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A hombros y al grito de «¡Torero, torero!» abandonó este martes Ginés Marín el coso de Cuatro Caminos. La luz artificial le había acompañado durante la lidia del sexto de su lote en un alegórico cierre de una gesta en la que al extremeño le ... salió todo redondo hasta cortar cinco orejas. En la sala de despiece, de hecho, colgaban los cadáveres de seis toros, seis, cuatro de ellos desorejados, señal de un triunfo sin paliativos. Fue la gran tarde de Ginés, quizás la más importante de la temporada, con las cámaras de televisión retransmitiendo en directo una corrida que había despertado tantas dudas como expectación. Dudas por conocer las condiciones y la capacidad del diestro para enfrentarse a media docena de astados en solitario y expectación por ver qué resultado habría al final de tan arriesgada apuesta.
A Marín le faltó variedad en la gesta. Se esperaba sobre todo más en los quites, que al final casi se redujeron a verónicas, media docena de gaoneras y alguna chicuelina suelta. Pero bien es verdad que esa falta de variedad la suplió sobradamente con un toreo puro, cargado de verdad y de estética, en algunos momentos incluso lleno de temple y mando.
Le ayudaron mucho, o casi todo, cinco de los toros que había escogido para una tarde tan especial. Sólo estuvo por debajo del quinto, un astado muy serio de Antonio Bañuelos al que dudó mucho y que le exigió el doble que el resto del encierro. Los demás, nobles, pastueños, tuvieron recorrido y le permitieron el lucimiento en las faenas de muleta. También contó con unas cuadrillas que lidiaron a la perfección cada uno de sus enemigos, y cuando los subalternos cumplen, todo después es mucho más fácil. Las estocadas con las que pasaportó a sus toros le dejaron abierto el camino de la puerta grande. Y, finalmente, el apoyo incondicional del público fue fundamental para esa salida triunfal a hombros, que ya había conseguido, por cierto, al ecuador de la corrida.
El primer toro del lote fue de Domingo Hernández, muy cómodo de cara y distraído de salida. Flojo y noble. Acudió presto a la pañosa del torero extremeño, que ya había dejado buenos momentos con la capa en el quite por gaoneras y chicuelinas, bien cerrado con una media. Toreó largo y templado Marín, gustándose y gustando, a pies juntos los últimos muletazos. Pinchazo arriba y estocada. Saludos tras petición.
El segundo fue de Jandilla, un poco más ofensivo de cara. Con poca fijeza y también flojo de remos. Como virtud hubo que destacar que tomó con prontitud el engaño, humillando mucho. Perdió fuelle pronto, lo que aprovechó Marín para pegarse un buen arrimón. Gran estocada y primera oreja ganada con justicia.
Algo flojo también fue el tercero, del hierro de Pallarés, cárdeno, que brindó a Indalecio Sobrino, presidente del Consejo de Administración de la plaza, pintor y amigo personal del apoderado del torero, el ex matador de toros Curro Vázquez. El cárdeno fue muy noble y a pesar de no poder bajarle la mano, Ginés Marín le sacó partido por ambos pitones, más por el derecho. Estocada caída y otra oreja que le aseguraba la puerta grande.
Con reparo se esperó la salida del cuarto, de Juan Pedro Domecq, después del petardazo del día anterior. A pesar de sus 472 kilos de peso –fue el más chico de la tarde– tuvo mayor presencia que sus hermanos estoqueados este lunes por Morante, Diego Urdiales y Juan Ortega. Flojo, para no desentonar, se vino arriba al final de la faena, pudiendo Ginés sacarle tres buenas tandas, muy ceñidas y templadas por ambos pintones. Laboriosa labor del diestro que tuvo la paciencia suficiente para esperar ese momento de recuperación del morlaco y apuntarse una nueva oreja, la tercera que arrancaba en la tarde, tras otra gran estocada. Hasta ese momento, todo transcurría como una balsa de aceite para el extremeño, entero físicamente y con los deberes ya hechos.
Las dificultades le llegaron con el quinto, un toro muy bien rematado de Antonio Bañuelos, de 610 kilos. Tuvo picante y exigió mucho al diestro, que no supo entenderlo. Un toro a contraestilo y de un comportamiento muy diferente al resto del encierro. No mató bien esta vez y fue silenciado.
A morder y poner la guinda en el pastel salió Marín a por el último de la jornada. Un toro escurrido de El Parralejo y escaso de cuerna. Como el resto de la corrida, apenas sufrió en el caballo para llegar crudo a la muleta. Tuvo recorrido y fuerzas suficientes para que el héroe de la tarde se luciera y cortara dos merecidas orejas, premio a la grandeza de un joven torero con presente y futuro.
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