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Miguel Ángel Perera (Puebla de Prior, 27 de noviembre de 1983) ha sido en Santander siempre un martillo pilón a la hora de triunfar. Duro, ... constante y efectivo.
–Vuelve a Santander, dónde siempre ha tenido mucho tirón.
–Es un lujo y un privilegio estar anunciado en una feria de esta categoría, que tan bien cuida a los toreros.
–¿Qué tiene Cuatro Caminos que gusta tanto a los toreros que comparecen?
–Los toreros nos sentimos identificados con las plazas y las plazas con los toreros. Se crea un vínculo cuando se dan bien, regresas año tras año y te reencuentras con el triunfo. Después de 18 años el balance es muy positivo.
–Son muchos años, muchos triunfos, pero los aficionados todavía se acuerdan de la tarde de 2008 con los toros de Núñez del Cuvillo.
–Han pasado muchos años, pero 2008 fue redonda, de cuatro orejas y dos grandes faenas, en el sexto incluso me pidieron el rabo. Fue una tarde rotunda numéricamente, pero, si por algo se crea esa afinidad y ese cariño, es por el cúmulo de todos los años. He vivido muchas ferias y muchos triunfos, igual no de cuatro orejas, pero si de dos o de tres. El pasado año sin ir más lejos, con los toros de La Quinta.
–Este año repite con los grises de Álvaro y Pepe Martínez Conradi. ¿Qué características convierten en especiales a estos toros para que se apunten con ellos tantos toreros?
–Están embistiendo con ritmo, con calidad, con humillación y permiten hacer el toreo que uno busca. Yo siempre he defendido que no hay toros más toristas y más toreristas. Al final hay estilos de torear y cuando un toro, sea cárdeno, colorado, negro o jabonero, te permite hacer el toreo que quieres, eso llega a todo el mundo. Ahora el animal de La Quinta lo permite, lo lleva años buscando y muchos toreros nos apuntamos porque nos permite ese triunfo.
–¿En qué ha cambiado la feria de Santander desde su debut aquí?
–Ha pasado por varias manos. A lo mejor ha cambiado en el toro, algún año subió el nivel y el tamaño con respecto a una plaza de Segunda con una feria tan torera como era Santander, pero en los últimos años ha retomado el equilibrio. Bien con gestión directa como antes o ahora con la empresa, el torero no deja de notar la cercanía, las cosas bien cuidadas, y eso es importante.
–¿Y cómo ha evolucionado el concepto que tiene Miguel Ángel Perera?
–Lo que cambia es la madurez, la perspectiva. El concepto uno lo tiene definitivo y marcado. Pero, en nuestra constante evolución, buscamos dentro de nuestros propios registros y al final, con el paso de los años, adquieres una madurez, un poso y un oficio. Además, te conviertes en un torero que intenta quitarse de encima la presión del triunfo que tenía al comienzo. Ahora lo buscas, evidentemente, pero con otra mentalidad y otras maneras.
–¿Se puede ser figura del toreo sin detractores?
–Un torero no tiene que gustarle a todo el mundo. Los detractores no son necesarios. Para mí, el estímulo es el público en general y mis partidarios son los que fijan mis propias metas. Los otros sabemos que están ahí.
–¿Después de seis puertas grandes en Madrid cómo se explica su ausencia de este año?
–No te sabría decir. La conversación con el apoderado duró cinco minutos. Tampoco sé los motivos que han llevado a la empresa a actuar así. La verdad es que no me lo esperaba. No he fallado nunca en San Isidro y en la Feria de Otoño, cuando a muchos toreros les cuesta siempre, yo he estado allí.
–Siempre se ha involucrado en actividad con niños y aficionados. ¿Cree que ayudan a crear nuevo público en las plazas?
–Los que tenemos la oportunidad deberíamos involucrarnos más. No es solo el contacto con el toro, es el contacto con la naturaleza y el mundo rural. A veces vienen a mi finca niños y me quedo perplejo con el desconocimiento que tienen del mundo rural. Es preocupante. Es una inversión que, aunque no recojas en el futuro, sirve, ya que te sientes pagado al verlo disfrutar. Hay que revertir la desconexión con el mundo rural de la sociedad actual.
La Feria de Santiago va a asociada en los últimos años a los toros de El Puerto de San Lorenzo y la Ventana del Puerto, los dos hierros que Lorenzo Fraile tiene en El Puerto de la Calderilla.
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