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Juan Pedro Domecq es, sin duda, un ganadero con suerte. O que en las últimas décadas se lo ha montado muy bien. Primero le ha funcionado el marketing de los 'toros artistas', que caló con gracia entre los aficionados y la gente del toro en ... general. Después vino la maldita estadística: se suman las orejas cortadas en cada una de las corridas, las plazas en las que se han conseguido y quiénes las han cortado y, claro, se pone en cabeza del escalafón. Pero, en el fondo, todo es una 'mentira' nada piadosa. Es, sin más, la degeneración de un encaste que se ha querido hacer tan comercial, tan enfocado a ganar trofeos, como en esas películas hechas para que los actores principales se lleven los premios de la Academia de Hollywood, que ha perdido toda su identidad. Y ya ni es artista ni es..., casi nada. Otra de las suertes de Juan Pedro es que los toreros que se enfrentan a los astados de la coronada V de Veragua salvan tarde tras tarde defectos como la escasez de fuerza, la falta de casta y la pobreza de pitones, que las figuras no quieren sustos.
La corrida de Juan Pedro Domecq que este lunes se lidió en Cuatro Caminos es un claro ejemplo de todo ello. Pasará al palmarés de la ganadería como un triunfo más, gracias a esa estadística matemática tan poco fiable para quien sabe de esto. Se cortaron cuatro orejas y dos toreros salieron a hombros por la puerta grande. Las empresas, de cara a la composición de los carteles del próximo año, ya la tienen apuntada para contratar su producto.
Un Morante con ganas y en racha y un pedazo de torero como Diego Urdiales fueron los artífices del 'milagro' de este lunes, ante seis toros muy flojos de manos, impropios de cara para cualquier feria que se precie y rozando los acantilados de la mansedumbre. Les salvó que repitieron y humillaron generosamente en la muleta, pero nada más. La vaca Paca que pastaba en los prados del Callejo La Ran, en mi pueblo, tuvo más pitones que los seis que lunes se corrieron en la capital cántabra.
Pero vayamos por partes. El primero de la tarde fue un toro que en nada gustó a Morante y en que lo único destacable que anotar fueron las tres verónicas y la media en el quite del único puyazo, flojito, que recibió. Ante la constante pérdida de manos, el sevillano optó por lo más aconsejable y lo pasaportó con prontitud. Gracias Morante.
El segundo, muy protestado por su falta de hechuras, se dejó hacer por un Urdiales que vale un potosí. Bien de capa el riojano y mejor aún con la muleta, dejando en la retina del aficionado unos pases muy lentos, llenos de pureza y con el sabor que deja la veteranía y el gusto por las cosas bien hechas. Se rajó pronto el toro y se amorcilló en tablas, por lo que Urdiales tuvo que estoquearle, con un espadazo hasta la bola, en una difícil posición al hilo de las mismas. Fue la primera oreja de la tarde, a la que no se le debe poner ningún reparo.
El tercero repitió en eso de perder las manos en cada pase por bajo. Lo intentó Juan Ortega, que debutaba en Cuatro Caminos, pero si la tónica no tiene gas, el gin tonic es un aguachirle poco o nada apetecible. Gran ovación para el sevillano, tras una estocada caída.
El cuarto le permitió a Morante salir por la puerta grande tras cortar dos orejas. Vamos primero con el toro y después con los trofeos. El ejemplar fue quizás el mejor de la tarde y el sevillano estuvo con él en artista, en su línea de torero distinto, cautivador. Lo mató de una gran estocada y se llevó las dos orejas del jabonero de Juan Pedro, tampoco sobrado de fuerzas. La faena, que concluyó con una gran estocada, para la mitad de la plaza fue de una oreja y para la otra de dos. Conclusión, que una y media debería ser el cómputo final. En todo caso, nada que objetar.
El quinto rozó la invalidez, hasta el punto que se tumbó al final de una gran faena de Urdiales, llena de matices y buen toreo. Se tuvo que armar de paciencia para matarlo ya que, en su estado, el morlaco no hizo más que recular en cada intento. El estoconazo, tras la incertidumbre, fue letal. Oreja de ley.
Juan Ortega no tuvo más remedio que ejercer de convidado de piedra. Y si nada pudo hacer con el tercero, menos aún con el sexto, un petardo sin dinamita, que tan sólo mereció una muerte rápida. Agradecidos todos, por no aguantar más tanto despropósito.
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