La primera mañana grande
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El sol y el calor protagonizan el arranque matinal del sábado en el centro, donde hinchables, casetas o el mercado marinero entretienen a tres generacionesSecciones
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El sol y el calor protagonizan el arranque matinal del sábado en el centro, donde hinchables, casetas o el mercado marinero entretienen a tres generacionesTras una noche que acabó a la hora que cada cuál decidió –como ya viene siendo costumbre en los viernes de chupinazo– y de la que todavía quedaban algunas cicatrices en forma de suciedad en los rincones, el sol y el calor dieron la bienvenida a la primera mañana de Semana Grande. En estas primeras horas de festejos, el azul de un cielo completamente despejado se unía con el clásico color de los pañuelos que llenaban las calles la ciudad, sea en los cuellos de los viandantes, sea colgados en los comercios o en los alumbrados públicos.
Y es que en esta primera mañana de actividades todo el mundo tuvo su espacio: desde los más pequeños y sus «mamá, la noria» o sus saltos en los hinchables, hasta los más mayores, que paseaban por el mercado marinero en la Plaza de Alfonso XIII. También, todas las personas de mediana edad que, a eso de las once de la mañana ya se dejaban ver en las terrazas, tomando el primer café del día. Porque la jornada se antojaba larga en la «capital de la alegría» –como pone en el programa de las fiestas–. Hacían eso y, de paso, intentaban guarnecerse del sol.
Peor suerte corrieron otros madrugadores, los que hacían cola para hacerse con su pañuelo y unirse a la 'marea azul' que inunda Santander hasta el próximo domingo. La felicidad propia de quién disfruta de las fiestas y la ilusión por tenerlo vencieron al astro rey y la larga cola, réplica a escala de la inmensa que había la tarde anterior, no desesperaba a los que se unían a ella durante aproximadamente media hora para acabar portando alrededor de su cuello ese trozo de tela que les imbuye de lleno en el festejo.
Y es que el pañuelo azul –muchos llevaban el que regaló el viernes El Diario– se dejó ver durante toda la mañana. Hasta el punto de que algunas personas decidieron adornar el cuello de sus mascotas con él. Así, algún perro daba un paseo matinal un poco más especial,
Cuando el reloj que preside el ayuntamiento –también abrazado de azul oscuro– anunció la mitad del día, comenzaron a abrir las jaimas que hasta este año eran casetas y que daban la bienvenida a los pocos intrépidos que pedían el primer pincho. Al igual que el viernes, el cambio estético no es lo que preocupaba a los clientes: «Este año hay como menos», comentaban con el camarero, echando de menos las cinco que faltan respecto a la pasada Semana Grande. «Ayer (por el viernes) fue imposible pedir algo», concluían.
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Luis Palomeque
Para esta hora, en la Plaza Porticada ya lucía completamente armado el escenario en el que horas antes se había celebrado el concierto de 'Los 40 Classic', el primero de una serie que se alargará toda la semana. Horas antes, varios operarios finalizaban contrarreloj las tareas de mantenimiento, apremiados por el aumento progresivo de las temperaturas, hasta dejarlo en perfecto estado.
Al lado, en la calle Juan de Herrera se entremezclaba el tiovivo a pedales con algún niño a bordo con un grupo de turistas, que escuchaban a la guía mientras les explicaba cómo «se tuvieron que derribar los edificios de esas calles» para poder frenar el incendio de la ciudad en 1941. Tampoco faltaba el pañuelo aquí, con más de un foráneo queriendo sentirse santanderino por unos días.
Ya en horario de comida para los más tempraneros, y con el calor en máximos, el mercado marinero parecía vaciarse algo. Antes, un buen grupo de curiosos, más foráneos que locales, se sorprendían de las diferentes artesanías que allí se venden. Entre ellas, la joyería, que atrajo la mayoría de las miradas.
Y mientras, en el Parque de Jado, desde las nueve, los más madrugadores y activos disfrutaron del 'Teresuca Fest', con una clase de yoga y un posterior taller de bolos y otro de reanimación cardiopulmonar. Ya entrada la mañana fue el turno del baile urbano, que se prolongó hasta la hora de comer entre otras muchas actividades programadas.
Si en todo esto no hubo más gente es porque estaban en el otro plan del día. Quizás, el más demandado de la mañana: la playa. Así, los autobuses que unen el centro con el Sardinero lucían repletos de gente que se decidió por algo tan sencillo como coger una toalla, una sombrilla y disfrutar de un día de sol y calor en la costa cántabra. Al menos, hasta que apareció la lluvia.
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