Pasión cultural de generación en generación
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Tradición. ·
Santander celebra la IX Edición de su pasacalles regional de folclore coincidiendo con el Día de las Instituciones de CantabriaCalor. Mucho calor. Desde primera hora de la mañana el sol no dio tregua. Como dicen los santanderinos, «hay días que hace malo, otros bueno y luego están los que son de playa». Y ayer fue de los de bañador y toalla al hombro. Indumentaria ... perfecta. Con todo, y aunque sea sudando la gota gorda, el 28 de julio es una jornada para celebrar el Día de las Instituciones de Cantabria. Incluso, en plenas fiestas. O justo por eso.
Según se iba acercando la hora para conmemorar y reforzar la tradición cántabra, las carreteras comenzaban a dar síntomas de colapso. «Llegar hasta el centro ha sido misión imposible. Calles cortadas y aparcamientos hasta arriba», decía una familia de Albacete que no sabía que este viernes se celebraba el desfile de la XI Edición del Pasacalles Cántabro. Bajo un cartel rojo que ponía en letras mayúsculas 'completo', los vehículos formaban una cola sin fin con la sorpresa de tener que dar media vuelta y volver por donde habían venido. Otros tuvieron más suerte y encontraron un hueco.
Y es que muchos participaban en el despliegue. Había tantas personas vestidas con trajes regionales en el subterráneo, que era difícil adivinar si el desfile era por el Paseo de Pereda o se iba a trasladar por condiciones climáticas extremas –porque a ver quién aguanta los casi 30 grados a pleno sol con el traje puesto– a los aparcamientos de la ciudad.
Las que más sufrían, sin duda, eran las mujeres. Para que se hagan una idea, camisa de hilo natural, chaleco de terciopelo, una falda de varias capas hasta los pies, tela en el interior para protegerse, un pañuelo sobre la cabeza... Vamos, que ya podría celebrarse el Día bajo un clima como el de Nueva York. Aunque allí ya han estado. «Hemos desfilado en Francia, Bélgica, Italia, Cuba y hasta en Nueva York, en el año 1992», contaba Javier, que lleva desde los doce años formando parte de la agrupación Danzas Virgen de las Nieves de Tanos.
De generación en generación. Así se hace. Cristina, hija de Javier, lleva más de dos décadas compartiendo esta pasión con su padre: «Es muy bonito, te encuentras con más grupos de la región, celebras el día que es, ríes, bailas... Aunque a ver si la siguiente promoción continúa».
Y así es. Adolescentes, niños, incluso bebés en carritos, se preparaban a los pies del Palacio de Festivales. A escasos ocho minutos para la hora prevista de salida, las dieciocho agrupaciones que iban a recorrer la zona más emblemática de la capital ya estaban listas para lucirse. El grupo que encabezaba el desfile practicaba haciendo sonar sus pitos. Otros hablaban entre ellos y se ponían al día después de casi un año sin verse. Y a las siete en punto, la voz de una mujar gritando «3,2,1... Señores, cuando querais comiencen a tocar». Redoble de tambor y al lío. A lucirse sobre el asfalto de la capital.
En una era de lo más tecnológico, los móviles ganan protagonismo. La mayoría de los locales y turistas que pasaban por allí inmortalizaba el momento. Casi que veían el desfile a través de sus pantallas. Los participantes bailaban y tocaban para su público. Pese a todo, más pantallas que ojos mirando, cuando los mozos y las mozucas terminaban su función, todos aclamaban con aplausos y soltaban algún «bravo».
Turno para una jota. Cinco parejas. Castañuelas, gaitas, pitos y tambores. Bailes a lo alto dando pequeños saltos sobre las puntas de los pies. «Esta es montañesa, que mucha gente cree que es de Aragón», explicaba una joven que acababa de terminar su espectáculo. Cansada y acolarada, un pulverizador de agua con el que se refrescaba la cara era uno de sus mejores aliados. Eso, y también un abanico a juego con su traje.
La sensación de fuego en el ambiente fue la principal causa de que las sombrillas, las bolsas y hasta las sillas de la playa –con pamelas y chanclas– fueran los complementos más repetidos. «Me estoy quemando y ando llena de arena», se quejaba una chica que hablaba por teléfono a la vez que escuchaba cantar a la agrupación Ronda Pico Cordel de Reinosa.
«En todas las partes del mundo sale el sol por la mañana... Vengo de recoger flores del jardín de mi morena...»... Un fragmento de la canción que entonaban a capela en círculo los diez hombres que formaban el grupo. Y con albarcas. Cerca, las gaitas sonaban y los marineros llevaban a cuestas unos remos gigantes. El mar y la montaña. Sotileza, Peñas Arriba, Cantabria.
Verlos pasar. Escuchar y hasta arrancarse. Y después, cada uno a lo suyo. «Bueno Felipe, nosotros vamos a continuar por nuestro lado la marcha». Aire.
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