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Sonríen aunque a veces no entiendan. Llevan solo unas semanas en Santander y todavía no se manejan bien con el español, pero están en ello ... y por muy difícil que les resulte, no pierden el gesto amable. Las dos ponen interés en aprender y aprovechan cada rato libre que tienen para estudiar el nuevo idioma con el que conviven desde el pasado mes de marzo. Las hermanas Gracia y Puspa no dudan en utilizar las palabras que van poco a poco aprendiendo a pesar de que todavía no son muchas. Si la conversación se atasca, saltan al inglés para tratar de comunicarse. Siempre depende. Y si hace falta, se apoyan en el traductor cuando el lenguaje se vuelve una barrera. Ellas son dos religiosas que forman parte de la Congregación Hermanas Franciscanas de Santo Tomás Apóstol y han llegado a España procedentes del sur de la India. En concreto de Trichy, una ciudad del estado Tamil Nadu. Dejaron su país para ayudar en la Catedral de la capital cántabra -se encargan de la atención pastoral- y ahora se han convertido en las guardesas del templo. Por ahora son solo dos, pero en junio recibirán a una hermana más de la congregación que también se quedará en la ciudad: «Estamos muy orgullosas de ser las misioneras indias trabajando en la Catedral», dice una de ellas.
Si van a misa se las encontrarán por allí, discretas y echando una mano durante las celebraciones religiosas. Viven en la cuarta planta de las recién estrenadas Dependencias Capitulares, encima del claustro, visitaron el refugio antiaéreo durante su inauguración esta misma semana y ya pueden presumir de conocer cada esquina de la Catedral mejor que muchos. «Son muchas llaves», dice Gracia mientras busca entre varios manojos la que abre la sacristía. Por supuesto son serviciales. Tanto que, preocupadas, se encargan de colocar las sillas y limpiar la mesa antes empezar la conversación.
Hermana Gracia
Hermana Puspa
La congregación a la que pertenecen únicamente tiene presencia en la India, Italia y, ahora, Santander. ¿A qué se dedicaban antes de llegar? Trabajaban en las aldeas, «educando a los niños pobres en las escuelas». Además de dirigir un hogar para los pequeños, la orden también ofrece servicios médicos en los pueblos. Entre esas labores, la hermana Gracia trabajaba como profesora. En concreto, daba clases de Inglés a los más jóvenes. Por eso ahora encuentra más facilidades para hacerse entender que su compañera. Tiene 36 años y ya con 23 decidió hacerse monja para «servir a los demás», explica. Y, por si acaso quedan dudas sobre su comentario o algo no se entiende, acompaña la respuesta con un gesto de la mano como si entregara algo. Y es que es una entrevista con muchos gestos. Casi más que palabras.
Para la hermana Gracia esta es su primera parada en España, pero no en Europa. Llegó a Santander desde Italia, donde pasó diez meses. Así que también «hablo un poco de italiano», reconoce. ¿Y por qué se marchó de la India? La respuesta para ella es fácil: «Nuestra madre general me preguntó si quería venir de servicio y yo obedecí». Una decisión que le hizo aterrizar en la ciudad, donde «estoy muy contenta porque todo el mundo es muy simpático». Se siente acogida por cada una de las personas que forman parte de la Diócesis y la Catedral, desde los curas hasta el vigilante de seguridad. «Cada vez que nos ven por ahí nos preguntan cómo estamos. Siempre», añade con una sonrisa que no esconde su agradecimiento a la familia que ya han formado.
La hermana Puspa parece más callada. Quizá porque para ella la barrera del idioma es aún mayor. Eso sí, cumple sus tareas con responsabilidad. Por eso, tras sacar la fotografía que acompaña el reportaje y antes de comenzar la entrevista, pide un segundo para terminar de recoger y apagar las luces en la iglesia, donde acaba de terminar una misa. Ella tiene 33 años y entró en la orden con 26. ¿El motivo? «Llevar el mensaje de Jesús a la gente», responde. Y ayudar. En la India se dedicaba a dar clases de labores con las mujeres de los pueblos en los cursos de formación integral. Ella llegó a Santander sin paradas, directa desde su país. Una decisión que celebra: «Estamos muy contentas. Aquí nos están cuidando muy bien, nos animan y nos dan lo que necesitamos», resume.
Cuando alguien empieza una vida a tantos kilómetros de su casa, a veces, es inevitable echar de menos a la familia. Por ahora ellas llevan poco tiempo y mantienen toda la ilusión con la que llegaron. «De momento estamos felices», añade Gracia. Su proyecto aquí se prolongará tres años y sabe que para entonces ese sentimiento puede cambiar. Cuando llegue la fecha le preguntarán de nuevo si quiere quedarse más tiempo y quizá lo haga. En cualquier caso, siempre buscando lo mejor para la congregación.
Casi en cada respuesta repiten una y otra vez que están muy contentas en Santander. Además de la gente, les gusta la ciudad. Insisten en la buena acogida por parte de la Diócesis de la capital y agradecen poder estar aquí. En ese camino, la única dificultad con la que se han topado y que reconocen es el idioma. Cuentan entre risas que «la pronunciación es lo más difícil». Sobre todo sonidos como la 'c' o la 'j' con los que no están familiarizadas. Y ponen como ejemplo el nombre de Jesús. Pero no les importa lo que pueda costar: «Queremos aprender», admite Gracia.
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