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Una de las carpas de la Plaza de México se transforma en un rincón de Andalucía durante la Semana Grande, con baile y cante. Javier Cotera
La atmósfera de una noche en la Plaza de México

La atmósfera de una noche en la Plaza de México

La Pera, La Hermandad del Rocío o el Centro Gallego ponen sonido y sabor a Cuatro Caminos

Viernes, 26 de julio 2024, 07:16

Toros, música andaluza y olor a brasa. Eso –aunque no solo– define a la Plaza de México esta semana. En sus cuatro puntos cardinales. Para los que vienen de ver el espectáculo de la plaza y suben por las escaleras traseras, lo primero es el olor a panceta y costilla. Los que acuden en familia y vienen desde el parque se encuentran con el ambiente y mareas de gente. Hasta con el aroma del pulpo gallego. Y los que vienen por Vargas son recibidos con música del sur. Algo que a más de uno le pone a bailar.

El ajetreo empieza, sobre todo, cuando los toros terminan. Cerca de las nueve, una estampida que llena las carpas. Entre los asistentes hay muchos veteranos. Como Pili Lanza, que lleva 26 años siendo rociera y forma parte de una de las casetas de la Plaza de México. La Hermandad del Rocío. Tiene una pulsera en la muñeca que lo corrobora. «Aquí pone que soy rociera», señala entre risas. Y cuenta que la alegría en la gente que acude a la carpa le «encanta». A su alrededor, la gente canta, baila, ríe y llora. Los que cantan lo hacen, por ejemplo, a las doce de la noche como homenaje a su virgen con la Salve Rociera. Los que bailan van vestidos para la ocasión. Las mujeres lucen vestidos de sevillanas de mil colores y los hombres camisas en tonos pasteles rigurosamente metidas por dentro del pantalón. Los que ríen son la mayoría de los asistentes. Y los que lloran, a veces, los más pequeños por algún berrinche ocasional o los abuelos porque les echan en falta. «Mi nieta venía conmigo cuando era pequeña, que le encantaban los toros y después veníamos aquí a picar algo y bailar», comenta Ángel.

Las parrillas con la carne a la brasa, en plena preparación. Javier Cotera

No todos tienen que ser de una peña para poder entrar a las casetas. Hay turistas que también se suben al carro. Algunos dejan el baile por el picoteo y, después de una cola que a veces es larga, consiguen su plato de embutido y croquetas. Se sientan en una de las mesas y, amablemente, una de las rocieras se acerca para decir que las mesas están reservadas. Puede parecer una broma, pero «cada media hora tiene que salir una camarera o acercarse alguna de nosotras para decirles que están reservadas». «Aunque hace tiempo ya decidimos que hasta que no lleguen los de la reserva no pasa nada. Todos queremos disfrutar», dice Carmen.

Los que vienen de fuera lo prueban todo. Fiesta y comida. Hacen cola una y otra vez. «Esta es la segunda vez que pido pulpo y alguna cosilla más», comenta Emilio, que nunca había estado en las fiestas de Santander. «A mi mujer y a mí nos encanta esto». El pulpo y las carnes a la brasa son de la carpa del Centro Gallego. A pesar de tener una barra que rodea toda la caseta, apenas hay hueco en toda la noche. Ni siquiera en la valla de alrededor de la brasa. Siempre hay alguien sacando fotos o admirando la pinta que tiene.

Momento de pasar por la caja tras pedir las consumiciones. Javier Cotera

Para sorpresa de nadie, los jóvenes acuden por y para la fiesta. De hecho, muchos no saben ni el nombre de la plaza, solo el de la peña a la que acuden. «Yo les digo a mis amigos de ir a La Pera y ya está, ahora mismo ni me acordaba del nombre de México», dice David Pando. Los que no han ido a los toros, vienen cenados de casa. David, de hecho, tiene el estómago lleno y dice que aprovecha «para comprar 'los litros'». «Los de nuestra edad no pedimos en barra hasta que se nos gasta la botella». Lo pasan bien. «Es Semana Grande y que venga tanta gente de nuestra edad influye. Encima, la música motiva mucho», añade.

Los chavales

La mayoría se reúne debajo del monumento de la plaza. Aprovechan que hay un sitio para sentarse y descorchan las botellas. Desde ahí, tienen una posición privilegiada. «Ves quién se acerca, nadie te empuja y estás a tu bola», dice su amiga Elena. La música es actual, de vez en cuando suenan 'clásicos' y los gritos apenas se diferencian de los cantos. Es, dicen, «una parada previa en la fiesta» antes de «seguir por el centro». Eso sí, ojo con los excesos y con la limpieza. Los vasos caen en cuanto se terminan y las colillas pasan a ser parte del suelo. Más cuidado para que la diversión sea de todos.

La plaza se llena cada tarde noche, a la salida de los toros. Javier Cotera

Marta y sus amigas, que vienen de Asturias a las fiestas, andan un poco desanimadas porque todo está «demasiado abarrotado» para su gusto, pero van a repetir salida. «Seguro que hacemos más amigos».

La asistencia, de hecho, también depende del programa. De la noche de los fuegos, de los conciertos en La Porticada, de la campa... Si hay citas 'gordas' en la agenda del día, la chavalería deja un poco antes la plaza y su punto neurálgico. La carpa de La Pera. Allí siempre hay movimiento. «Siempre vamos, aunque sea un ratito», comenta Cristina Galán. A ella le «encanta» el ambiente, pero «hay que repartirse». La Pera, dice, es un «clásico».

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