Miradas al toro y al cielo

El tercer día de toros en Santander estuvo acompañado de un cielo nublado, con tonalidades gris oscuro que amenazaba lluvia. Los aficionados discurrían como un río por la cuesta que baja hacia la entrada a los tendidos. Esta vez con la expectación de ver al sustituto de Morante, Juan Ortega, y al resto de toreros.

Conforme se acercaban las seis y media, más aficionados iban llenando la calle, cerrada al tráfico, ocupando todo el ancho de la vía. Las peñas acompañaban con colores vivos el azul que algunos aficionados vestían con motivo de las fiestas. Se les escuchaba hablar sobre la faena del día. «A ver si hoy no regalan las orejas» o «tendríamos que haber traído paraguas». Y, de vez en cuando, entre ellos, al vendedor de una de las pequqeñas tiendas dispuestas alrededor de la plaza tratando de hacer caja aprovechándose del cielo: «vendemos chubasqueros».

Aún temiendo la lluvia, que ya azotó por la mañana, se respiraba ese ambiente de fiesta tan característico de la Semana Grande, que inundó Cuatro Caminos y las calles y bares adyacentes. Algunos llevan a sus nietos por primera vez a una faena. Otros son veteranos que esperan «emocionarse como antes». Los hay que acuden por tradición y quienes aprovechan la ocasión para juntarse con viejos amigos.

Eso, los de casa, a los que suman los que recorren el país de feria en feria. Con gentes venidas desde Sevilla, Logroño o Navarra, entre otras provincias. Y hasta extranjeros con mirada de curiosidad dispuestos a empaparse del ambiente. «Como todos los años», comentaban en uno de los corrillos.

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