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Laura Fonquernie
Santander
Domingo, 28 de julio 2019, 23:45
«Llevo desde enero en la agrupación Coros y Danzas de Santander». Su primera vez en el desfile. Juanjo Gómez llegó al punto de encuentro, en Gamazo, en la parte de atrás del Palacio de los Festivales, con su traje regional. Pantalón oscuro, camisa blanca ... y chaleco. «Me animé porque mi hijo ya tocaba en el grupo de los piteros». Junto con otros cinco amigos decidió apuntarse. Este domingo, antes de empezar, reconocía que nunca había imaginado que llegaría a estar en algo así. En el pasacalles cántabro que celebró su tercera edición con motivo del Día de las Instituciones y para cerrar la Semana Grande. Participó él y miles de personas. Los que desfilaron y los que se echaron al centro de la ciudad para seguirlo.
Ellos –los piteros– iban en la cabeza del desfile. Pero no caminaban solos. Además de los instrumentos, iban escoltados por los gigantes (también piteros) que, sin ser conscientes, fueron los que más revolucionaron a los niños. Porque niños había un montón y, nada más ver a esos personajes enormes, empezaron a corretear a su alrededor. Una cabeza de la comitiva uniformada. Pantalón azul marino, camisa blanca, chaleco negro y a la cintura, una faja roja. Para los que nunca les han visto resulta curioso ver cómo se la atan. Mientras uno se sujetaba un extremo de la faja, desde el otro lado, el compañero giraba sobre sí mismo para ir enroscándose. Y, por supuesto, no podía faltarles el pañuelo azul de la Semana Grande al cuello. Para eso estaban en la capital cerrando las fiestas.
Tras los piteros, presidiendo, la bandera de Cantabria. La sujetaban seis personas que intentaban luchar contra el viento para que no se la llevara. Y justo detrás, otro grupo llevaba una estela cántabra. «Es la bandera oficiosa de Cantabria». A Cristina, del grupo de Coros y Danzas de Santander y una de las organizadoras (en esto colaboraba ADIC), le tocó dar explicaciones.
Gaitas, tambores y panderetas fueron las encargadas de marcar el ritmo desde el principio. En Gamazo, lugar de salida, se escucharon las primeras notas. Los ensayos. La veintena de grupos que participaban, calentaba motores. Eso sí, el sonido de los instrumentos no fue el único que inundó las calles de la capital cántabra. Las albarcas fueron, una vez más, protagonistas. Un calzado poco habitual por el muelle o el Paseo de Pereda. Y eso no pasó desapercibido. «Son un poco incómodas si te paras, que es cuando las notas más. Mientras andas no te das ni cuenta de que las llevas», explicaba Manolo, de la Banda de Gaitas Peña Gedío. A su lado, Marco, enumeraba algunos de los trajes regionales que se podían ver. «Hay de pescadores, que son los que llevan la boina con la borla. Es el traje de gala. Y también de lebaniegos». Esos, entre otros muchos. Y es que lucir un traje regional era el único requisito para participar.
Junto a la banda se preparaban las cabuérnigas, del Grupo de Danzas Virgen del Campo de Cabezón de la Sal. Salla marrón y delantal negro. En la mano llevaban panderetas adornadas con mucho colorido. El desfile fue, en realidad, un mapa. Un catálogo de valles y costas. Los participantes provenían de todos los puntos de Cantabria. Agrupaciones de toda la región se dieron cita en Santander, en la capital. De Suances, Camargo, Torrelavega, Ampuero... No faltaba nadie.
Tampoco los turistas, vecinos y curiosos, que no podían disimular su cara de asombro durante todo el desfile y que no dudaban en sacar el teléfono móvil para inmortalizar los trajes. Algunos, incluso, se acercaban a sacarse una fotografía con los protagonistas, los que desfilaban. Una, con mucho interés, era inglesa. Ella, como loca, y ellos posaban orgullosos.
Y los que no entendían muy bien qué era aquel desfile o qué pasaba, sacaban rápidamente el programa de las fiestas. Otros leían los estandartes de los grupos para tratar de averiguar de dónde venían. Y alguno ya venía con la lección aprendida. «Venimos mucho por aquí y la verdad es que el pasacalles está muy bien. Es muy bonito ver los trajes regionales». Y lo decía José Luis, vecino de Bilbao (mucha gente de fuera entre el público).
A las veinte agrupaciones participantes, les acompañaron cuatro personajes de la mitología cántabra. El trenti, el trastolillo, el ojáncano y la anjana. Los tres primeros despertaban sentimientos encontrados. Amor y miedo. Mientras algunos críos les saludaban sonrientes y jugaban con ellos, otros preferían poner distancia. O llorar, incluso. Eso hacía una niña mientras su madre trataba de convencerla para que se acercara a sacarse una foto. No hubo manera. Aunque el susto más gordo se lo llevó una de las pequeñas que participó en el desfile con la Banduca Tradicional Garabanduya. Se perdió y se topó, de frente, con Trastolillo. Susto por partida doble. «Es que me da miedo», les dijo a sus 'rescatadores' cuando fueron a buscarla.
El pasacalles fue un lleno total. Por Puertochico y por el Paseo de Pereda. Abarrotado. A ambos lados de la carretera. Pasar por allí resultaba difícil. Hasta las bicicletas encontraban complicaciones para seguir el carril. Quienes desfilaban saludaban a sus amigos y familiares que se acercaron a verlo. Los que estaban sentados en las terrazas de la zona, giraban sus sillas para poder ver el desfile. Alguno se ponía de pie directamente para ver mejor. Los más espabilados aprovechaban los bolardos del paseo para tener una visión privilegiad. Cualquier sitio era bueno. Porque nadie se lo quería perder, ni los que tenían que trabajar. Hasta los camareros echaban un ojo. Y no había ni un hueco libre.
En algunos puntos del recorrido la comitiva se paraba. Era entonces cuando las agrupaciones entonaban sus cánticos o bailaban. Actuaciones improvisadas. Así, las gaitas y los estribillos de las canciones se fueron turnando hasta el ayuntamiento. «Que ven de dar la sal del puerto de Brañavieja...». En su paso por la plaza Porticada, la música del desfile se fusionó con el concierto que se celebraba allí. Mikel y Miguel Cadavieco, una de las muchas actuaciones previstas en 'Folclore a lo Grande' durante todo el día.
Y no faltaron imitadores. Algunos trataban de copiar los bailes y se escuchaban tarareos de quienes se sabían las canciones. Cuando un grupo dejaba de cantar, el siguiente empezaba. Una fiesta. «Bravo piteros», exclamaba una chica después de que el grupo tocara una canción a la altura ya de la calle Calvo Sotelo, que también fue testigo del pasacalles y del folclore.
Las sonrisas tanto entre los participantes como en los que observaban desde la calle, denotaban el éxito con mayúsculas del pasacalles. Gustó. Como en los años anteriores. Y todos coincidían en señalar la importancia de eventos así. «Me encanta que se mantengan estas tradiciones». Blanca, vecina de Madrid. Acompañada por una amiga, se encontró con la fiesta cuando salían a dar un paseo. Una casualidad útil para empaparse un poco de Cantabria. Porque de eso fue el día. El cierre de las fiestas y el domingo. Un broche para la Semana Grande muy de casa por el centro de la capital.
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