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Un puñado de vecinos se enteraron por el humo entrando en sus viviendas; otros tantos por las voces y gritos en el patio mezclados con las «fortísimas» explosiones de los coches e, incluso, a alguno le pilló justo al salir a la escalera para ir ... a trabajar a las cuatro de la madrugada. Susto, preocupación, miedo. La incredulidad, la angustia y la indignación eran las protagonistas en las conversaciones de los corrillos que se formaron durante toda la mañana a las puertas del garaje al que, con suerte, podrán entrar los vecinos al final de esta semana para ver el estado de sus vehículos, cuando ya no haya peligro.
Entre las teorías de qué coches eran los calcinados y cuáles podían haberse librado por la ubicación, todos los afectados coincidían en una misma idea: este incendio se «podía haber evitado». «Es un desastre, no ha habido mantenimiento en los garajes desde el anterior incendio de 2007 y ha tocado ahora, pero esto podía haber pasado mucho antes», cuenta María Oti Cañeque, quien con los brazos cruzados y un rostro desencajado tras sus enormes gafas de sol se aventura a decir que «ojalá me toque la lotería para irme de aquí de una vez». Junto a ella están sus hijas Marta, quien en el incendio de 2007 tenía un mes y ahora está a punto de cumplir los 18, y Nuria, que explica cómo notaron que algo raro sucedía: «Fue Mía (su perra), se puso a ladrar muy fuerte a las tres y media de la madrugada, ella ya se olía que algo estaba pasando».
A las tres les acompaña Daniela Prieto, otra vecina de los bloques cuyo coche «está quemado, seguro». Explica que siempre aparca fuera, pero el miércoles fue misión imposible «con la academia de inglés, la Cruz Roja...». «Mi coche es de 2006, si me dan algo serán cuatro duros», cuenta con preocupación a la vez que el movimiento de sus manos refleja el nerviosismo que se respiraba pasadas las nueve de la mañana en la calle Los Acebos: «Me he enterado a las cuatro de la madrugada, estaba la casa llena de humo, mi madre y yo nos hemos puesto una FFP2 que ha acabado totalmente negra, igual que las manos. Había muchísimo humo y teníamos un miedo, un susto...».
Con el paso de las horas llegaban las noticias a cuentagotas al tiempo que no cesaba el trajín de bomberos y policías locales, a los que los vecinos no dudaban en preguntar por sus coches. «Oye, ¿se sabe cómo están los del fondo del todo y a la derecha?», le requería uno de ellos para recibir una respuesta que cambiaría su rostro en cuestión de segundos: «Esa es la peor, no te lo puedo asegurar, pero en esa zona está todo fatal, calcinado».
La desesperación por saber el paradero de sus vehículos dio paso con el paso de las horas al brote de reproches al administrador y al presidente de la comunidad. Uno de los mayores momentos de tensión lo protagonizó Alejandro Igaredo, vecino desde hace algo más de tres años en uno de los bloques y cuya moto estaba aparcada dentro: «¿Me va a cubrir el seguro de la comunidad la moto? ¿Sí o no? No es tan difícil la pregunta», reclamaba gritando y haciendo aspavientos con los brazos desde la plaza situada justo encima del garaje comunitario y mirando al presidente de la comunidad de vecinos. «Siempre la dejo fuera, en la acera, pero ya es casualidad; no sé si está quemada, pero no tengo seguro propio». Él, como otros muchos residentes, se queja de que no ha habido reuniones de comunidad desde antes de la pandemia: «Este hombre hoy ha venido aquí por casualidad, no se le ve ni en pintura», explica ya más relajado tras lanzar varios improperios al administrador. Más pausado, aclara que «a mí lo que me importa es que el incendio es por la mala gestión; si estuviera todo controlado y pasa esto, no queda otro remedio, pero no puede ocurrir esto por la negligencia de quien manda».
Durante toda la mañana, Begoña Tejerino y su marido deambulaban por la acera a la espera de noticias. En 2007, su coche fue uno de lo calcinados y ahora la historia se vuelve a repetir. «Las explosiones eran muy fuertes y me llamó una vecina a la puerta diciendo que no había luz», explica Tejerino, a quien no le importa mostrarse contundente en calificar al administrador y al presidente: «Son unos caraduras y se ríen de nosotros». A su lado, mucho más parco en palabras, su marido, al que durante la conversación los ojos se le tornan vidriosos con un esfuerzo evidente en ocultar su emoción. Conforme avanza la mañana, las palabras brotan. «Toda la vida pagando letras de todo y a nuestra edad ya no es hora de pagar, nos merecemos vivir. Volver a empezar de cero cuesta mucho». Ahora sí, las lágrimas en sus ojos son inevitables. Esta pareja, al igual que otros vecinos, está convencida de que el incendio ha sido intencionado: «Así fue en 2007 y estamos seguros de que ahora también, la investigación dirá, pero las cosas no cuadran». A pocos metros, los residentes se agachan y asoman entre las barreras de la escalera de la entrada peatonal al aparcamiento para ver si consiguen vislumbrar algo entre la oscuridad.
Juan Carlos Herrera, otro de los afectados, se topó con la tragedia cuando iba a trabajar a las cuatro de la madrugada a la empresa Dynasol, en Gajano. «Me he encontrado con la Policía Local y me han dicho que no podía salir, que había un incendio. Así que nada, llamé a mi jefe y le dije que no podía ir a trabajar porque no tenía coche». A la espera de saber cómo cubrirá el seguro el suceso, cuenta que su vehículo «no tiene ni un año». En mitad de la frase, otro vecino le interrumpe: «Me marcho, ¿vale? Me han dicho que mi coche está abrasado, otra vez la misma pesadilla, me voy con mi mujer a ver si nos dicen algo del seguro». Herrera retoma la historia y explica que «aquella vez fue –por el incendio de 2007– intencionado y mi coche quedó inservible, fue el primero que quemaron, así que calcinado por completo, veremos esta vez la suerte que tenemos, pero me temo que la historia se repite».
El reloj marca las doce del mediodía cuando el grupo de vecinos que aguarda para tener más noticias se reduce y apenas queda una decena. La Policía Científica y los Bomberos siguen con la inspección y ahora será la investigación la que esclarezca lo sucedido. «Aquí ya poco más vamos a saber. Ahora queda todo por delante, a ver si nos dicen cuáles están quemados, empieza el papeleo y acaba ya toda esta historia. Esto no puede volver a pasar», contaba uno de los últimos vecinos mientras la Policía acordonaba la puerta: «Sé que estáis nerviosos, pero que no entre nadie por favor, no es seguro».
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