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ÁNGELA CASADO
Lunes, 14 de noviembre 2022, 01:00
Pasa cada vez más a menudo. En un paseo por el barrio o por el centro de la ciudad. De repente, aparece un local vacío ... donde antes había un negocio en el que se acumulaban los recuerdos. La mercería de confianza de la abuela o la confitería donde parabas al volver del colegio. Ya no existe y es cuestión de tiempo que las anécdotas se olviden. Contra eso lucha el proyecto Santatipo, fundado por Federico Barrera y que actualmente cuenta con tres personas más, que recupera rótulos de negocios que forman parte de la historia de Santander -aunque ya está expandiéndose por el resto de la comunidad- con la intención de preservarlos, restaurarlos y, en un futuro, exponerlos.
Acumula fragmentos que forman parte de la memoria y los recuerdos de los santanderinos. Como el rótulo del restaurante Yerbabuena, que evoca a la popular musaca del local ubicado en las escaleras de la calle San Antón. O las letras de la joyería Salamanca, donde miles de santanderinos encargaron piezas tan importantes en sus vidas como las alianzas de boda. El último rescate fue el rótulo de la confitería La Góndola, en Cuatro Caminos, que bajó la persiana hace apenas un par de semanas.
Ya han recuperado en torno a 40 rótulos de todo tipo de comercios y también de bares y restaurantes. Hay muchos de plástico, pero también de vidrio y de hierro. Desde hace poco, Santatipo cuenta con un espacio en el mercado de México para guardarlos y donde tiene otros elementos relacionados con el patrimonio comercial como bolsas o pequeños carteles, como el emblemático 'Helado de limón especial para sorbetes' de la heladería La Italiana, de El Sardinero, de la que también conservan el toldo.
Como historiador y diseñador gráfico, a Barrera le empezó a despertar la curiosidad por preservar el patrimonio gráfico de Santander al recordar el bar de sus abuelos, La Blanquita, que estaba en la Cuesta de la Atalaya y que abrió en los años 50. Aunque en su niñez ya habían traspasado el negocio, recuerda «entrar a la cocina sin ningún problema. «Antes había mucha relación entre los vecinos y comercios de los barrios». Ese rótulo no lo conserva, ya que empezó a darle vueltas a este proyecto en 2010 y se hizo realidad cuatro años después.
Su forma de trabajar ha dado un giro de 180 grados en los últimos años. Cuando empezó a interesarse por rescatar los rótulos, no siempre le entendían cuando explicaba sus intenciones: «En algunos locales entrabas y te decían que no querían comprarte nada», recuerda. «Con este tipo de rótulos se ha hecho de todo. Se han tirado a la basura, destruido... Incluso gente que los roba y los vende carísimos de segunda mano», explica Barrera. Por eso, en sus primeras intervenciones tenía que explicar muy bien qué iba a hacer con ese patrimonio. «Les dejaba clara mi intención de conservarlos y de restaurarlos para evitar que se pierdan». Ahora, Santatipo tiene un nombre dentro del mundo del patrimonio y es muy popular en redes sociales. «Ahora me llaman a mí, tanto comerciantes que van a cerrar como personas que les interesa esto, que se enteran de algún cierre y me avisan». De hecho, ya tiene doce rótulos más apalabrados para desmontar y poder conservarlos.
Pero no siempre logra salvarlos. Una de las pérdidas que más le dolió fue el de La Mejillonera. Cerrado desde 2014, el cartel siguió regentando el local de la plaza de La Leña hasta la pandemia. Fue durante la desescalada cuando arrancaron unas obras en el edificio que se llevaron por delante el mítico rótulo. «Cuando me enteré aún no lo habían destruido, pero no podía desplazarme hasta allí porque había cierre perimetral -vive en Peñacastillo-. Hice un llamamiento por redes, pero cuando pudieron llegar era demasiado tarde», lamenta.
Barrera tiene una forma muy particular de referirse a los rótulos: «Son objetos invisibles que aparecen cuando desaparecen». Y así es. Muchas veces, la gente no es consciente de su existencia hasta que ve vacío el espacio que ocupaba. «Son historia de los barrios, de la ciudad, y recuperarlos es una tarea multidisciplinar». Tarea que va desde los vecinos que han convivido durante décadas con el local hasta los técnicos que trabajan en su recuperación. Y ahí reside el éxito del proyecto, en el interés que despierta en perfiles de todo tipo.
De hecho, cada vez más gente se anima a participar en los rescates. «El mejor sitio para este patrimonio es la calle, en los locales a los que pertenecen. Pero cuando es imposible y están en riesgo de desaparecer, entramos nosotros». A las últimas operaciones, como la perfumería Calderón o la pastelería La Góndola, se acercó mucha gente que sigue su trabajo por redes. «Lo siguiente es encontrar un espacio donde podamos exponerlos».
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