

Secciones
Servicios
Destacamos
A este escritor funcionario de ideas firmes, polemista a su pesar, defensor del lenguaje y activista cultural desde las trincheras que desbordan burocracia, el coronavirus le ha venido a visitar en su despedida profesional. Enrique Álvarez (Villafeliz de Babia, León, 1954) cumple cuarentena y confinamiento extra en su domicilio santanderino rodeado de su hábitat más natural: los libros. En apenas dos semanas se despedirá del Ayuntamiento de Santander, su segunda casa, tras más de cuatro décadas de intensa labor con diferentes responsabilidades pero un ecosistema común: la cultura de la ciudad.
Católico, apostólico y leonés-santanderino, la ética, la moral y la literatura como patria flanquean su vida en la que la querencia y devoción por la palabra clara y la música se suman a los diez mandamientos. Entre la ironía y, por supuesto la interpretación bíblica, Álvarez explica cómo ha contraído la 'enfermedad de moda' en vísperas de una jubilación que ha tenido muchas prórrogas y suspense. «Es una pequeña venganza de la Némesis por la extraordinaria suerte que supone haber trabajado sin coger un solo día de baja en más de veinte años. O también bregar cuarenta años por el desierto y que Yavé no te permita en el último momento llegar a ver la tierra prometida, como le pasó a Moisés».
Lo que en muchos otros la reseña curricular sería un extracto estereotipado, un gris procedimiento, en el autor de 'Hipótesis sobre Verónica', adquiere tono confesional y mirada crítica: «He dado siempre relevancia al concepto de servicio efectivo al ciudadano por encima de los formalismos y los corsés del sistema burocrático imperante en el funcionariado español y europeo».
Este licenciado en Derecho por la Complutense, ingresó en 1978 en el cuerpo de Técnicos de Administración General del Consistorio santanderino, en el que ha desempeñado sucesivamente los puestos de jefe de sección de Intervención, de Contratación y Patrimonio, de Secretaría General y, finalmente, desde 1987 hasta este umbral otoñal de incertidumbres, su actividad más visible, la de jefe del servicio de Cultura.
Entre la narrativa y el funcionariado, aparentes mundos opuestos que la ficción se ha encargado de desmentir, Enrique Álvarez dice no haber encontrado tiempo ni ganas para balances pero la rectitud prima en cualquier atisbo de mirada al pasado: «Mi labor se ha centrado en el cumplimiento de la ley y en el servicio diario al ciudadano y a sus representantes políticos. Y mi objetivo ha sido responder a esos requerimientos, cumplir los planes que otros me trazaban». No obstante, le puede el espíritu crítico y matiza su vínculo y su lugar social al referir que «algunas ideas e iniciativas propias pudieron llevarse a cabo, pero creo que más bien pocas. Digamos que no dejo una obra sino un estilo de trabajo, y quizá un ejemplo de servicialidad».
Antes de su ingreso como funcionario técnico, ya había asomado la vocación de escritor en 1973 a través del Diario de León, donde publica crítica literaria hasta su marcha de la ciudad. Formó parte, además,del Grupo Yeldo, en cuya revista aparecen sus primeros relatos. Y ya en Santander, ejerce también la crítica literaria durante algunos años en El Diario, donde hoy es asiduo articulista.
La separación de funciones y territorios es norma de vida en Alvarez. «Nunca utilicé mi puesto de funcionario para beneficiarme como escritor. Al contrario, el ser funcionario con ciertas responsabilidades me ha constreñido mucho, me ha obligado a esconderme, incluso a morderme la lengua muy a menudo como escritor».
Y luego está su faceta de activista en la que el combate cuerpo a cuerpo ha aparecido con frecuencia. «He procurado sostener mi compromiso con ciertas ideas. Alguna vez quisieron pillarme por ahí, pero sin fundamento». Y subraya cómo, a su juicio, un funcionario «tiene libertad para opinar lo que quiera sobre religión y política, siempre y cuando esas opiniones no se interfieran en su modo de llevar los expedientes y de tratar a los ciudadanos».
Es casi imposible, desde el punto de vista del consumidor cultural de Santander eludir la sombra (o la luz) de Enrique Alvarez en acciones, decisiones y actividades. La más notoria, sin duda, la de ser artífice de los premios literarios que se han sostenido y crecido bajo su cobijo. Sin embargo, cabe como en todo el lado amargo y el satisfactorio. «Mi mayor frustración es no haber conseguido que el Ayuntamiento haya lanzado al fin el bando que redacté para hacer de nuestra tierra -la tierra de Menéndez Pelayo, la de Pereda, la de Gerardo Diego, la de Concha Espina...-, la capital de la dignidad y del orgullo del idioma español. Una pena porque faltó muy poco». ¿Y del otro lado? «Haber metido a Unamuno, a Dámaso Alonso, a Enrique Gran, a Pepe Isbert en el callejero de la ciudad».
Y de la experiencia, un enemigo claro y rotundo: la burocracia. «Es uno de los nuevos jinetes del apocalipsis que convierte la gestión cultural en un calvario infinito». En su opinión de veterano, «sin una reforma en profundidad de las leyes que elimine el hiperformalismo imperante, por mucho presupuesto que haya para cultura, nunca se podrá hacer desde la Administración una labor satisfactoria y útil a la sociedad». Enrique Álvarez, quien cree que novelar su labor tendría como fruto una obra «horriblemente banal», mira atrás y la radiografía le sale diáfana: «En Santander, cuando empecé, la cultura era una cosa tranquila, había pugna y agitación sólo entre los creadores por sobresalir; pero ahora lo que hay es una agitación desesperada entre los tratantes de la cultura por obtener ayudas de la Administración».
¿Y la mejor ayuda?, «¡Lo sabemos todos!, es educar a los niños a apreciar los bienes culturales. Pero para eso es imprescindible 'hacer hueco'. Habría que quitar muchas enseñanzas inútiles en la educación actual para que quepan las útiles».
Pero si algo ha destacado en la imagen pública de Alvarez en los últimos años, ha sido la del articulista. «Me convirtió en una figura vitanda para el mundo progresista. Pero es que no se puede defender la tradición católica ni atacar radicalmente los presupuestos de la modernidad y quedar impune. Siempre pagaré este delito».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Álvaro Machín | Santander
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.