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Los jóvenes abarrotan el recinto instalado en el aparcamiento de los Campos de Sport de El Sardinero para disfrutar de una tarde de ferias.

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Los jóvenes abarrotan el recinto instalado en el aparcamiento de los Campos de Sport de El Sardinero para disfrutar de una tarde de ferias. Luis Palomeque

La esencia del paseo veraniego por las ferias

Atracciones ·

El recinto, hasta la bandera los días señalados, mantiene la atmósfera de toda la vida

Martes, 23 de julio 2024, 02:00

El humo que sale del Supercanguro. El jaleo alrededor de la tómbola. Las bocinas de los coches de choque. Los gritos de la casa del terror. Este es un lugar ruidoso y ajetreado que, para nada, pasa desapercibido -el ruido se escucha por todo El Sardinero-. Todo eso se adueña del ambiente y los chavales (y no tan chavales) van y vienen por las casetas y las atracciones, como cada año. Hay algunas nuevas, pero hay cosas que nunca cambian. Comienza la Semana Grande y comienzan las ferias de Santander. Resulta complicado no pasarse, aunque sea a curiosear.

Cuando el día está nublado o la gente anda ya sobrada de playa, esto se llena. El domingo, por ejemplo, estaba tan abarrotado que no chocar con el personal yendo de una atracción a otra era un reto. Los que se pierden entre la muchedumbre recurren al clásico «quedamos en el Súper Ratón». Hay quienes se arrepienten de haber ido un día tan concurrido. Otros lo agradecen. «Da gusto ver este ambiente», comenta un padre que ha llevado al niño.

Los más mayores se decantan por los típicos puestos de chatos -una tradición-, aunque más de uno los pide directamente por los barquillos de acompañamiento. «A mí me gusta más el barquillo que el vino», dice Mario, un joven que ha ido con un grupo de amigos. Muchos son fieles a las ferias desde pequeños y no han fallado ni un año, pero las formas de disfrutar van cambiando. «Antes iba por las atracciones, ahora lo que apetece más es jugar a los dardos, echar un bingo o tomar unos chatos», añade el propio Mario.

Niños y mayores disfrutando de los coches de choque..

Ojo, que ese cambio de hábitos también obedece, según algunos, a la subida de precios de las atracciones en los últimos años. Todo sube, y ese minuto de adrenalina también está por las nubes. Por eso, se decantan por los dardos, las escopetas o los penaltis. De hecho, la 'calle' en la que se encuentran estos juegos es la más concurrida. Lo más popular, las carreras de camellos. Puedes ganar desde un peluche a un patinete eléctrico. El 'speaker' pone el toque humorístico comentando los lances entre los camellos participantes. Todo, con reguetón de fondo. «Le sigue, le persigue, le pica la oreja...». Es una fiesta dentro de otra.

Los más pequeños tienen sus espacios para disfrutar.

El portero giratorio es otro de los que atrae más gente. Y también de los que crea más polémica. Hay un amplio repertorio de bufandas entre las que elegir si consiguen sortear al guardameta: del Racing, del Liverpool, del Barcelona... Pero también de Rosalía o de Taylor Swift. La complejidad del asunto hace que los 'pateadores' reclamen cualquier atisbo de gol. Y no dudan en discutir -sin pasarse, eso sí- con el feriante, que acaba saliéndose con la suya.

Para liberar tensión

Puestos a quitarse el cabreo, el 'punching ball' ayuda. Los adolescentes miden sus fuerzas. Cada derechazo genera expectación y la máquina está rodeada de público como si de una de obra de arte valiosa se tratase. Alguno amaga con darle con el pie, pero recula y acaban montados en una de las atracciones más llamativas. Lo llaman Sky Lab, pero acaban por definirlo como «la noria tumbada». Da vértigo.

«Te pago yo esta y luego me pagas tú la siguiente», se escucha en la cola para agilizar los trámites y no complicar la vida a los feriantes. Bastante tienen con atraer al personal. Y en eso, a los 'tomboleros' no les gana nadie. Son, de largo, los más experimentados. «¡Al amarillo se paga doble!», exclama el feriante, que no deja de decir que allí puedes ganar hasta un jamón de Toledo. Y toca. «Hace seis años me tocó a mí uno y desde ese día vengo todos los años a probar suerte. A ver si repito».

«Las bocinas, el humo, el olor a algodón de azúcar... Todo esto es muy reconocible y muy de las fiestas de toda la vida»

Entre probar suerte y subirse para que te pongan boca abajo, también toca dar un bocado. Cada año hay más puestos de comida, que ganan protagonismo a medida que avanza la tarde y se juntan los de la merienda con los de la cena. Se oyen las primeras propuestas gastronómicas: «Vamos a por unas 'salchipapas'». En el menú del recinto lo mismo hay perritos, que carne a la parrilla o los típicos churros, que se dejan querer. Y no falta el algodón de azúcar, claro.

Con eso del algodón asoma la nostalgia. Como de otro tiempo. Y no hay que ser muy mayor. Alguno rozando la treintena admite acudir en gran parte porque le recuerda a su infancia. «Es que todo esto es un ambiente muy reconocible. Recuerdo las ferias después de la playa con los amigos y sentarme donde de los coches de choque. Me alegra ver que los chavales siguen haciendo lo mismo».

Y es que apelotonarse alrededor del 'punching ball' o chocar en los coches tiene algo de ritual. «El humo, los olores, los ruidos... Todo es muy reconocible y forma parte de la esencia de las fiestas y de los recuerdos».

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