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Alfredo Casas
Santander
Sábado, 27 de julio 2019, 07:54
Desde una hora antes de comenzar el paseíllo dos docenas de hombres trabajaron a destajo y contrarreloj para retirar los plásticos que protegieron al ruedo ... de las intensas lluvias caídas en Santander en las últimas veinticuatro horas; además acondicionaron el estado del piso plaza hasta dejarlo practicable. Sin su urgente y esforzada acción, el sexto festejo del abono no hubiera comenzado con seis minutos de retraso. Simplemente se habría suspendido. Por ello esta crónica va dedicada a todos ellos.
Miren ustedes, para el gran público, el que ayer permitió que los tendidos se cubrieran en sus tres cuartas partes, existen dos tipos de toreros: los conocidos y los desconocidos. A los renombrados los consienten; a los anónimos simplemente los ignoran.
uSantander. Sexto festejo de la Feria de Santiago. Corrida de toros. Tarde entoldada y de agradable temperatura. Tres cuartos de entrada -7.500 espectadores-. Presidió Juan Bautista Calahorra de la Cruz. Toros de la ganadería de Juan Pedro Domecq. Pesos: 580, 521, 570, 612, 555 y 568 kilogramos. Encierro de desiguales hechuras y volúmenes. Desrazado, sin clase y venido a menos el 1º; blando y manejable el 2º; pronto, enclasado, con motor y de templado son el gran 3º; de simplona movilidad sin entrega el noble 4º; mansito, rajado y acobardado el 5º y complejo y con sus teclas el 6º .
Diego Urdiales (verde hoja y oro) ovación con saludos y ovación con saludos tras dos avisos.
José María Manzanares (sangre de toro y oro) silencio tras aviso y silencio.
Cayetano (tabaco y oro) dos orejas y silencio. Salió en hombros por la puerta grande.
Incidencias segundos antes de la salida del toro que completó el encierro de Juan Pedro Domecq comenzó a caer un intenso chirimiri que nos acompañó hasta abandonar los tendidos de la plaza.
A los notables pertenece José María Manzanares. De ahí que nadie protestara la ridícula cornamenta del primer ejemplar de su lote, un toro que, de salida, se apoyó en las manos y tomó el capote a regañadientes. Metió la cara y los riñones en el peto 'Jocoso', pero buscó en banderillas el cobijo de las tablas y se movió con informalidad. Tras pedir permiso al presidente Manzanares tiró del toro a los medios. A nadie pareció importarle que el diestro alicantino condujera a su oponente por la periferia, ni que sus destemplados toques provocaran las reiteradas pérdidas de manos de su manejable astado. Tampoco la falta de empaste por ambas manos, ni los eternos tiempos muertos entre tanda y tanda de muletazos telescópicos. Con todo, de haber atinado en el momento de la suerte suprema el público le hubiera premiado con algún trofeo.
Con pies y alegría saltó al ruedo el cuajado quinto, un toro que colocó la cara de salida con gran clase, pero que pronto se aburrió de acometer. Afligido bajo el peto del caballo y duramente castigado por 'Chocolate', el mansito 'Pantomima' alcanzó el último tercio rajado y acobardado. Vamos, que el de Juan Pedro únicamente tuvo una arrancada, dos a lo sumo, antes de echar el freno de mano y agarrase al ruedo. Literalmente imposible. Para el toro fueron los pitos en el arrastre. Del varilarguero, nadie se acordó. Y de su jefe de filas, menos. Conocido y consentido. Menudo chollo.
Además de notable, Cayetano es famoso. El acabose. Su primer ejemplar cerró su cómoda cara. Bajo, enmorrillado y largo de viga, el toro se empleó en el caballo con fijeza, rectitud y la cara a su altura. Severo fue el puyazo de Pedro Geniz. Quitó Cayetano por tafalleras y comenzó su faena por estatuarios que arrancaron unas tímidas palmas. Las tandas en redondo al enclasado 'juanpedro' tuvieron el denominador común de la falta de dominio y ajuste y los profusos remates.
