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La dura puesta de largo del artista
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Los mozos de los rejoneadores tardan varias horas en preparar a las monturas para sus actuaciones en las plazas de torosEl ritual de un torero el día que se viste de luces está bien definido. Descanso, un pequeño paseo, comida frugal y, tras vestirse en ... el hotel, a la plaza. En el toreo a caballo, sin embargo, la costumbre cambia un poco. Y es que los protagonistas no duermen sobre una cama, sino en un cómodo camión en el que viajan para llegar a la plaza de turno a primera hora de la mañana. En el caso de Cuatro Caminos, los caballos de Guillermo Hermoso de Mendoza llegaron al aparcamiento del Mercado de la Plaza de México en torno a las 09.00 horas.
Fue el primer paso de una mañana larga en la que las once monturas, a la vista de los aficionados, sufrieron una transformación antes de salir a la plaza. Lo primero es comer algo para recuperar fuerzas del viaje. Posteriormente, ya fuera del camión, toca el primer cepillado para empezar a mostrar lustrosa la piel. Berlín, Corsario o Nico esperan tranquilos a que empiecen a ponerlos guapos. Como las modelos antes de salir a la pasarela, saben que es un proceso necesario y alguno hasta se nota coqueto. Otros, como Martincho, se quejan de vez en cuando. Nada grave, pronto el equipo vuelve a la formalidad.
El equipo de mozos de Hermoso de Mendoza está compuesto en la matinal por Lide, Ana, Emiliano, que es mexicano, y Lucía, llegada de Francia. Ya por la tarde se unirán dos cántabros, Rubén Delgado –que es de Ruiloba, vive en el Valle de Villaverde y lleva veinte años unido a Pablo Hermoso– y Galder Munsuri (que además de ayudar en la cuadra del caballero navarro es uno de los mejores jugadores de pasabolo tablón). Los artistas empiezan una transformación que llevará hasta prácticamente una hora antes del festejo, cuando el rejoneador se hará cargo de ellos para un calentamiento previo.
Salvo en Pamplona, donde siempre es un día especial, los caballos de los Hermoso de Mendoza siempre visten igual. El mismo peinado, el mismo lazo, los mismos colores. Por una cuestión estética y por una cuestión práctica, puesto que así los aficionados identifican rápidamente a las estrellas de la cuadra. Ana tarda cerca de una hora en vestir las crines de Corsario, que espera pacientemente. Ya después de una pausa para la comida empieza la última fase.
Con la peluquería y el maquillaje listo es turno de los pertrechos para la batalla. Protectores en las patas, la cabezada y la montura, el último paso antes de soltar músculos. Un ritual, una forma de vida, que desaparece una vez que 'la modelo' ha cumplido sobre el albero. Siete minutos en los que encumbrarse antes de volver al camerino y ponerse el traje de noche, descansar y tomar posiciones para un nuevo viaje. De vuelta a casa, a otra plaza o donde toque. La rueda seguirá girando y los caballos pisarán otra plaza. En la que, por supuesto, tendrán que lucir apuestos.
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