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El fantasma de La Cañía

El fantasma de La Cañía

Leyendas de aquí ·

Una leyenda popular adjudica el mismo domicilio en El Sardinero a un fantasma y a un grupo de brujas, según la versión

Aser Falagán

Santander

Sábado, 6 de noviembre 2021, 07:38

Que El Sardinero resultó siempre hábitat propicio para los fantasmas es algo que no escapa a nadie. Tanto el barrio como, sobre todo, la Península de La Magdalena están poblados de ectoplasmas de todo tipo, clase y variante, según la leyenda popular. Aquí lo que nos ocupa son las presencias, espíritus o ectoplasmas que se ponen la mortaja como túnica para no descubrir las vergüenzas o la ropa raída y desfasada y las brujas que han protagonizado tantos cuentos.

Me refiero, en resumen, a los fantasmas de sábanas y cadenas y a aquellos incorpóreos y translúcidos. Esos que prefieren los edificios antiguos, al menos hasta que se los derriban. En Santander ha habido muchos y de diferente tipo. Los de La Magdalena, Florispán y los distintos habitantes del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla en las muchas épocas que ha vivido el centro desde que en 1929 se inauguró la entonces Casa de Salud son quizá los espíritus estrella de la ciudad, pero también existen otros mucho menos conocidos, como el de la calle Juan XXIII, que al igual que su amigo Florispán debe ser ahora un sin techo tras la demolición de su hogar.

Otro espectro discreto, pero de los que todavía tiene casa, que de esos cada vez quedan menos, es el que habita justo en el cruce entre La Cañía (calle Joaquín Costa) y Duque Santo Mauro. Más en concreto, en la Quinta Los Pinares, según una vieja leyenda del Santander del siglo XX que hizo fortuna en su momento, aunque después se fuera diluyendo. También circula el cuento de que las que habitan en realidad la gran casona son unas brujas, pero a juzgar por su tamaño es perfectamente posible que todas las versiones sean ciertas y que las unas y el otro no hayan coincidido siquiera entre ellos ni con los inquilinos reales; esas personas físicas que declaren el inmueble en el IRPF y tengan a su nombre los papeles del catastro.

En este caso el espíritu solo tiene, al parecer, una sencilla e inexplicable afición: pasar de torre a torre del edificio durante la noche, como decían que alguien dijo que se le vio hacer en alguna ocasión, mientras que a la luz del día permanece oculto –esto último sí que esté confirmado–. Tal vez padezca alergia al sol, como los niños del Palacio de Los Hornillos de Las Fraguas en 'Los otros', o simplemente sea de costumbres noctámbulas, pero no hay detrás, o al menos no se conoce, ninguna historia que explique la identidad del supuesto fantasma o su nacimiento para el mundo de los no vivos.

Su fantasma se dedica, según la tradición, a saltar de torre en torre del singular edificio de El Sardinero

La creación de este mito es, como casi todas, del todo oral, como también su transmisión, y completamente anónima. No se tiene constancia de ningún suceso especialmente llamativo ni truculento en un edificio que estuvo habitado por una de las familias más poderosas del Santander de la época: la del consignatario y armador Francisco García.

Aquel hombre de negocios estaba emparentado políticamente con el empresario Eduardo Ruiz de Huidobro, un castellano que se sirvió de sus contactos con los poderes públicos para participar en la creación de la antigua Authi, fundada en su momento con capital de Nueva Montaña Quijano. Después, la mansión pasó a la familia Santos, la misma de la cadena hostelera propietaria del Hotel Santemar, muy cerca del palacete en esa misma calle Joaquín Costa. Ahora se accede al recinto por la calle Duque Santo Mauro, pero originalmente la puerta principal a la finca miraba a la playa de El Sardinero, como todavía se puede comprobar en sus muros.

El palacete tiene tras de sí dos leyendas, ambas de tradición oral y no basadas en ningún hecho conocido

Otra versión diferente a la del fantasma conoce la mansión como la Casa de las Brujas. Quizá sea por una característica y llamativa arquitectura que invita a imaginar caserones en los que se celebraran aquelarres. Porque pese al perfecto estado de conservación del edificio, la imaginación es libre. En este caso la leyenda urbana es tan sencilla como clara: la casa estaría habitada por hechiceras con no demasiadas buenas intenciones, porque, eso que nadie lo dude, en esto de los mitos también se proyectan prejuicios y machismo.

La casa queda muy cerca del antiguo túnel de Tetuán, cegado a mediados del siglo pasado, recuperado para la ciudad en pleno siglo XXI y en el que según la leyenda todos los Jueves Santos se oían voces o lamentos de niños. O puede que no sea así y que se confundieran como infantiles unas voces femeninas, las de unas brujas que después de unas cuantas cañas en Peña Herbosa no estuvieran en condiciones de coger la escoba, fueran andando a casa por el túnel y se quedaran allí atrapadas.

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