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alfredo casas
Viernes, 29 de julio 2016, 23:41
Brindó Gonzalo Caballero la faena del único toro que estoqueó a Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón, que presenciaba el festejo desde uno de los burladeros del callejón. Seguro que pasó un mal rato. Hasta en tres ocasiones levantó el toro los pies del ... suelo a su amigo de luces. La primera, al iniciar la tercera serie en redondo. Prendido entre los pitones, Caballero terminó pagando las consecuencias de no gobernar las informales acometidas de un toro mirón y con sentido que ya lo advirtió en el transcurso de los dos primeros tercios. Aunque herido en la cara interna del muslo, continuó el diestro madrileño su labor, para entonces de tintes dramáticos. Siempre haciendo gala de una irreprochable colocación, logró Caballero instrumentar dos estimables series de naturales rematados por debajo de la pala del pitón. Los más profundos muletazos surgieron cuando el toro se arrancó hacia los adentros. Sazonado con un punto de conmovedora ingenuidad alcanzamos el desenlace de su obra. Pases cambiados, circulares naturales y vistosas sanjuaninas tras las que cambió el estoque simulado por el acero. Perfilado en la cara del toro, Gonzalo se fue tras la tizona encunándose entre los pitones. La imagen del monumental impacto resultó dantesca. De regreso de la enfermería, el torero volvió a repetir el modo de ejecutar la suerte suprema. Prácticamente en el mismo sitio. Como queriendo desafiar al destino. Nuevamente cazado, al toro no le quedó más remedio que volverlo a herir. Como para cuestionar la autenticidad de su compromiso, de la sangre derramada de modo consciente, del ejercicio de su libertad. Samurais del siglo XXI los llaman algunos. Prefiero llamarlos por su nombre, toreros. Consternado el público, Juan Bautista descabelló a Musulmán entre el silencio. Al público le costó sacudirse de encima tan trágicos momentos.
Si a Gonzalo Caballero le tocó la cruz de la moneda, a Juan Bautista la cara. Suyo fue el lote de más opciones de la tarde. También el de más cuajo y remate, sin que me aprieten, de toda la feria. Exagerado a todas luces. Más propio de una plaza de toros de primera categoría. De Madrid, de Bilbao...
Excesivamente conservador y académico frente al manejable toro que rompió plaza, Juan Bautista derrochó torería en su inicio de rodillas frente al cuarto. Vaya si se pueden apretar los riñones toreando de hinojos. Una vez incorporado, sensacional resultó la primera serie de derechazos; por su ralentizada velocidad, por su enroscado trazo; por su barroca expresión. A partir de ahí, acortó Juan Bautista la distancia, algo que incomodó a su enclasado toro. Demandó más metros, sitio. También que no lo abrieran de forma tan exagerada en los embroques. Aunque el trasteo pecara por su inconsistencia, la estocada cobrada en la suerte de recibir, provocó un mar de pañuelos blancos. Oreja.
Con Gonzalo Caballero de camino a un centro hospitalario, el diestro galo debió de pechar con el mostrenco que hizo sexto, un toro noble y manejable, de rebrincadas embestidas, al que saludó con verónicas de rodillas y a pies juntos, tafalleras, chicuelinas y una media... de rodillas. Inteligente y templado en los compases de su última faena de la tarde, Juan Bautista volvió a consentir que su trasteo perdiera distinción e intensidad. Después de pasaportar a Alabastro en la suerte de recibir paseó una nueva oreja. Puerta grande de escao peso específico.
Quien se fue de vacío de Cuatro Caminos fue David Mora. Lo hizo por culpa de la presidencia. Se negó el usía a conceder un trofeo mayoritariamente demandado por el respetable tras ser arrastrado el segundo en el orden de lidia. Fue Florista un feo jabonero, estrecho, zancudo y vareado, que tuvo importantes virtudes. Básicamente nobleza, fijeza y clase. Casi nada. Con ello construyó David Mora una faena de dilatado metraje. En tan copioso conjunto destacó el empaque de los primeros muletazos, anoten un cambio de mano y dos trincheras, y el profundo trazo de los derechazos. El secreto de la hondura lo encontró David por aguantar a que el toro llegara al embroque, por meterlo en las telas. Aún no entiendo la actitud del palco presidencial.
Con el segundo de su lote, cambió el pelo del toro... y la condición. Desfondado y afligido tras la suerte de varas, adormecido en la franela, noble pero protestón, Milagroso no permitió el lucimiento del porfión David Mora. Porque lo intentó una y otra vez el torero hasta aceptar su descafeinada fortuna.
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