La experiencia de vivir la procesión de principio a fin
Noche de fe ·
A última hora, sin quitar la vista del cielo y con mucha emoción, la Cofradía del Santo Entierro decidió sacar al Cristo en procesión solo a la vuelta del recorridoSecciones
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Noche de fe ·
A última hora, sin quitar la vista del cielo y con mucha emoción, la Cofradía del Santo Entierro decidió sacar al Cristo en procesión solo a la vuelta del recorridoLa procesión de la Santa Misericordia, celebrada la noche del miércoles, estuvo en el aire prácticamente hasta el final. Se había programado para las 23.15 horas, pero apenas treinta minutos antes, la lluvia, aunque leve, no cesaba y muchos de los miembros de la ... Cofradía del Santo Entierro no tenían del todo claro si iban a poder sacar al Cristo. En la carpa de la Plaza de la Porticada se respiraban nervios y emoción a partes iguales. La experiencia de las procesiones previas no ayudaba. Tres canceladas -La Esperanza, El Encuentro y El Perdón y Silencio-. Pero se mostraban optimistas. «Lo hacemos con mucha fe y el Señor nos protegerá del mal tiempo», auguraba Bienvenido Doalto, uno de los miembros de la cofradía.
Ya estaban todos colocados en sus puestos cuando se escuchó un grito que rebosaba alegría: «¡Ha dejado de llover!». Los devotos que esperaban fuera de la carpa miraron al cielo destapándose de sus paraguas para comprobar si era cierto. Y sí. Milagro o no, la lluvia paró. Pero no fue suficiente. Las previsiones seguían avisando de precipitaciones, así que hubo que tomar una decisión. Fue Mar Alcántara, Hermana Mayor de la cofradía -la organizadora-, quién se la comunicó a todos. ¿El resultado? Una procesión a medias. «Vamos a subir nosotros primero a la Catedral y al Cristo lo llevarán más tarde tapado con unos plásticos, pero sin procesión. Allí, en el claustro, lo montaremos todo», explicaba.
Y así se hizo. Cuando el reloj marcaba las 23.15 horas los cofrades salieron hacia el claustro catedralicio vistiendo sus capirotes blancos y sus capas rojas. Todos a un ritmo rápido, huyendo del frío. La imagen que dejaban los cofrades subiendo las escaleras de la Catedral con sus vestimentas al viento era conmovedora. En el claustro esperaban cerca de cien devotos inundados en un completo silencio. Era antes de la hora prevista -medianoche- y los cofrades ya estaban allí. «Pero, ¿dónde está el Cristo?», se preguntaban muchos. Quienes sí se habían enterado daban las explicaciones pertinentes.
Mientras, el coro ya estaba preparado en las escaleras que dan acceso a la capilla esperando para entonar el canto del Miserere. Precisamente, la compositora del que es himno de esta procesión desde hace casi 20 años, Gema Soldevilla, caminaba visiblemente nerviosa por las galerías. «Va a llegar ya», susurraba -refiriéndose al Cristo-. Al mismo tiempo, los cofrades se iban colocando por alturas en uno de los laterales del patio y el olor a incienso se empezaba a notar por todas partes. «Ya huele a Semana Santa», comentaba una señora emocionada.
Alguien avisó de que el Cristo ya estaba llegando y se abrieron las puertas del claustro. El silencio se volvió a imponer. Solo se oían las órdenes calmadas del capataz a sus cargueros. «Qué pena ver al Cristo tapado», se escuchaba entre los presentes. «Al menos no está siendo tan terrible como en Andalucía», reconocían otros. A ritmo de marcha procesional, el Cristo llegó hasta los cofrades y allí le retiraron, con mucho mimo, los plásticos que le cubrían. Sonó la señal del capataz y se entendió que, ahora sí, comenzaba la procesión de la Santa Misericordia. Tras dar la vuelta completa al claustro, el Cristo se detuvo frente al coro. Fue entonces cuando uno de los sacerdotes leyó ante el paso un manifiesto religioso y, acto seguido, empezó el momento más emotivo de la noche: el canto del Miserere. En cuanto sonaron las primeras melodías ya se intuía cómo muchos se estremecían. De hecho, a más de uno se les llenaron los ojos de lágrimas. Por ejemplo, a Gema, la autora del canto, que después de tantos años le sigue pareciendo algo «indescriptible».
Tras cuatro minutos de canto, el paso vuelve a ponerse en marcha para repetir la vuelta. Dos veces más con el mismo modus operandi: procesión, lectura del manifiesto y canto al Miserere. Al finalizar las tres vueltas, la cofradía entró a la capilla de la Catedral junto al Cristo de la Misericordia y el resto de devotos. Allí, todos los presentes se acercaron hasta el paso para besar la cruz y profesar sus rezos. Algunos incluso sumidos en el llanto. Entre los asistentes se podía ver a gente de todas las edades, incluso niños, que dejaban ver a través de sus bostezos que eran las doce de la noche. Y también a dos personas lesionadas que acudían a pedirle al Cristo una pronta recuperación.
Casi dos horas después, la Hermana Mayor alzó la voz: «Todos en orden». Había que retomar la marcha. Fuera de la Catedral seguía sin llover, así que comenzaba la deseada procesión por las calles de Santander. El Cristo regresaba a la Porticada acompañado de su cofradía y de los casi cien devotos cristianos que acudieron al claustro y, con suerte, pudieron practicar su fe a la Santa Misericordia.
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