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Eran 23 grados, pero la sensación térmica era mayor para el último día de pases a pie, antes de que el rejoneo ponga el broche de oro a la Feria de Santiago. Por eso, en la calle –abarrotada, como todos estos días, abundaban sombreros de ... paja y abanicos. Y hasta las almohadillas rayadas sirvieron para refrescar la cara. Hay que aprovecharlo todo.
Puestos a fijarse en los detalles, uno que destacaban antes de empezar. De hace justo un año en la misma plaza. «El año pasado aquí casi matan a un torero», señalaba un aficionado, refiriéndose a la cogida que sufrió el 27 de julio de 2022 el torero Eduardo Dávila Miura. Calló sobre una rodilla y el toro «le atravesó», pero consiguió terminar la faena y llevarse una oreja. Eso sí, de camino a la enfermería.
El azul volvió a lucir en el cuello y ropa de los asistentes, que, como estos días atrás, llenaron las terrazas adyacentes a los tendidos. Y volvió a sonar la música. Las peñas cantaban calle abajo y los vendedores de las pequeñas tiendas colocadas alrededor de la plaza voceaban lo que tenían para ofrecer, abasteciendo con éxito a los aficionados. Se formaron corrillos que, a estas alturas, ya andaban con los balances de la feria. Que si esa faena, que si ese toro, que si las ganaderías... Lo habitual cuando ya se va llegando al final.
La plaza volvió a estar cerca de llenarse y quienes aún no habían entrado cuando ya se iba acercando la hora, disfrutaban de bebida y hasta de churros sentados en los bancos y en los bordillos del pequeño reducto de sombra que brindan los árboles en ese pequeño parque entre las plazas de toros y la de México. Cualquier hueco es bueno.
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