Secciones
Servicios
Destacamos
Decía José Bergamín que el toreo es un acto de fe. En el arte, en el juego, en Dios. Quizá sea la frase pronunciada sobre el toreo más acorde a la actualidad. Le faltó rematar en que la fe, a día de hoy, hay que ... ponerla en que lo que salga por chiqueros permita el espectáculo. Porque ir a los toros está muy bien, ya lo dice Alcalá Norte. Un tendido, las nalgas sobre blando y una señora con mantón. Lo que es, básicamente, la vida cañón. Pero si el encargado de dominar la escena, de imponer el orden, de meter miedo y de repartir trofeos y éxitos solo da lástima, ir a los toros ya no es un ejercicio de fe, sino de resignación en que lo mejor va a venir de los compañeros de tendido y no de lo que pase en el ruedo. Hubo triunfo, sí, pero porque la dinámica de la feria y la ambición de Tomás Rufo fueron avales suficientes para que la quinta tarde no se quedase sin su puerta grande.
El encierro de El Pilar, de entrada, estaba mejor presentado que los de días anteriores. Que, por otra parte, tampoco era difícil. Con sus contrapuntos entre ellos, con dos por debajo de sus hermanos y con otros cuatro con hechuras más acordes a la categoría de la plaza. El trapío, la ofensa y defensa, ya para otro día. El problema vino con el juego, con sus intenciones, con sus fuerzas. La casta, vamos. Con problemas ya de salida, con indicios de tener incluso algún problema neurológico (hay varias ganaderías que lo están pasando mal por un problema similar), el encierro llegado desde Tamames hizo incluso despertar al respetable, que en materia ganadera apenas ha protestado durante la feria.
Hay que buscar, rebuscar y profundizar en el cuaderno de notas para encontrar algún detalle que salve la tarde, y todos llegaron desde los llanos de Toledo. Tomás Rufo se hizo rápido con el festejo, en concreto cuando echó las dos rodillas a tierra para iniciar la faena a su primer oponente. El de El Pilar estaba un poco por debajo en presentación de sus hermanos, pero se desplazó tras la tela del diestro. Una serie ligada en redondo fue lo más destacado de un trasteo con algún momento de apuro que acabó con el toro sin una oreja.
1 /
En una tarde escasa de emociones (qué diferente de la del martes), las rodillas de Rufo besaron de nuevo la arena de Cuatro Caminos, esta vez con el capote en sus manos, en una demostración de voluntad y valentía. La cadencia y el temple con la zocata y un suspiro de poder y mano baja por el derecho, con otro animal que se desplazó, fueron las notas de corte de la obra, que acabó con susto en forma de una tremenda voltereta al entrar a matar. El toledano se volcó, se tiró sobre el morrillo en busca de la puerta de la gloria (no es este el caso, pero cada vez menos cotizada) y salió con un topetazo y un espadazo, que riman y fueron sinónimo de una petición unánime. Dos orejas.
La ficha
Ganadería Seis toros de El Pilar, de origen Domecq vía Aldeanueva. Mejor presentados que los de las corridas anteriores, con más altura y largura que remate, y con el primero y el sexto de la tarde como los más destacados. Escasos de fuerza y raza, algunos incluso acusaron problemas en sus manos.
José María Manzanares Estocada caída (silencio) y estocada casi entera y tendida (silencio).
Alejandro Talavante Pinchazo sin soltar y bajonazo (silencio) y pinchazo sin soltar y estocada (ovación con saludos).
Tomás Rufo Estocada (oreja) y estocada tras salir volteado (dos orejas).
Incidencias Quinta de abono de la Feria de Santiago. Plaza de toros de Cuatro Caminos, con tres cuartos de entrada en tarde nublada. Presidió Juan Calahorra en un festejo en el que los tres matadores vistieron de nazareno y oro.
El resto, la nada. José María Manzanares sorteó dos astados que bastante tuvieron con mantenerse en pie. Tome nota ganadero, esas vacas merecen otro destino. Sin pena ni gloria, el alicantino no vive su mejor momento. Tampoco los vive Alejandro Talavante. Su primero fue el que más acusó ese problema entre cerebro y extremidades que hace que los toros tengan problemas de manos, mientras que el quinto se desplazó por ambos pitones, sin humillar demasiado, en parte (o en todo), porque el pacense se alivió él, alivió al burel y dejó que los muletazos discurrieran sin hacer amago siquiera de ponerse a torear en serio.
Como en una plaza de pueblo, que quizá sea en lo que, por culpa de la falta de toro y exigencia, se ha convertido Santander, Talavante sonrió mientras sabía que el toreo que le puso en la élite dista mucho de lo que puso en escena. Saludó una ovación, porque la generosidad es la generosidad.
Otra tarde más, otra tarde menos para el final. Pase lo que pase, lo echaremos de menos, porque es la vida cañón. Pero llegará el momento en que habrá que plantarse. Que sea pronto.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.