín (Pontevedra, del 12 al 17 de julio) para finalmente regresar a su Cádiz 'natal' (llegará el 21 de julio).
Todos los que lo visitan, coinciden: «Es el barco más representativo de la Armada». Como explican desde la Armada, Elcano se construyó en Cádiz en 1927 y tuvo un coste de ocho millones de las antiguas pesetas. Al cambio, 49.000 euros. Esta es ya la décima vuelta al mundo que da. En esta ocasión, para celebrar el 500 aniversario de la primera circunnavegación.
Elcano, además de difundir la hazaña por todo el globo, tiene como objetivo formar a los futuros oficiales de la Armada. Por eso, cada año realiza un crucero de instrucción de unos seis meses de duración lejos de España. En torno al 75% de la estancia transcurre en el mar, mientras los guardiamarinas reciben clases y participan en todas las maniobras. En esta ocasión, de los 250 marinos a bordo, 73 están formándose.
El buque escuela Elcano es un bergantín-goleta de cuatro palos. Desde la popa hacia la proa mide 113 metros que se dividen en cuatro zonas: toldilla, alcázar, combés y castillo. En la toldilla está la caseta del timón y también se puede acceder por ahí al alojamiento del comandante. En el alcázar, tienen lugar la mayoría de actos de la vida a bordo, desde lo laboral al ocio. Allí hacen formaciones y relevos de guardias, pero también proyección de cine, teatros, conciertos –tienen banda– y misa. En el combés están las estaciones de radio y meteorología, la cocina, el comedor, el puente de gobierno y, en las cubiertas bajas, la enfermería y el quirófano. Por último, en el castillo de maniobra, hay anclas y dos cañones. Debajo, está el camarote del contramaestre de cargo, la farmacia, la peluquería y más alojamientos.
La vida en el barco está preparada para ser autosuficiente durante los días en el mar. Además, si las condiciones del viento son adecuadas, el barco navega a vela. Sólo si no hay nada de viento y no avanzan, hace uso también del motor. Por lo general, este último sólo lo usan para entrar y salir de los puertos.
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