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En la cristalera aún está colgado un letrero que anuncia el 'helado de limón especial para sorbetes'. No se ve el local por dentro porque ... todo está tapado con ese papel fino para envolver tan típico de las confiterías de toda la vida. Tampoco hay mucho que ver. Lo han tirado por dentro. La única huella del negocio es el toldo de color azul en lo alto de la entrada. 'Heladería italiana-café. Desde 1938 helados artesanos'. Queda eso y una lista de veranos santanderinos. De recuerdos. Hay negocios que son parte de la ciudad, como las calles. Y La Italiana lo era. Cerró en enero, pocos días después de Reyes. Ahora están de obras porque allí va a instalarse otro establecimiento de hostelería.
«El negocio fue a menos», explica Raúl Rodríguez, hijo y nieto de heladero. «Me he criado aquí. Es mi niñez, mi vida y la de mi hermano, mis primos». El hombre anda emocionado. La última etapa no ha sido fácil. Vino la actualización de las rentas, que afectó. Pero más el cierre en cadena de los negocios que tenía cerca. El Erika, el Lisboa... «Esta parte delantera del Casino se empobreció y la gente se fue hacia La Cañía. Me quedé solo, como una isla». Tampoco ayudó la obra en la plaza de Italia –«quedó bien y no lo critico, pero nos afectó»– y la pandemia. Fue una tras otra. «Lo que trabajamos en verano fue para pagar la mercadería y al personal, poco más». Para colmo, él mismo se infectó, pasó por el hospital y tuvo que cerrar en octubre, antes de que fueran las autoridades las que cerraran los interiores. «Hemos aguantado hasta que hemos podido y, por desgracia, hemos entrado a formar parte de la estadística». Le duele el cierre, sobre todo, «por no haber podido cumplir con la voluntad de mi padre». Tres generaciones. Ahí comienza el relato.
«Mi abuelo estuvo en Cuba y en México y aprendió el oficio». Ángel Rodríguez, de regreso a España, le compró el negocio al italiano Pietro Pellegrini. El local era más pequeño. Sólo la heladería, que abría únicamente en julio y agosto. La familia tenía también el hotel El Comercio, en Méndez Núñez, y el helado quedaba como complemento para el verano. Pero llegó el incendio del 41 y adiós hotel. «Se vinieron a vivir a La Cañía y ya entonces abrían del 19 de marzo, San José, al 12 de octubre, El Pilar. Y los meses de invierno trabajaban haciendo los cucuruchos, las galletas». Raúl recuerda que la leche, durante años, fue de las vacas que tenían por General Dávila. También que en 1972 ampliaron. Heladería/confitería, por un lado, y cafetería/restaurante, por otro. Todo eso lo vivió de lleno Alfonso Manuel, Manolo, su padre y alma máter del negocio para todo santanderino que haya pasado por La Italiana (cualquiera de aquí sabe que primero había que comprar el ticket junto a la entrada y ya luego pedir el helado en el mostrador).
La nata, el chocolate o «probablemente, uno de los mejores mantecados». Lo dice con modestia, sin querer faltar al respeto a la competencia. El de limón para sorbetes, el pionero nata/nuez o la 'crema Sardinero' que sólo se vendía en su local (frutas y canela). Clientes habituales como Seve Ballesteros, Marcos Alonso o los numerosos indianos que no faltaban a su cita veraniega. «Y familias de Madrid que seguían viniendo de generación en generación». Miki, Juanito Navarro, Alaska... Por allí pasaron. Fue sede del Sardinero Hockey Club, se inundaba «con las gotas frías de finales de verano» y, con motivo del cincuenta aniversario, regalaron helado de diez de la mañana a diez de la noche. «Venía de permiso del servicio militar y, vestido de soldado, me puse a despachar porque no paraba de venir gente. Se dieron cerca de 7.000 helados ese día». Recuerdos que no se olvidan.
–¿Y el secreto para que un negocio viva tantos años?
–La constancia, el verdadero helado artesano y el sacrificio de mi padre de estar siempre al pie del cañón.
Ahí se le entrecorta la voz. «Es que yo de mi padre lo he aprendido todo. Serví mi primer cucurucho a los 11 años y me incorporé a trabajar cuando acabé el servicio militar, en el 88. He hecho mi vida con él: ir a comprar, servir... A todas horas juntos». Le escuchó decir muchas veces eso de «trabajar con orden y método». Ahora guarda como oro en paño «sus grandes fórmulas de hacer helado» descritas en unos cuadernos, que le dejó hace poco.
Porque Manolo, el eterno heladero de La Italiana, falleció el 18 de diciembre. No llegó a verlo cerrado. «Unas semanas antes de morirse seguía bajando a la heladería».
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