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Otros horrores en Santander

El mal estado que presenta La Horadada recuerda al de otros edificios y estructuras abandonados a lo largo del municipio

Ángela Casado

Santander

Domingo, 20 de febrero 2022, 07:23

La paralización del derribo de La Horadada abrió un debate en torno a su futuro: seguir adelante con su demolición o darle un nuevo uso. Aunque estas opciones dividen a los santanderinos, todos coinciden en que no quieren que siga como hasta ahora. El edificio está lleno de grafitis, con las ventanas rotas o tapiadas y rodeado de suciedad. Pendiente de un trámite burocrático –la licencia de obra–, su imagen descuidada seguirá protagonizando la estampa de las playas de Los Peligros y La Magdalena durante un largo periodo de tiempo. No es la única estructura que agoniza en Santander a la espera de una solución. Muchas otras, incluso, acumulan décadas de abandono.

Una de ellas está relativamente cerca de La Horadada: el chiringuito Rema, en la Segunda de El Sardinero. Es un caso similar, ya que también está atrapado por la burocracia. El Ayuntamiento trata, desde hace varios años, de que Costas se lo ceda para reconvertirlo en un centro de surf. Sin embargo, aún no han conseguido el 'sí' porque el Plan General (PGOU) no contempla para el inmueble un uso deportivo, lo que alarga el conflicto sin que las partes se aclaren. Sólo hay una certeza: su mal estado destaca en una de las zonas más turísticas de la ciudad. Las pintadas lo invaden y su terraza superior está destrozada. Además, es una de las principales vistas de los bañistas según salen del agua.

Los horrores no cesan lejos del mar. Uno de ellos se alza junto al hospital de Valdecilla. La Residencia Cantabria, que acogió durante décadas el nacimiento de miles de cántabros, lleva seis años muerta y con pocas esperanzas de resucitar. A algunos les recuerda a un antiguo edificio de la URSS por sus formas cuadradas y su decadencia. A la fachada le faltan azulejos y la humedad se presenta con manchas oscuras. Aunque la mayoría de las ventanas siguen intactas, pocas persianas se mantienen rectas.

Entre estas víctimas del paso del tiempo y de la falta de mantenimiento también hay inmuebles destinados a viviendas. Uno albergó familias hasta que fue desalojado por seguridad. Otro no llegó a inaugurarse. Los dos están localizados en Nueva Montaña, a pocos metros el uno del otro. El primero es el número 20 de la urbanización Las Acacias. La particular Torre de Pisa santanderina. Construido hace 30 años, sus inquilinos empezaron a apreciar que se inclinaba a los dos años de vivir allí, aunque no fueron desalojados hasta 2015. El motivo del desastre fue que los edificios se levantaron sobre una vaguada en la que no se habían hecho bien los rellenos del terreno. A pesar de la larga espera, los vecinos mantuvieron la esperanza hasta 2016 porque el Ayuntamiento se comprometió a trasladarlos a una urbanización cercana, pero la solución se truncó tras la anulación del PGOU de 2012, que dejó en el limbo el acuerdo.

El 'Hotel Albania', en Nueva Montaña. Así lo llaman quienes lo habitan. Este edificio iba a destinarse a viviendas, pero la crisis económica lo dejó a medio construir.

Al otro lado de la calle está el 'Hotel Albania'. Así se refieren al edificio a medio construir quienes lo habitan: un grupo de jóvenes albaneses –en torno a 40, aunque la cifra cambia continuamente– que residen en Santander a la espera de poder colarse en un ferry para viajar a Inglaterra. El inmueble se quedó a medias durante la crisis económica y así sigue más de dos décadas después. Donde debía haber ventanas, sus ocupantes han colocado tablas para resguardarse y también está lleno de grafitis. Además, no es raro ver fuego en su interior. No son incendios, sino hogueras para calentarse.

Es llamativo que entre los edificios abandonados de Santander haya dos Bienes de Interés Cultural (BIC), que, por sus características, deberían estar protegidos. Es el caso del Castillo de Corbanera y del Convento de Las Clarisas. El primero no sólo está descuidado, sino que sobre sus muros se asientan viviendas –tanto por fuera como por dentro–. Está por determinar si es de titularidad municipal. Por su parte, las Administraciones han sacado en más de una ocasión la licitación para reparar Las Clarisas, aunque el concurso siempre ha quedado desierto. Parece más un palomar que un antiguo convento. Los ladrillos tapian sus ventanas y las malas hierbas crecen en sus muros. Además, las actuaciones son urgentes, pues corre el riesgo de venirse abajo.

Puente a ninguna parte en la S-20. Con los dos accesos cortados, este puente lleva casi treinta años abandonado. Las obras se pararon por la presión vecinal.

El puente a ninguna parte puede que sea una de las estructuras abandonadas más curiosas. Cruza la S-20 y su objetivo era unir El Caleruco y Monte. Sin embargo, sus accesos están cortados. En su superficie, donde debía haber asfalto, hay material de obra que nunca llegó a usarse y también crece la maleza. Aunque no es fácil acceder porque está a varios metros sobre el nivel del suelo –incluso por los laterales–, también tiene pintadas. Las obras se paralizaron por la presión vecinal, ya que se opusieron a las expropiaciones. Aunque años después se aprobó su derribo, las dudas sobre quién debía ejecutarlo –Ayuntamiento o Gobierno– lo dejó en el aire.

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