El Gordo también toca en verano

Vamos con los números. Eran 104 viviendas (en esta zona se levantarán 1.100, de las que al Ayuntamiento le corresponden 282 repartidas en seis bloques). Del total, cinco estaban reservadas para personas con discapacidad y 22 para menores de 36 años. El resto, régimen general. La mitad destinada a la venta y la otra mitad al alquiler con derecho a compra. Para hacerse una idea, los que adquieran lo harán a 1.781 euros el metro cuadrado (frente a los 2.127 del mercado libre). Y, tras este, habrá dos sorteos más –uno por año– para que aquellos que se incorporen al mercado laboral o se empadronen en Santander antes de que estén listos los pisos también puedan apuntarse.

Para hacerse una idea –y siguiendo con las cifras–, antes de que abrieran las puertas del salón ya había unas cien personas haciendo cola. Y antes de las diez y media no dejó de llegar gente. De todas las edades, solos, con niños, con acento de Puertochico y de mucho más lejos... Para aspirar, cuatro requisitos: no tener otra propiedad, ser mayor de 18, cumplir con unos ingresos concretos y estar empadronado en Santander.

Siempre hay historias. Daniel Pelayo salió de trabajar (es técnico de emergencias sanitarias, en la ambulancia) y se fue al sorteo. Un chaval de 26 años que sabe que «está complicado el acceso a la vivienda». «Me apunté hace unos meses y a ver si hay suerte. Si me toca me soluciona la búsqueda». María José Blanco venía por su hijo, que estaba en el trabajo. Otro chaval de 25. «Confío más en dar una patada a la luna que en que me toque, pero si no te apuntas...», bromeaba en la cola antes de sentarse.

«Edificio 1, Bajo B». El primero. Dos bombos y bolitas de madera que se colocaban para salir en una pantalla gigante. Parecido a lo de diciembre en Madrid, pero sin lotería. Una bola para el grupo y otra para el orden. «Grupo 03. Orden 41». Con el notario delante. Eso sí, si en esta crónica esperan la euforia y el champán de la mañana del Gordo, olvídense. O no tocó a ninguno de los asistentes o fueron muy discretos. «Tenía el Grupo 09 y el 183, y tocó el 182 y el 184», se tiraba de los pelos Kimberly Pozo en el patio de butacas. «Yo llevo once números. Toda la familia», comentaba otra mujer en otra zona.

Listas de papel, números en el móvil... Unos mataban el tiempo abanicándose (el termómetro pasó de los 26), otros grabando el sorteo. Había un tipo con un libro y una señora que hasta se trajo la silla de casa.

Y nada. Ni siquiera a Alba Fernández, esperanzada con que Hugo (el bebé que está por venir) traiga un pan debajo del brazo. «No ha habido suerte, pero hay otro sorteo el año que viene. A ver...». Caras de decepción en la salida hasta que Liliana y Kevin, con todos recogiendo y con timidez, se acercaron a preguntar al mostrador de información.

«Sí, sí. Les ha tocado».