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Desde el pasado 3 de abril, el tiempo «no ha avanzado» en la vida de Max Ferreyros. Aquel día, su padre Walter Jhon quedó atrapado en el Vilaboa Uno, el barco que naufragó a siete millas de la costa de Santander y quedó posado ... a unos 120 metros de profundidad.
Casi seis meses después, él y su hermana Milagros siguen luchando para que las autoridades competentes refloten el barco o pongan los medios para que bajen buzos y puedan saber qué es lo que ocurrió aquel día, y, sobre todo, puedan encontrar el cuerpo de su padre, teniendo en cuenta que de las declaraciones prestadas por los marineros supervivientes se desprende que «puede encontrarse en su interior».
Desde que se produjo este hundimiento, Max y Milagros dicen que han tenido muy pocas respuestas a lo ocurrido y, a día de hoy, no saben cómo se produjo el accidente y «nos dan una mínima espera de dos años o más para poder saber en base a sus simulaciones qué pudo ocurrir». Ante esta situación, han iniciado una recogida de firmas tanto físicas como por internet (a través de la plataforma change.org) con el objetivo de que las autoridades respondan a su petición. «El día del naufragio no había mala marea, ni mal temporal y aún menos iban con cargan ya que estaban saliendo... Por eso no entendemos cómo ocurrió el hundimiento, pero lo que más anhelamos es poder encontrar el cuerpo de mi padre para poder descansar».
Esta es la principal preocupación de estos dos hermanos, que no tienen consuelo para su madre, ni para ellos mismos. «Si yo pudiera meterme en el agua nadando a buscar a mi padre lo haría, así no molestaba a nadie. Pero es imposible y necesitamos que saquen el barco o recuperen el cuerpo para empezar el duelo», apunta Max, que recuerda que cuando se produjo el accidente «algunos nos dijeron que nos iban a ayudar y que no habláramos con la prensa y después no han aparecido por ningún lado, incluso nos dieron un número falso».
El hijo de Walter Jhon asegura que desde ese fatídico 3 de abril sufre ataques de ansiedad, para los que recibe medicación. «De vez en cuando me mareo, tengo náuseas y sensación de que me voy a desmayar. Noto que me late el corazón muy rápido. Además, del estrés, me ha salido acné poliquístico, tal y como se aprecia en mi rostro, que está destrozado», afirma, sin intención de dar pena, pero sin ocultar que está «roto».
Pero si hay algo que le duele más que su propio dolor, es ver a su madre llorando porque no tiene a su padre para poder llevarle unas flores al cementerio. «Ver llorar a tu madre a diario es un castigo. No entiendo como puede haber hijos que no quieren a sus madres. Cada vez que estoy con ella me tengo que limpiar mis propias lágrimas para animarla y que sienta todo mi apoyo».
Max tiene muy claro que no va a tirar la toalla y espera que la recogida de firmas que han iniciado hace unos días, y que en internet supera ya las 4.000, tenga su efecto. «Estoy destruido pero voy a seguir luchando por mi madre y porque necesito vivir un duelo. Si hoy recuperara el cuerpo de mi padre, para mí sería el 4 de abril, porque el día que desapareció el tiempo se paró por completo».
Milagros tampoco se rinde y asegura que se han reunido con Miguel González, alcalde de Laredo, donde reside la familia, para que les ayude a conseguir una reunión con la presidenta regional, María José Sáenz de Buruaga. «Los anteriores responsables políticos no nos hicieron caso, así que a ver si ahora con los nuevos tenemos más suerte. Han sido varios los escritos que hemos remitido a la autoridades y ni siquiera nos han contestado. Incluso algún buzo se ha dirigido a ellos para hacerles ver que es posible sumergirse hasta donde se halla el barco para ver si mi padre sigue allí».
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