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Fantasmas en el Parlamento
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Algo más que los sillares debió quedar del Hospital de San Rafael en la sede del legislativo cántabroEl número 31 de la calle Alta tiene historia para regalar. El orgulloso edificio neoclásico inaugurado en 1791 acoge desde 1987 el Parlamento de Cantabria. Tanto la cámara en sí como todas sus dependencias y servicios. Antes, en los años cuarenta, acogió la Universidad Internacional Menéndez Pelayo hasta que la institución regresó a su sede original del Palacio de La Magdalena. También estuvo allí la Escuela de Náutica, que a lo largo de su historia ha tenido casi más sedes que alumnos, la de Artes y Oficios y el conservatorio municipal.
Y dicen algunas voces que en el edifico habitan algún tipo de presencias; espíritus. En los últimos años no han dado mucho que hablar, pero al parecer antes del cambio de siglo comenzó a correr entre el personal de seguridad el rumor de que ahí ocurría algo. Se escuchaban ruidos y se observaban algunos fenómenos. O al menos se parecían observar, sugestionado como estaba el personal por la historia y con la noche como contexto. Un turno nunca demasiado agradable que especiado con las historias de fantasmas lo era mucho menos.
Incluso un vigilante nocturno llegó a asegurar que había visto a un niño. Con el edificio cerrado y a unas horas a las que era imposible que se hubiera colado nadie o que quedara alguien encerrado accidentalmente en el interior. Entre otros motivos, porque el edificio tiene control de acceso. En un contexto como ese la sugestión hace su trabajo y pronto se comenzó a correr la historia entre los compañeros. Tampoco mucho más, porque nadie quería que le tomaran por loco, pero se decían soto voce que, efectivamente, allí debía ocurrir algo raro. Como lo de aquel niño, probablemente el espíritu de alguno que en otros tiempos estuvo interno o muriera en el edificio.
El relato se alimenta con la propia historia del edificio: el Hospital de San Rafael, que se comenzó a construir en la década de los ochenta del siglo XVIII por iniciativa del entonces obispo de Santander, Rafael Tomás Menéndez de Luarca, para sustituir al antiguo y obsoleto Hospital de la Misericordia, también en el Cabildo de Arriba. Por cierto: fue este centro sanitario y no el de San Rafael, como se cree popularmente por pura deducción, el que dio en su momento nombre a la cuesta del Hospital, calle solo peatonal en sus primeros metros que conecta la plaza del Ayuntamiento con la Rampa de Sotileza.
Se trata de un edificio neoclásico con algunos elementos barrocos estructurado en torno al patio central, aunque por la evolución de las instalaciones. Ya en su época como hospital experimentó remodelaciones, como la de finales del siglo XIX a cargo de Joaquín Ruiz Sierra. Después las diferentes funciones que se el asignaron y las necesidades propias del legislativo provocaron cambios en su distribución original.
Inaugurado en 1791, en su origen no fue solo hospital, sino también maternidad, asilo y casa de caridad. Posteriormente se fue especializando de forma exclusiva en su función de centro hospitalario, para la que contaba con tres zonas diferenciadas para hombres, mujeres y niños. Cualquiera de ellos podía haber inspirado las historias sobre presencias y, más en concreto, la de la aparición infantil, porque efectivamente también se atendía y acogía niños y niñas en el centro. De hecho, fue era el hospital de referencia durante una de las mayores tragedias de la historia de la ciudad: la explosión en 1893 del vapor Cabo Machichaco, que dejó 590 personas muertas (se calcula que el hospital tenía capacidad para unas 200 camas).
El hospital siguió funcionando como centro sanitario de refencia de la ciudad y de la entonces provincia de Santander hasta que en 1928 entró en funcionamiento la Casa de Salud Valdecilla, hoy Hospital Universitario Marqués de Valdecilla.
Después llegaron las diferentes funciones que tuvo a lo largo del siglo XX (la más triste, la de prisión durante la Guerra Civil y los primeros pasos del franquismo) y el abandono en el que se quedaron las instalaciones hasta la restauración parcial bajo la dirección de Ángel Hernández Morales y la definitiva reforma y rehabilitación dirigida entre 1983 y 1987 por José Manuel Sanz y Juan López-Rioboo.
En cuanto a las historias de espíritus, más allá de lo que pudiera ocurrir o no, se pueden unir a las de Florispán, el fantasma cenizo del extinto Teatro Pereda y a los de La Magdalena, por citar solo a las celebrities estoplasmáticas santanderinas. Porque haber, hay muchas más, tanto en Santander como en toda Cantabria.
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