Respondió el público a la velocidad, la ligazón y la entrega del torero, sin importarle un carajo donde se colocó y, menos aún, hacia dónde echó al toro. Más que torear, Cayetano movió al astado de aquí para allá. Y todos contentos. O casi todos. Tras el fulminante estoconazo, el delirio y la unánime petición de las dos orejas. Bien está si así lo decidió el público soberano... y un presidente sin el más mínimo criterio. ¡Ay Señor!
Comenzó a llover segundos antes de la salida del último toro de la tarde. Colorado, brocho, bajo, corpulento y atacado de kilos. Saludado por jaleadas verónicas rodilla en tierra y de pegajosa movilidad durante el último tercio. Tardó un mundo en llegar a los embroques, acometió con la cara a media altura y repuso sus viajes por el derecho. Y se venció por el pitón izquierdo. Que Cayetano no le pegara ni un muletazo por derecho no fue suficiente argumento para que escuchara el más mínimo reproche. Si hasta le aplaudieron tras un desplante provocado por un desarme. A lo dicho, que ser conocido en Cuatro Caminos, como en el Congo Belga es una bendición.
Diego Urdiales es un desconocido para el gran público. Es torero de toreros y torero de culto, pero al público eso ni le va ni le viene. No lo conocen. Por ello apenas le echaron cuentas. Menos mal que en Santander queda un reducto de aficionados 'delicatessen' que sí paladearon las dos sobrias actuaciones del riojano.
A su primero, alto de cruz y algo montado, lo saludó por acompasados lances a la verónica. Busco 'Rabel' el pecho del caballo y empujó para los adentros hasta derribar al equino. Quitado por ceñidas chicuelinas, el toro demostró estar crudito, tener sobrado fuelle y corto recorrido. Brindó Urdiales al respetable e inició el trasteo por templados muletazos por alto. En línea y a su altura empujó al toro hacia delante. Encajado y vertical, la primera serie en redondo fue de apretar las tuercas. En las dos siguientes debió de tocar el engaño con firmeza y perder unos pasos para provocar la inercia que le permitió correr la mano con pulcritud. Metido al pitón contrario, cargada la suerte, cuajó dos exigentes series de ceñido y calibrado trazo en los que el toro remoloneó. Con el astado pidiendo la hora, unos muletazos por bajo antes de ejecutar una estocada casi entera, caída y atravesada, de resuelto efecto. Saludó una ovación. Y gracias.
Completó el lote de Urdiales un sobredimensionado mostrenco, carente de trapío, al que Diego enjaretó unas delicadas y mecidas verónicas. El toreo. De refilón y apoyado en el pitón izquierdo tomó el toraco un administrado puyazo. Eficazmente lidiado, el de Juan Pedro se movió mucho y a su aire. Hizo bien Víctor Hugo en no molestarlo, porque de fuerzas y raza anduvo 'Socarraz' limitado. Brindada la faena a Paco Ureña -hay detalles que definen a sus autores-, Urdiales vio cómo el toro perdía las manos a la más mínima exigencia. Hubo el riojano de regular las alturas, retrasar los embroques y pulsear milimétricamente cada arrancada. Por el pitón izquierdo, pudo el torero ajustar un pelín más los embroques y demandar algo más de entrega en los hondos naturales. A fuerza de dejar muerta la muleta en la cara del toro, de aguantar un preciso tiempo y de tocar firme la franela, Urdiales empujó una docena de arrancadas que terminaron convertidas en embestidas. Unos enfibrados y garbosos remates, antecedieron a un pinchazo hondo y... perdí la cuenta. A pesar de rozar el tercer aviso, el respetable le obligó a saludar una ovación. Para la siguiente actuación, si la hay, ya será conocido.
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Ana del Castillo
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