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Verlas por la calle, caminando cogidas del brazo, desarrapadas y ancianas, era desolador. «Las pobres casi no tenían pelo y llevaban dos pelucas viejas», recuerda ... un vecino. Muchos residentes en las inmediaciones del portal 16 de la calle Burgos coinciden en que «tarde o temprano iban a acabar mal». El pasado miércoles las dos mujeres, hermanas de 70 y 79 años, aparecieron muertas en su vivienda, el segundo piso de ese número. «Es muy triste, pero vivían en muy malas condiciones, la verdad», revela Ángel, camarero en la cafetería Regma, justo frente al edificio.
Minutos después de conocer lo sucedido, la Policía Nacional certificó este miércoles que no había indicios de muerte violenta. Fue el abogado de ambas quien alertó a los agentes tras inquietarse porque hacía quince días que no le cogían el teléfono. El letrado estaba tramitando su traslado a una residencia de mayores, porque tenían una orden de desahucio. Eso fue, según los vecinos, lo que «les dio la puntilla».
Los servicios sociales municipales actuaron al conocer la situación de las hermanas y emitieron un informe de vulnerabilidad con el que lograron aplazar el desalojo «durante un mes»;pero ellas, probablemente, nunca fueron conocedoras de esa prórroga.
La vecina de arriba fue testigo hace escasamente un mes de la ansiedad que consumía a estas dos hermanas. «La más joven subió a casa de madrugada y me aporreó la puerta», explica esta joven, que prefiere omitir su nombre. «Me dijo que le acompañara a casa y allí me encontré a la otra agonizando en la cama. Habían tomado algo porque estaban en un estado que no era normal», relata. A esas horas de la noche llamó a los servicios sanitarios del 061, que se hicieron cargo de ellas. Aquella vez no hubo que lamentar una desgracia. Este pasado miércoles, sí.
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Ninguna fuente oficial ha indicado la causa exacta de la muerte. La investigación tendrá que esperar a las autopsias para tener un informe concluyente;pero en el barrio se baraja que pudieron ingerir una dosis fatal de pastillas para despedirse de una vida donde se veían amenazadas porque, como algunos las oyeron gritar alguna vez:«¡Nos quieren echar de casa!».
Esta mañana en la calle se rumoreaba sobre el suceso. Algunos recordaban que no tenían familia. Que un hermano mayor falleció recientemente, en plena pandemia, víctima del covid, y que desde entonces habían ido «cayendo en picado».
«Se las veía bajar a la calle pocas veces a la semana. Alguna semana sólo los sábados», relata Ángel. «Tenían una rutina clara. Tiraban la basura en la papelera pequeña de la calle y desayunaban fuera». Luego subían de nuevo y pasaban los días sentadas en la galería, viendo la gente pasar por la calle a través del resquicio de cristal que quedaba entre los estores.
Este jueves las críticas en la calle iban dirigidas también a los presuntos responsables del desahucio programado para este jueves. «No han fallecido, las han matado entre todos», explicaba otra persona que conocía la situación en que se encontraban las dos hermanas.
«Las han matado porque ni siquiera nadie las informó de que el desahucio se había pospuesto», relata otra de las vecinas de la zona. «Ellas eran muy mayores. Una, de hecho, (la mayor)era ciega, y no se enteraban de nada. Pero lo que sí sabían, sobre todo la más joven, era que este jueves iban a venir a echarlas. Igual les entró miedo y decidieron ponerle fin a todo», especula.
La puerta del segundo izquierda del portal 16 estaba acordonada con un precinto de la Policía Judicial. A falta de que finalice la investigación, todo apunta a que no hubo muerte violenta. El abogado fue quien llamó a los agentes ante la imposibilidad de comunicarse con sus clientas por teléfono. Una vez en el piso, y como no abrían la puerta, los bomberos izaron la escala para entrar por la ventana.
Luego abrieron la puerta a la Policía Nacional y acto seguido se personó la Policía Judicial para proceder a los levantamientos de los cadáveres. Sea cual sea la causa del fallecimiento, estas dos hermanas –con iniciales A.B. y M.B.– han compartido el amargo adiós a sus vidas en la soledad de su viejo hogar.
Ana Isabel Cordobés
Cerca de 70.000 personas viven solas en la comunidad. Y de ellas, 29.600, un 43%, son mayores de 65 años, una realidad que se va agravando con el paso del tiempo. Hace cinco años representaban un 32% del total.
Además de ser una situación cada vez más aguda, también conlleva un componente de género a destacar, ya que las más afectadas son las mujeres. Según los últimos datos de la Encuesta de Hogares del INE, el 55% de las mujeres que viven solas en Cantabria son mayores de 65 años, y suponen cerca de 21.000. Entre los hombres esta proporción baja a la mitad: 8.900 hombres, un 27,9%. Este hecho se explica por la mayor longevidad de las mujeres, y así se justifica que el 70% de las mujeres de edad avanzada que viven solas sean viudas. A esta compleja realidad, que requiere medidas para atajarla y evitar que la vida sola se convierta en vida en soledad, hay que añadir los casos de personas mayores que ejercen de cuidadoras de otras en edad avanzada, especialmente cuando padecen algún tipo de discapacidad.
No es difícil encontrar en Cantabria casos de personas mayores dependientes cuya figura cuidadora principal es otro familiar cercano, principalmente hermanos, también de edad avanzada. Y además solo en Cantabria hay más de 9.000 personas mayores de 65 años que ejercen como cuidador principal de otros familiares con algún tipo de dependencia o discapacidad.
Es el caso acaecido en la calle Burgos de la capital cántabra, con el fallecimiento de dos hermanas de 70 y 79 años. Y no es el primero registrado en Cantabria de personas ancianas dependientes que se quedan solas o fallecen cuando su cuidador principal, también anciano, muere. En 2006, en la calle Río de la Pila de Santander, un hombre de 86 años fue encontrado muerto en su domicilio, en el que vivía con su hermana de 80, dependiente y con una discapacidad.
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