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Tío Michelín, Trementorio, Marqués de la Ensenada, Sotileza, Mocejón... Las calles del Pesquero salen de las páginas de los libros de José María de Pereda ... . Este barrio santanderino, encajado entre terrenos de titularidad del Puerto y lo que los vecinos llaman «los de la otra banda» -la calle Marqués de la Hermida-, mira con esperanza al futuro y sin perder la fe en las eternas promesas de rehabilitación y de conexión con una ciudad que, «a veces, nos mira mal, porque no nos conocen. Este es un barrio alegre, en el que sus gentes se protegen los unos a los otros. Ser de aquí es un orgullo», cuenta Roberto Costas, redero, de barba blanca y manos curtidas, nacido en el año 1951.
Levantado a inicios de los años 40, por petición de la Cofradía de Pescadores, sus vecinos recuerdan con cierta nostalgia la época en la que el oficio de la mar «nos tenía ocupados a todos. Ahora, a penas hay un puñado de barcos que salgan a faenar», indica Costas.
Como Cicerone, guía a la redactora por las calles de su barrio, partiendo de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen. «La devoción a esta virgen no tiene parangón. Todos la adoramos. Los de la mar podemos blasfemar, ¡ni te imaginas! Pero jamás nos oirás decir nada feo, utilizando su nombre».
Pasar por delante de la iglesia le hace recordar con pena «que este año no hemos podido celebrar su fiesta, como ella se merece, por culpa del covid. Solo a inicios de los sesenta, hubo un año que tampoco se celebró su día. Fue debido a una galerna que se llevó la vida de varios marineros. No estábamos para fiestas».
A pocos metros se encuentra el convento vacío de las monjas Mercedarias. «Las últimas cinco que quedaban se fueron antes del verano. Llevaban aquí más de 70 años. Han hecho una gran labor por el barrio. Daba igual la hora o el día que fuera, si alguien las necesitaba, allí estaban. Acudían a la casa de quien fuera y sin pedir nada a cambio. Son cosas que me dan mucha pena, porque suponen cambios que nos afectan a todos», dice con resignación.
El barrio se dibuja en cuadras, con edificios de tres alturas, la mayoría, «y medio de ellos, los entrepatios y plazoletas, donde los niños salen a jugar. Antes, esto estaba lleno de pequeños y jóvenes, correteando por todos lados. Hoy, no es lo mismo, porque hay más coches, pero la libertad que tienen aquí me recuerda a la vida de un pueblo».
Y así transcurre el paseo, entre fachadas que se van blanqueando, ventanas, de cuyas verjas cuelgan geranios, tendales al sol y mucha tranquilidad, sin apenas ruidos. «Esto se empieza a animar a partir de la una de tarde, cuando la gente sale a tomar el aperitivo. Ahora que no hay pesca, la restauración es lo que da vida al Barrio Pesquero».
Los primeros asadores de sardinas «se montaron en barracones y se hicieron con la madera de los barcos desguazados. Los días de nordeste el olor a sardinas llenaba todas las casas».
Los restaurantes han sido y son el único reclamo turístico de esta zona de la ciudad, como afirma Costas y también Pilar del Castillo, miembro de la Asociación de Vecinos de Sotileza del Barrio Pesquero. Pero esta última considera que «ya es hora de que se haga algo más. Este barrio se merece un recuerdo de su gente. Aquí había que crear un museo. Las bodegas de la vieja lonja hubieran sido un lugar perfecto. Pero lo derribaron todo».
Ahora, su nueva esperanza es «el prometido paseo, que partiría de la zona de la iglesia, para conectar con el paseo marítimo. Eso sí que daría una nueva vida al barrio», afirma Del Castillo.
Ella, actualmente, no vive en el Pesquero «pero eso se lleva dentro. Los que hemos nacido aquí lo llevamos grabado sobre la piel. Me gustaría que el resto de la ciudad nos conociera mejor. Que se dejaran de prejuicios. Cada vez hay más gente joven viviendo aquí, nietos e hijos de pescadores que tenemos nuestros estudios y carreras y que aspiramos a un barrio mejor».
Pero para ello «hay que pintar fachadas, arreglar aceras, decidir qué hacer con los aparcamientos y conectarnos con la ciudad, a través de un bonito paseo», incide Del Castillo. Mientras tanto, el barrio y su gente sigue viviendo a su ritmo, ajenos al ajetreo de la ciudad, con la mar y la Virgen del Carmen como faros.
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