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Como si estuviera inmersa en una canción de Mecano, la dama de Cuatro Caminos lleva unos días poniéndose guapa para su gran evento anual. «Sombra aquí y sombra allá», decía el grupo compuesto por Ana Torroja y los hermanos José María y Nacho Cano, siempre amante del maquillaje. En realidad, lo de la plaza de toros de Santander es más de madera y pintura, de colocar tablas y dar un repaso general porque, pese a sus 134 años, se conserva en forma, sin achaques y dispuesta a proporcionar a cántabros y visitantes una nueva semana de gloria y tragedia.
Durante diez meses al año la plaza se deja ir. Como si estuviera hibernando, se despoja de sus ropas de trabajo y deja que tablas, puertas y arena reposen bien resguardadas. Por allí entrenan los alumnos de la Escuela Taurina de Santander, que muletean y ponen banderillas sobre un terreno que se vuelve verde en varias zonas del ruedo. Lo que siempre han llamado nuestros abuelos las malas hierbas, que nadie sabe muy bien qué delito han cometido para recibir ese calificativo, pero que hacen feo. La arena, «ferruginosa arena», como diría el gran Fernando Fernández Román, escasea desde hace tiempo y trae de cabeza al Consejo de Administración que encabeza Indalecio Sobrino. De hecho, se supone que las obras de adecuación del piso debían haberse hecho antes de esta feria, pero no será hasta el mes de septiembre cuando se inicien los trabajos para mejorar el drenaje (el verano santanderino no perdona) y para instalar un sistema de riego con aspersores emergentes, lo que desterrará la imagen del operario y la manguera.
Más allá del piso de la plaza, la otra obra fundamental para poder celebrar la feria de Santiago es la colocación de las tablas que cierran el redondel. Porque claro, a ver quién se queda en el callejón sin la protección pertinente. Tabla, martillo y pericia para encajar uno a uno los tablones que rodean a los protagonistas de la semana y que permiten, además, que los invitados VIP sientan de cerca la respiración del toro. No es el de Santander, a diferencia de otros, un coso en el que el callejón rebose de gente especialista en aparecer de gañote, pero siempre conviene que los que estén se encuentren seguros.
Aunque es en el último mes cuando se acelera su puesta a punto, la doña nunca descansa del todo. Y es que entre septiembre y junio los empleados de los talleres municipales han llevado a cabo tareas de remodelación y mantenimiento en prácticamente todas las instalaciones del recinto, desde los bancos de los tendidos hasta la colocación de treinta nuevas taquillas en los vestuarios, pasando por la adecuación de un nuevo baño para personas con discapacidad. En las obras han colaborado los alumnos de la Escuela de Talento Joven Santander Construye, que se han forjado en el oficio cual novillero que inicia su camino y aspiran a tomar la alternativa dentro del servicio fijo del Ayuntamiento.
Y, claro, una sesión de chapa y pintura no podía estar completa sin la puesta a punto del recinto fundamental de una plaza de toros. Por el coso pasarán en los próximos días más de 80.000 personas, toreros, banderilleros, picadores, famosos y trabajadores, pero sobre todo pulularán por sus instalaciones más de cincuenta toros y una docena de caballos de picar, que necesitan tener su sector del recinto en perfecto estado. Una puerta que no cierra o una manguera que no funciona pueden dar al traste con productos de alto valor monetario, por lo que la revisión de corrales, chiqueros y cuadras debe ser minuciosa.
Completada la parte funcional, el coso tiene que ponerse bonito. Que lo es de por sí, porque lo clásico nunca pasa de moda, pero para lucir ante locales y turistas siempre es bueno aparentar que los años no pasan por ti. Ahí entran los pintores, los maquilladores de la madera, los artistas que convierten el patito feo en la bella señora del norte. Los hierros de las ganaderías existentes en 1890 cuando se inauguró el coso, y el cangrejo infiltrado, presiden los últimos retoques, que dan el tono rojo intenso que luce Cuatro Caminos cuando en el primer día de feria dan las 18.30 horas. Es entonces cuando sonríe. Cuando se abre la puerta de chiqueros y todo cobra sentido. Cuando la gran dama de Santander se convierte en epicentro de la vida y la muerte.
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