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Sólo queda maleza donde antes estaba su casa. Y un perpetuo recordatorio de lo que ocurrió: un muro sobre el que están pintados sus nombres a modo de homenaje. Los colores se han ido apagando con el paso de los años, igual que las ganas ... de los vecinos de seguir luchando por su barrio, el Cabildo de Arriba. Este martes se cumplirán trece años del derrumbe del número 14 de la calle Cuesta del Hospital que se llevó por delante las vidas de Jesús, Gumersinda y Teodoro. Y sus allegados ya están cansados de intentar recuperar la vida de sus calles, aunque conservan aún una pequeña esperanza.
En el Cabildo es más fácil ver un solar vacío o en ruinas que un edificio 'sano'. Se mire hacia donde se mire, los escombros, las malas hierbas y la basura se acumulan en cada lugar. Muchos vecinos se han ido y diferentes animales -desde gatos a ratas- habitan los espacios abandonados. Al deterioro propio del paso del tiempo se suman las promesas sin cumplir. Desde que el fatal accidente se llevó por delante tres vidas, las administraciones han mostrado su voluntad de invertir dinero en el barrio. Ayudas municipales, subvenciones regionales, dinero estatal... Pero ninguno se ha materializado.
También se han redactado proyectos con la intención de rehabilitar los edificios y apoyar a los vecinos pero, una vez más, no han prosperado. Lucía Gómez, hija de Gumersinda, y Marta Colmenero, su prima, miran con derrota hacia los restos de lo que un día fue un hogar. Ahora, en el solar han crecido incluso árboles. Les acompaña Rebeca Vicente, vecina y amiga. Durante muchos años, Marta tiró de la asociación de vecinos en busca de un barrio mejor. «Pero perdí el tiempo. Cada vez había menos gente y a algunos incluso les parecía mal lo que hacía», lamenta la mujer. «Aunque fueron años de trabajo que no sirvieron para nada, seguiríamos luchando si nos dan una razón para hacerlo».
Para Marta, el porqué del mal estado del barrio reside en los intereses que hay en torno a él. «Son unos solares muy jugosos y muy céntricos». De hecho, desde la calle Cuesta del Hospital, donde se levantaba el inmueble de su familia, se ve el Ayuntamiento, que está a escasos 150 metros de distancia. «Uno quiere confiar en que no es así, pero después de tanto tiempo sin soluciones, no puedes evitar pensar mal», añade Rebeca. La 'llave' que permitiría iniciar toda la renovación que requiere el Cabildo radica en el Plan General.
«Hace falta una modificación puntual para poder actuar. Ya se hizo antes, en el que se anuló, y hay que hacerlo en el que está en vigor. No podemos esperar al nuevo PGOU porque tardará todavía más años», apunta Lucía. Mientras ese «paso sencillo» no se realice, ninguna de las tres tendrá fe en las promesas de mejora. «Una vez que se haga esa modificación, ya se puede empezar a actuar y ver con qué dinero se puede contar desde otras administraciones».
Lucía recuerda cómo iba, junto a su madre, a protestar al Ayuntamiento poco antes del derrumbe. La razón era que el número 14, el suyo, estaba arreglado, pero el 12 no. Tras recibir una sanción por el peligro que generaba su mal estado, los propietarios se dispusieron a arreglarlo. «Pidieron permiso de obra menor y echaron el edificio abajo. El Ayuntamiento lo sabía porque yo misma bajé a decírselo y porque vinieron a verlo, pero me dijeron que no había peligro de derrumbe». Sólo pasaron dos días más y el edificio se vino encima de su madre, Gumersinda, su hermano, Jesús, y su vecino Teodoro.
«Y todavía tenemos que agradecer que tuvimos suerte. Eran muy familiares y era habitual que se reunieran con más gente en casa», apunta Marta. «Los iban a realojar justo después del puente por un problema en la medianera de la fachada. Veíamos venir el derrumbe, aunque creíamos que sería parcial, parte de la fachada... Nunca pensé que sería todo el edificio», dice Lucía. La revisión a los edificios del barrio sólo llegó después del accidente. «Tres fallecidos que han quedado en el olvido, al menos para el Consistorio», lamentan.
Hubo un momento, hace cinco años, en el que parecía que, por fin, se iba a arreglar el barrio. Se juntó la posibilidad de solicitar varias ayudas y que el Ayuntamiento propuso facilidades a los vecinos, pero finalmente todo se quedó parado. «El problema fue que cada vez nos decían una cosa. Si iba en nombre de la asociación, me informaban de una manera, si iba otra persona, de otra... Entonces la gente me decía que lo que yo les había contado no era lo mismo que decían ellos y se fue creando mucha desconfianza». No es fácil poner de acuerdo a un barrio entero y había gente «que no se quería gastar ni un duro». Pero, por muchas facilidades que se intentasen dar, la rehabilitación completa no podía ser gratis. Ahora y a pesar de lo vivido, las tres miran al futuro con un halo de esperanza.
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