![Las huellas del padre Marciano](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2023/11/07/cura-RTO1yc9H7TUujHw1HvRNDRL-1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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Lo de un cura de otro mundo como idea para titular este artículo –que se barajó– puede sonar a chiste (por lo del nombre del ... protagonista). Pero es más serio. Porque la visión que el sacerdote escolapio Marciano López y López (Cejancas, Valderredible, 1911-2000) tenía de la educación era algo alejado de la época en la que le tocó vivir. «Tremendamente moderno». Así lo recuerdan sus antiguos alumnos que, a través de los textos que dejó escritos el religioso, han dado forma a algo más que una autobiografía. Es un legado, las huellas de un tipo que llegó a ser nombrado consejero nacional de Educación en 1967 y que marcó a varias generaciones en Santander, Oviedo y Madrid. 'Mi pequeña historia', que así se llama, se presenta hoy (17.00 horas) en el colegio de la santanderina calle Canalejas. Dicen que es un paso para «dar más fuerza» a una idea: iniciar el proceso de beatificación de don Marciano.
Cuentan que siempre llevaba consigo una máquina de escribir en una maletuca. Lo apuntaba todo. Y ese carácter meticuloso estuvo presente en su trayectoria como maestro. En Santander, que fue su primer destino docente tras compaginar etapas en Villacarriedo y Bilbao durante sus estudios, se pasó veinte años (empezó en 1933). Para hacerse una idea de su carácter servicial, un ejemplo. Su pasión era estudiar Químicas, pero las necesidades del colegio iban más por las letras y cambió sus planes. Tanto que llegó a dar Literatura, Latín, Griego, Alemán, Religión, Lengua Española, Filosofía, Geografía e Historia y Francés. Es más, en sus memorias se cuestiona si estaba suficientemente preparado para el alemán. Por una exigencia personal, pero sobre todo por la idea de una educación personalizada, de calidad, para sus alumnos.
Aquí, en su tierra, ya dejó muestras de los pilares que marcaron su carrera. Un espíritu reformista, que le llevó a impulsar numerosas obras en los centros por los que pasó (en Santander, por ejemplo, las reparaciones por los efectos que provocó el temporal del incendio) y a introducir reformas en los modelos pedagógicos. Otro caso: en sus inicios se ocupó de los 'gratuitos'. Chicos que no podían permitirse pagar el colegio. Los acogían, pero separados de los 'de pago'. Cosas de la época. Le costó unos años (no fue en Santander) y hasta algún enfrentamiento con los padres, pero logró «dignificar» a estos chavales y que compartieran clase con los demás. «Justicia social», define Felipe Santamaría, antiguo alumno. Él, que participa con un comentario en el libro, dibuja el perfil de un cura que acabó siendo amigo. Lo tuvo de profesor en el cole y en el preuniversitario de Oviedo. Y su relación siguió lejos de las aulas cuando Marciano volvía a su tierra. Santamaría señala al docente como uno de los impulsores en España de lo que luego fue el COU y de postulados «que siguen vigentes hoy en día». Abierto a nuevas ideas incluso en lo religioso (vivió la transformación que suponía el Concilio Vaticano II), «pese a ser un hombre educado en una tradición mucho más conservadora». Y más. El joven Felipe –que llegó a jugar en el Racing– no olvida el equipo de fútbol del torneo de los Barrios o el campeonato que ganaron con el orfeón. Y los festivales de gimnasia, de teatro, las visitas a las fábricas... Todo de la mano de don Marciano. «Que era de esas personas con autoridad por sí mismo. Que si había un follón, sólo con que él apareciera, se calmaba». Recto, hasta serio. «Pero a la vez muy comprensivo. Siempre preocupado por lo más justo para los alumnos».
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Ana del Castillo
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